Producción y textos: Belén Escobar, Pablo Tallón, Pablo Riha y Ernesto Gaidolfi
Casi dos décadas habían pasado desde el derrocamiento de Juan Domingo Perón,
perpetrado por la autodenominada Revolución Libertadora. Dieciocho años de
proscripción del peronismo, de persecución, cárcel y muerte de militantes populares, de exilio y de más golpes militares. La dictadura, en su agonía, había convocado a elecciones para el 11 de marzo de 1973 y permitido el regreso del líder justicialista. Ese día, Héctor Cámpora logró obtener la presidencia, luego de que el radical Ricardo Balbín reconociera la victoria del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) y evitara así una nueva derrota en el ballotage.
El peronismo volvía al poder. Pocos meses antes, el 17 de noviembre de 1972, Perón había regresado por primera vez de su exilio en España, desde donde observaba con atención el panorama político del país. Había desafiado así la cláusula de residencia que le había impuesto el dictador Alejandro Agustín Lanusse: había levantado la proscripción del peronismo y permitido el regreso de su líder, pero decretó que los candidatos tenían que estar radicados en la Argentina antes del 25 de agosto de ese año. “No le da el cuero para volver”, llegó a decir Lanusse. Perón volvió, pero cuando quiso.
En 1973, la película Juan Moreira, de Leonardo Favio, se convertía en un éxito de
taquilla. Por Canal 13 se emitía Papá corazón, un teleteatro con Andrea del Boca, y en Canal 9, Alberto Olmedo y Jorge Porcel eran Fresco y Batata. Ese año, Luis Alberto Spinetta lanzó dos discos de Pescado Rabioso, Pescado 2 y Artaud. Y Huracán, dirigido por César Luis Menotti, se consagró campeón del Torneo Metropolitano.
En lo político, crecía el entusiasmo por una nueva oportunidad democrática. Fue una “seudo campaña electoral”, como definió Perón en una carta pública en enero de ese año, pero si la ciudadanía argentina quería librarse de “una dictadura militar que azota al país hace dieciocho años”, debería “intentar, como sea, tomar el gobierno”. Y ese “como sea” no era otra cosa que votar al Frejuli: el grito “Cámpora al gobierno, Perón al poder” era la consigna explícita. Perón necesitaba alguien de confianza que le allanara el camino para su vuelta definitiva, y ese hombre no era otro que el Tío.
“Cámpora era símbolo de lealtad a Perón, pero no sólo era leal sino que era obediente”, explicó El Cruce Alicia Pierini, militante de la Tendencia Revolucionaria del peronismo en esos años y actual defensora del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
“Los candidatos son Cámpora, Antonio Benítez y Jorge Taiana –recordó el empresario Jorge Antonio en Lo pasado pensado, de Felipe Pigna, acerca de la consulta hecha por Perón-. El mejor de todos es Taiana, pero el consuegro de él es un general (en referencia a Julio Alzogaray), entonces va a ser un dominado; el otro es Benítez, un correntino taimado que después se va a querer quedar. Entonces queda Cámpora.”
El Tío, había desplazado a Jorge Daniel Paladino, en 1971, como delegado personal de Perón en la Argentina. A partir de ese desempeño, el líder sabía
que seguiría al pie de la letra sus órdenes.
A pesar de las contradicciones internas del peronismo entre aquellos que habían visto nacer el movimiento y los jóvenes que se sumaron en las décadas de proscripción, ambos sectores coincidían en que la cualidad destacable de Cámpora era la fidelidad incondicional hacia su líder. “Para quienes lo conocimos, sabíamos que no era precisamente un estadista, pero era de la cuna del movimiento y eso bastaba”, contó Pierini, quien años después fue defensora de presos políticos
y durante la dictadura militar integró el Movimiento Ecuménico por los Derechos
Humanos.
Juan Carlos Dante Gullo, dirigente de la JP y uno de los organizadores de la campaña electoral del Frejuli, describió al efímero presidente como “un hombre que supo comprender el momento histórico”.
Odontólogo afincado en San Andrés de Giles, Cámpora comenzó su carrera política
como comisionado municipal en la década del 40, fue electo diputado en
1946 y llegó a presidir la Cámara baja hasta 1952. Después de la Libertadora estuvo preso en Río Gallegos, de donde se fugó junto a otros presos políticos. Reapareció en escena en 1971, cuando Perón lo designó como delegado personal y hombre de confianza.
Con su fidelidad al caudillo supo capturar el corazón de los más jóvenes, a pesar de que no pudo obtener el apoyo total de los seguidores más antiguos. “Supo escuchar a la juventud”, destaca Gullo, quien había encabezado la campaña ‘Luche y vuelve’ para el retorno de Juan Domingo Perón, tras 18 años de exilio.
