(AUNO-Tercer Sector) Un plato con sopa al mediodía, una tarea del colegio que necesita una explicación extra, el libro que nunca se va a poder comprar pero que allí se podrá leer, talleres y recitales de grupos nacidos en el barrio. Actividades que el Grupo Autónomo de Trabajo Barrial æ#8216;ande Reta dejará de brindar, como lo hizo durante 17 meses en Almagro, debido al inminente desalojo que están por sufrir. Y como en muchas cuestiones de grandes, son otra vez los chicos los que pierden, los que se quedarán sin ese espacio en donde se expresaban con libertad y compartían junto a los integrantes del grupo sus vivencias de cada día.
æ#8216;ande Reta, que en guaraní significa “Nuestro lugar”, ya no será un espacio de la gente del barrio que participaba todos los días de los encuentros culturales, del comedor o del apoyo escolar. El próximo 7 de noviembre quedará en manos de la Justicia para su futuro remate. Pero sus integrantes no pierden la esperanza de volver al barrio en otro ámbito para seguir compartiendo con la gente el día a día. “ Tratamos y conseguimos tener otra relación con la gente. No sólo dábamos un plato de comida, sino que generamos un espacio de contención”, aseguró José Stella, integrante del grupo, a AUNO-Tercer Sector.Y el comedor también les permitió tener algo más, algo que sirvió para fortalecer las relaciones entre los que asistían a diario a æ#8216;ande Reta, que fue la sobremesa. Tiempo en que los mayores contaban historias, las guitarras comenzaban a sonar y los chicos a jugar, todo enmarcado por una mateada. La familia que se formó en æ#8216;ande hace que la despedida sea más dura, los chicos son los que más sufren, pero siempre con la inocencia y picardía que los caracteriza, no dejan de aportar ideas para palear el desalojo. “Llegaron a proponernos que dos de nosotros diera el apoyo escolar en la habitación de uno de ellos, para que el resto del grupo se encargue de buscar otra casa”, comentó Laura Quinteros, otro miembro del grupo.
Ya sólo quedan escombros y marcos sin puertas y ventanas. La resignación los llevó a vaciar la casa que consiguieron de casualidad en febrero de 2004, cuando un plomero amigo de un integrante de æ#8216;ande les prestó el lugar. Sabían que la propiedad estaba a punto de ser rematada, pero quisieron cambiar la tradicional olla popular de los miércoles en la calle por un techo que los contuviera a todos del frío y del calor. Hoy, el primer paso a dar es el de volver a las raíces, a esa actividad que los vio nacer a principios de 2002: el comedor callejero. Pero siempre en el barrio de Almagro, para no perder el contacto que se logró con los vecinos.
Más opciones no tienen, ya que no aceptaron las propuestas del Centro de Gestión y Participación para recibir un subsidio de Desarrollo Social o en los Planes de Cultura del gobierno porteño. “Nosotros no pedimos comida, sino un espacio, porque somos un grupo autogestionado. No queremos tener un comedor que diga que es del Gobierno de la Ciudad, porque sería perder nuestra autonomía”, aseguró Carolina Maure, integrante de æ#8216;ande.
Nunca estuvieron solos en este emprendimiento. Prueba de ello es que más de 1000 personas firmaron un petitorio para evitar el desalojo, pero no fue suficiente. A pesar de que la gente del barrio era la más beneficiada por las actividades que ofrecía el grupo, ellos también fueron protagonistas, porque sin los vecinos nada hubiera sido posible. Gracias a las peñas y festivales que organizaron, la antigua casa cobró vida y se transformó en ese “nuestro lugar”, que traduce el nombre del grupo. Desde los tablones de las mesas en donde decenas de vecinos disfrutaron de un plato de comida, a la biblioteca popular consultada por muchos, todo fue producto de donaciones.
Los mismos chicos organizaron la biblioteca, esa que pronto se desintegrará . El libro de socios, el de retiro, la decoración de los estantes fueron pasos hacia adelante que ellos mismos dieron sin ayuda de los grandes. Al contrario, los chicos oficiaron de promotores de esta biblioteca explicándoles el funcionamiento a quienes la visitaban por primera vez. “Ellos encontraron libertades que en otro lugar no tenían”, explicó Laura.
En este espacio todos aprendieron de todos, el descubrir cosas nuevas todos los días fue mutuo. Al grupo lo conforman miembros que tienen entre 20 y 35 años, gente joven que se preocupa y tiene proyección hacia el futuro. Los chicos aprenden de ellos, pero ellos también aprenden de los chicos. El procedimiento es mutuo y difícil, pero de estas experiencias se aprende, aseguran. “Una vez les dijimos que se vayan porque estaban haciendo mucho lío, y se plantaron en la puerta gritando justicia”, recordó Laura. Los chicos ya saben lo que quieren, que æ#8216;ande Reta no cierre las puertas del lugar en donde ellos supieron sentirse libres.
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