Cada sensei con su librito

El gimnasio Galarraga, de Monte Grande, abrió sus puertas para un seminario de Aikido. Tres sensei con concepciones diferentes sobre esta arte marcial condujeron las prácticas. ¿Defensa personal o camino filosófico? Depende de quién la mire.

Facundo Rodríguez Saura

Lomas de Zamora, julio 1º (AUNO).- Clap… Clap… Resuena una seguidilla de dos aplausos sincronizados. Una hilera de tipos se hunde en una reverencia tan profunda que casi besa el piso. Están vestidos con esa ropa que usan los samuráis en las películas —el hakama—, ésa que parece una bata con una falda negra ancha por debajo de la cintura. Comienza la práctica, y uno no puede evitar sentir una emoción infantil al ver que los tipos vestidos como guerreros nipones se saludan entre sí con una reverencia, se ponen en guardia de costado con las manos semiabiertas y se contrarrestan los ataques con movimientos arabescos y palancas demoledoras. El resultado, casi siempre, es que el adversario cae en el piso del tatami —el cuadrilátero— con un estruendo preocupante o sale despedido como si fuera un muñeco de trapo.

En síntesis de eso se trata el Aikido, arte marcial japonesa que aprovecha la fuerza del rival en su contra. El sábado, en el gimnasio Galarraga, de Monte Grande, se realizó el seminario “4×4”, del que participaron tres cuartos danes de esa disciplina (iban a ser cuatro, de ahí el nombre de la propuesta, pero uno se ausentó). Cada uno brindó una clase. La idea: que los asistentes puedan enriquecerse con las distintas miradas que cada sensei tiene sobre el Aikido. Carlos Coca, que enseña en el Club San Antonio de Padua; Raúl Morales, del Koinobori Dojo, de Lomas de Zamora; y Eduardo Bustos, que imparte la disciplina en la Asociación Japonesa de Morón fueron los instructores que dieron las clases y charlaron con AUNO al respecto.

“Es una de las artes marciales más nuevas”, apunta Coca, que con 60 años sigue dando clases y entrenando. El Aikido fue creado a mediados del siglo pasado por Morihei Ueshiba. “Algunos dicen que es lo más filosófico que hay, otros que es para defensa personal. Puede llegar a servir para eso pero no con ese fin exclusivo. Hay mucha gente que lo practica y cada uno lo hace con expectativas diferentes.”

A diferencia de otras artes marciales, el Aikido no tiene patadas voladoras ni “grullas” a lo Karate Kid. No se centra en los golpes, de hecho. La disciplina popularizada por Steven Seagal se basa en agarres y palancas y no existe competencia entre los aikidokas. Por tanto, el abanico de practicantes es muy amplio. En este sentido, para Bustos, “se adapta a todo: podés ser flaco, gordo, tener capacidades deportivas o no. Podés tener 70 años o ser un pibe de 15”. La intensidad varía de acuerdo a las capacidades de cada uno.

Coca aporta que “no tiene limitaciones”, algo que constata en cada práctica, ya que tuvo un problema en una de sus piernas. Es rengo. Y así y todo te da vuelta como una media arriba del tatami. Además, tiene un alumno que es ciego y llegó a cinturón negro, lo que para él supuso “una movilización total, con búsquedas distintas”.

Clac. Clac. Clac. Lo que ahora suena es el golpeteo de los Jo, Bokken y Tanto, los tres de madera, para la práctica. El primero es un palo de 1,5 metros, el segundo, una katana —como la que usó ese cordobés que achuró a unos ladrones—, y el tercero, una especie de cuchillo. Hay un patrón común, dejar que el adversario haga el primer movimiento, correrse de la línea de ataque y contrarrestar aplicando una palanca y contorsionando las articulaciones del rival de manera dolorosa. Hay momentos en los que parece una danza efusiva, algo así como que bailaran colombiano, cuya aplicación en una pelea real parece compleja.

“Si alguien viene a practicar Aikido y le digo que es para la autodefensa le estaría vendiendo un buzón”, señala Bustos, que considera que la idea de subirse al tatami “es conocerse a uno mismo, el desequilibrio y la distancia, tanto a nivel físico como interior”. “Muchos vienen por la película pero se quedan por lo otro: la búsqueda y el sentirse bien”, sostiene.