Esos pibes de pelos largos fueron los que gritaron el cántico “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, los que imprimieron y repartieron los volantes con consignas como “Liberación o dependencia”, con ilustraciones del artista plástico Ricardo Carpani.
En ese contexto, el país volvía a las urnas, diez años después de la última elección
en la que ganara el radical Arturo Illia. El sillón de Rivadavia sería disputado por
nueve fuerzas políticas, pero los principales candidatos eran el Frejuli, con la fórmula que encabezaba Cámpora, acompañado por Vicente Solano Lima, del
Partido Conservador Popular, y la Unión Cívica Radical, con el dúo Ricardo Balbín-
Eduardo Gamond.
Para esos comicios se introdujo por primera vez el requisito de ‘la mitad más
uno’, es decir que la presidencia quedaría en manos de quien superara el 50
por ciento de los votos; de no ser así, se realizaría una segunda vuelta. Los militares sabían que el peronismo era mayoría pero confiaban en que, si no reunía la mitad de los votos, podría ser vencido luego en el ballotage.
Ante la expectativa generalizada, la jornada electoral en la que participarían
por primera vez cientos de miles de jóvenes de entre 18 y 27 años se llevó
a cabo con total normalidad. “Ya sólo debe preocuparnos el futuro. Mañana
puede ganarse o perderse todo”, había afirmado en cadena nacional el dictador Lanusse, para finalizar su mensaje de manera contundente: ”En la hora de
la verdad, cada uno de ustedes –con su voto- será el que decida. Sólo ustedes.
Nada más que ustedes”.
La cifra fue arrasadora: 49,56 por ciento del electorado optó por la fórmula del
Frejuli, mientras que un 21,29 por ciento eligió a la UCR. Pese a la magnitud de la
diferencia, los números indicaban que sería necesario recurrir a un ballotage que
dirimiera la elección. Pero Balbín reconoció de inmediato la victoria peronista y renunció a la segunda vuelta. Las cartas ya estaban echadas.
En esa elección, el centro izquierda estuvo representado por la fórmula Oscar Alende (ex gobernador bonaerense por el radicalismo intransigente) y Horacio Sueldo (de una fracción progresista de la Democracia Cristiana), que recibió el apoyo del Partido Comunista y se ubicó en cuarto lugar, con el 7,4 por ciento de los votos. El trotskismo, representado por el Partido Socialista
de los Trabajadores, presentó la fórmula Juan Carlos Coral-Nora Ciaponni.
La derecha también tuvo su oferta electoral con distintos experimentos: el más
decoroso fue el que encabezó Francisco Manrique, un ex funcionario de la dictadura, que unió su Partido Federal con el Demócrata Progresista de Rafael Martínez Raymonda, y obtuvo el tercer lugar con el 14,9 por ciento; otros fueron un rotundo fracaso, como el del economista ultraliberal Alvaro Alsogaray, que creó la Nueva Fuerza y llevó como candidato al empresario Julio Chamizo (1,9 %); y el del dictador Lanusse, que integró una fórmula con el brigadier Ezequiel Martínez
y el conservador sanjuanino Leopoldo Bravo (2,9 %).
“La ciudadanía volvió a ser protagonista y pudo reencontrarse con la democracia
en uno de los días más felices”, rememoró Gullo en diálogo con El Cruce. Por su
parte, Pierini, quien por entonces festejó el triunfo en Plaza de Mayo, recordó que se vivió “una euforia maravillosa” en los alrededores de la Casa Rosada, que amanecería con la frase “Casa Montonera” pintada en una de las fachadas laterales.
Cámpora asumió el 25 de mayo de 1973. Las presencias en la ceremonia
de asunción eran todo un símbolo de las expectativas: asistieron como invitados
los presidentes de Chile, Salvador Allende (quien sería derrocado tres meses
y medio después), y el de Cuba, Osvaldo Dorticós.
Sería un gobierno de transición que tendría como principal objetivo la vuelta
definitiva del General. Pero nadie sabía cuánto duraría esa etapa. Ese día, mientras Cámpora caminaba sonriendo, luciendo su fino bigote recto por los pasillos de la Casa de Gobierno, en Plaza de Mayo se producían algunos disturbios entre jóvenes peronistas y las fuerzas de seguridad, ya que los manifestantes repudiaron e impidieron el desfile militar.
Como primera medida de gobierno, Cámpora firmó el decreto de amnistía de los
presos políticos, militantes populares que inmediatamente fueron liberados de la
cárcel de Villa Devoto, en medio de una multitud.
