En diálogo con Auno, Max Aguirre, quien dibujó en dupla con su colega Liniers un fragmento de Abbadón, el exterminador, explicó: “teníamos una idea previa, charlada, como para no arrancar de cero y, sobre eso, fuimos trabajando a cuatro manos”. Max mantuvo una conversación con este medio el día de la muerte de uno de los mayores referentes de la historieta argentina, Carlos Trillo, algo que no pudo dejar de mencionarse durante la charla.
-¿Cómo abordaron el texto de Sábato? – La prosa de Sábato tiende hacia el dramatismo y la oscuridad con bastante rapidez, tiene una cosa como desgarrada. Entonces, era bastante difícil ponernos de acuerdo nosotros y trabajar sobre eso sin traicionarnos tampoco, en el costado más reconocible del estilo mío y del estilo de Liniers. Entonces, empezamos a buscar imágenes lo suficientemente sólidas, porque también tiene la prosa de Sábato como una cosa en donde suele hacer descripciones que no son de elementos fácilmente comprensibles desde una impronta gráfica, tiene mucho de viaje interno y cosas por el estilo. Y descubrimos que había una parte bastante interesante, donde hay una carta, donde atormentadamente el protagonista habla de que trata de asirse a sus ideas diurnas, para no caer en esos pozos terriblemente oscuros.
-¿Cómo lo pensaron? – Nos pareció bastante interesante corporizar esas ideas porque al transformarlas en elementos ya iban a tener una cuota, si se quiere de humor, pero también, si se quiere de extrañeza y en esa extrañeza intentamos hacerle justicia a la prosa de Sábato y en el humor que genera hacernos justicia a nosotros que lo estábamos homenajeando. Tratamos de poner en vista de todos esas ideas a las cuales este protagonista que está escribiendo estaba tratando de asirse para no caer por otros senderos aún peores. Lo pensamos en función, incluso, de los dos trazos distintos que tenemos y los colores distintos, para que se note qué parte hizo cada uno. Y, a la vez, decidimos que tenga la sensación de una página de historieta, como una viñeta y un pedazo de otras que aparecían por los costados. Y creo que quedó algo sentido, respetuoso y lindo.
-¿Qué podés contarnos de la experiencia de dibujar en público? – Yo he dibujado muchas veces en público, infinidad de veces, así que estoy bastante acostumbrado. Ya no me provoca ningún tipo de incomodidad la mirada de la gente mientras estoy trabajando. El dibujo es como un trabajo que va creciendo de la nada y, entonces, hay instantes en los que no sucede mucho, no es como una banda que está tocando… entonces, algunos podrían sentirse incómodos por esa situación. Pero a mí ya no me pasa.
—¿Cómo te llevás vos, como lector, con la obra de Sábato?
— Es bastante particular lo que pasa con Sábato. Si hoy hiciera una evaluación completa de él, tal cual hoy lo evalúo (no sólo a él, sino a la literatura argentina en su conjunto), estaría traicionando al adolescente que lo leyó (que soy yo, adolescente). Quizás hay mucha tela para discutir sobre determinadas cuestiones extra literarias suyas, pero creo que si tengo que hacer un certero juicio es porque Sábato asumió estar mucho más allá de ser un simple escritor, entonces, al hacer un montón de cosas más y todas muy relevantes, uno se somete a un juicio mucho más severo, que si se dedicara simplemente a ser un hombre de letras: un científico ejemplar, un activo hombre de la política. Dentro del campo de las letras hay gente que tiene una mirada bastante más crítica de Sábato. En mi caso, no. Creo que es, indudablemente, uno de los fundamentales de la literatura argentina.
— Al margen de la feria del libro sería injusto estar hablando con un dibujante y no hablar de la muerte de Carlos Trillo. ¿Qué podés decirnos de él?
—La vida me dio la posibilidad de tener una relación con Carlos. Si bien uno tendría que lograr que la muerte no sorprenda, porque es previsible (todos nos vamos a morir), a veces uno tiene la idea de que, por alguna razón, hay gente que no se va a morir. En el caso de Carlos, no era esperable que se muera. Lo vi hace poco, de hecho. A mi la noticia me llovió de manera privada, prácticamente en el momento que había sucedido, por amigos comunes y demás. Es algo muy poderoso.
—¿Cómo leías a Trillo?
—M.A.: Yo fui leyendo a Trillo, a medida que él producía. No es lo mismo que leer a Flaubert, a Borges. Trillo era un tipo que estaba haciendo las cosas mientras yo las estaba leyendo. Es de la generación de mis viejos, por lo que son esos espejos en los que uno primero se imita, después se confronta… entonces es como que la apelación a uno es muy fuerte. Porque, además, también ha sido gente que ha formado parte del paisaje popular cultural argentino, por lo menos mío, desde siempre.
—¿Qué más nos podés decir de él?
—El loco Chávez se empezó a publicar cuando yo tenía uno o dos años. Trillo existió siempre en mi vida, nunca no estuvo, esta es la primera vez que no está. Y eso nos viene sucediendo con un montón de gente. Entonces… no sé cómo decirlo… creo que uno no sabe cómo decirlo, porque las palabras ayudan a comprender la realidad y la muerte no es algo que uno comprenda. Creo que es una pérdida gigante para la cultura popular argentina y del mundo. Y es envidiable saber que hizo todo eso, que en algún punto es de la única manera que uno puede trascender y no ser leve. Él lo logró y, bueno, eso es bárbaro, es algo que muy poca gente logra.
—¿Cómo era tu relación con Trillo?
—Yo no puedo hablar pura y exclusivamente como la muerte de un colega, porque, si bien no puedo decir que era un amigo, teníamos una relación amistosa muy buena, siempre se ha mostrado como un hombre amable, humilde… esto se dice siempre de la gente que se muere, pero realmente, nunca tuvo mayor inconveniente de colaborar con los que éramos más jóvenes. Y, bueno… se murió Carlos, viajando por Londres, quién iba a decirlo.
AUNO 11-05-11
NA-HRC