El maestro amplía que esa “búsqueda” tiene que ver con “llevar la no violencia que se practica en el tatami a la vida cotidiana”. Tratar de “no confrontar con la gente, ni siquiera llegar a una discusión violenta: apostar a un diálogo”. Coca agrega que si “te quedás en lo físico, si practicás y buscás el provecho en la calle, no vas a profundizar” en la disciplina.

En apariencia, el Aikido tendría entonces un mayor nivel de interiorización y búsqueda filosófica que otras artes marciales más difundidas y que se presentan como una fórmula para aprender a defenderse. “A veces te dicen cosas que después de diez años de practicar las entendés, te cae la ficha, te produce un ‘clic’. Y ahí avanzás, eso ya no te sirve, tenés que buscar otra cosa. Desde este punto de vista podés plantear la espiritualidad”, sugiere el sensei de Padua.

“Cuando venís a practicar, en el momento en que llegás sos uno y cuando te vas tenés que irte con un cambio, un delicioso cansancio. Si te vas muerto y al día siguiente no te podés levantar no sirve, porque no te fuiste energizado”, detalla.

Morales, de Lomas, difiere de este criterio pacifista y espiritual. Para él, “la filosofía y las artes marciales están muy separadas, incluso en Japón” y “es Occidente el que las mezcla”. Por lo tanto, el Aikido “tiene como consecuencia el combate y no hay nada que prevalezca entre medio”. Respecto a los principios que uno puede llegar a adquirir con la práctica, asegura: “No entrenás pensando que vas a tener una educación, la tenés en tu casa. Vas a formarte a una disciplina para perfeccionarte. Por eso enseño una arte marcial como para que mínimamente en la calle puedas defenderte, sino no sirve”.

Más pragmático y menos interesado en lo intangible, Morales considera al Aikido como “un arte marcial traicionera, de sumo ataque” en la que uno se ofrece de manera “estratégica” para que lo agredan. “Pensás que me vas a vencer. Si estás dispuesto al intercambio podés golpearme, pero también estás determinado a que puede que te enganche”, advierte. La imagen mental de las articulaciones de uno haciendo “¡crack!” como una pata de pollo separada del muslo es (como mínimo) perturbadora.

Para el ajeno a la disciplina quizás una de las cosas que más llame la atención, además de la vestimenta y las caídas, sea la ritualidad que caracteriza a las clases y que son impensables en la vida cotidiana de este país. El practicante no sólo debe descalzarse antes de entrar al tatami, sino que también ingresa de rodillas y saluda —cuando comienza la clase y cuando termina—, con una reverencia, la foto del creador del Aikido que está presente en cada dojo. Luego de la inclinación, algunas escuelas aplauden dos veces porque con ese gesto, según el shintoismo, se recuerda a los espíritus de los antepasados fallecidos, ya que Morihei Ueshiba sería un predecesor “espiritual”. Cuando el sensei está explicando algo, los practicantes permanecen sentados sobre sus rodillas en señal de atención. Y cuando terminan de practicar entre pares se saludan con otra reverencia hasta el piso.

“Incluso en Japón la ‘etiqueta’ es muy sencilla: el respeto al lugar, una reverencia entre pares y al creador del arte marcial, sólo eso. Es algo más que lógico: una consideración al maestro y al compañero más graduado, al anciano, a los padres, al hermano mayor. En ese sentido no hay mucha diferencia con Occidente”, explica Morales.

A pesar de esta etiqueta, Bustos aclara que uno puede divertirse y practicar. “No es que sea una fiesta —precisa—, pero hay alegría, un bienestar. Se mantiene la etiqueta, un respeto ante el otro y el profesor”.

Sin embargo, Morales previene que “como reflejo de la sociedad y con el avance de la ‘incivilización’” se descomponen las formalidades. “Se está occidentalizando mucho. Se pierden cosas. Por ejemplo, antes en una clase cuando el sensei hablaba no se podía decir palabra. Ahora hablan o hasta se ríen. Son cambios de actitud que son malos, que van dentro de la enseñanza de cada maestro”, reflexiona.

El Aikido, ya sea como camino filosófico de no violencia, como defensa personal o como mezcla de ambos, es un arte marcial poco difundida en nuestro país. Existen pocos dojos en comparación a la proliferación de lugares donde se entrena Taekwondo, Kung-fu o Karate. Pero como en todas las disciplinas —o como en todos los aspectos de la vida— existen distintos criterios que se traducen en diferentes formas de enseñar. El dicho no será oriental, pero aplica: “cada maestro con su librito”.

AUNO-01-07-2015
FRS-MDY

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