Así comenzaba la primavera camporista, con tensiones desde la asunción que
se prolongaron hasta el final –anticipado- del corto mandato para dejar paso a
la tercera presidencia de Juan Domingo Perón.
Otro peronismo
El paso del tiempo y los acontecimientos sucedidos a lo largo de los 18 años de
proscripción le habían dado una nueva conformación a la base electoral del peronismo. Así, dejaba de ser un partido basado mayoritariamente en los trabajadores y los sindicatos: la juventud entraba en el juego político. Y, la incorporación de este nuevo actor de peso, llevó a que se produjeran fricciones internas que se vieron reflejadas en aquel 1973: desde la elección del gabinete hasta las palabras pronunciadas en los discursos.
En las palabras que pronunció ante el Congreso Nacional el día de su asunción,
Cámpora sostuvo: “No queremos una juventud obsecuente. La queremos, por el
contrario, consciente, tenaz y protagonista de la Reconstrucción Nacional”. Ese
guiño, dado por un hombre de 64 años, a los jóvenes que formaban parte de la Tendencia Revolucionaria tendría una aclaración, pocos minutos después: “Quienes se suman hoy a nuestra marcha tienen que aceptar que el ritmo, el procedimiento y los objetivos, los fijamos nosotros, los que conocemos el punto de partida y las acechanzas del camino”.
Hombres de la derecha peronista, como José López Rega, quien asumió como ministro de Bienestar Social, convivieron dentro del efímero mandato camporista
con jóvenes cuadros ligados a la izquierda, como Esteban Righi, elegido para ocupar el Ministerio del Interior. Righi impulsó el la eliminación del Departamento de Informaciones Policiales Antidemocráticas (DIPA), y la destrucción del material archivado que daba cuenta de posibles “acciones subersivas”.
El 5 de junio de 1973 Righi brindó un memorable discurso en el microcine del
Departamento Central de Policía ante un auditorio repleto de oficiales a los cuales
les indicó que el “sometimiento que el pueblo” había padecido en los años anteriores habían “alejado” a los uniformados de la población. Si bien los señaló como “guardianes del orden” y les pidió que continuaran con esa tarea, les marcó que lo que había “cambiado profundamente” era “el orden que guardaban”.
Al respecto, ordenó que la tortura y la represión debían ser parte de un pasado que no podía, ni debía, repetirse: “El pueblo ya no es el enemigo, sino el gran protagonista. Esa es nuestra convicción y nuestra mejor garantía. Seamos dignos de ella”, manifestó.
El empresario José Ber Gelbard, fundador de la Confederación General Económica,
fue el ministro de Economía que promovió el Pacto Social, entre la CGT y esa central empresaria, que contemplaba un aumento salarial de un 15 por ciento y el congelamiento de precios. Y Jorge Taiana fue el ministro de Educación.
“Desgraciadamente, muchas contradicciones del movimiento generaron una serie
de enfrentamientos que debilitaron al Gobierno”, lamentó Gullo, quien en esa gestión fue asesor en Asuntos de Juventud.
Cámpora renunció el 13 de julio de 1973, en medio de presiones del sindicalismo
y la derecha peronista. A lo largo de sus 49 días como presidente, debió manejar
la tensión entre ambos sectores. Perón ya vivía en la Argentina, en su residencia de la calle Gaspar Campos, en Vicente López. Había regresado el 20 de junio, cuando el masivo recibimiento que se había preparado terminó en una masacre: el coronel Jorge Osinde y la dirigente Norma Kennedy, del sector lopezrreguista, coparon el palco levantado en Ezeiza y desde allí reprimieron a los sectores de la izquierda.
Junto con Cámpora dimitió su vice, Solano Lima. El vicepresidente del Senado,
Alejandro Díaz Bialet, segundo en la línea sucesoria, pidió licencia y la presidencia quedó entonces en manos de Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega. La derecha ya estaba en el poder.
Cámpora fue un hombre que “decidió ser mejor que su pasado, mejor que él mismo”, según lo definió el periodista Mario Wainfeld. Durante su breve mandato mantuvo vivo en miles de jóvenes el sueño de que el “socialismo nacional” era posible. El contraste entre su pasado y esos días en que le tocó gobernar fue sintetizado por la pluma del escritor Osvaldo Soriano, en un artículo de diciembre de 1991 titulado ‘Fotos borrosas’: “Casi toda su vida, Cámpora fue un esperpento político y, en apenas cuarenta y nueve días entró en la historia como intérprete de una trágica ilusión que pronto sería saboteada por su conductor, minada por sus aliados y decapitada por la dictadura militar”.
*Nota publicada en la edición de marzo de la revista El Cruce
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