Lomas de Zamora, junio 25 (AUNO).- Las dudas repiquetean desde hace varios meses y se corporizaron el domingo por la tarde, ya consumado el increíble y a su vez previsible descenso a la Primera B Nacional luego de once años en la elite y de una vergonzosa e inconclusa derrota (0-3) a manos de Colón de Santa Fe. ¿Tocó fondo? ¿Terminó la pesadilla? ¿Todavía falta lo peor? Los interrogantes son infinitos porque las respuestas, ésas que tendrían que haber aparecido antes, cuando la debacle todavía lucía evitable, son difíciles de encontrar.
La caída libre deportiva, inusitada e inédita en el fútbol argentino, es consecuencia lógica del desmadre institucional. Un club que se fagocita a sí mismo, con una dirigencia partida, a la que sólo la une el egoísmo y la ambición por el poder político y la renta, sin escrúpulos para, por ejemplo, fraguar elecciones, con el guiño cómplice de una oposición que eligió caminos equivocados para justificar lo justificable y denunciar lo denunciable, y con la pasividad de muchos hinchas y socios que todavía siguen cruzados de brazos, pensando que lo propio es ajeno y que entonces, como el club es de otros, no importa.
Así está Banfield, de vuelta sumergido en el fútbol de ascenso, un castigo merecido, que no debe ser traumático y que termina siendo secundario si se tienen en cuenta todos los daños que sufrieron los cimientos de la institución. Porque no resultará gratuito todo lo que sucedió en estos años. Porque será difícil refundarse si los mismos de siempre siguen abrazados a los cargos, aferrados a la quimera de una gallina que siga poniendo huevos de oro.
La increíble parábola de Carlos Portell terminó donde empezó. La diferencia es que aquellos seis millones de pesos-dolares que allá por 1998 parecían conducir al club a la quiebra son pocos comparados con los 110 millones de pesos que, según afirman los opositores al Portellismo, aparecen por estos días en el pasivo de los libros contables, con anticipos incluidos de derechos televisivos que ya no le corresponden por haber descendido. Podrán decir los defensores de la gestión del tesorero de AFA e inspector de FIFA que Banfield vivió sus mejores años durante su gestión de casi una década y media. Es cierto que se ordenaron las finanzas y se remodeló el estadio, que ahora tiene una platea primermundista, con costos también primermundistas. Pero eso es un detalle arquitectónico que poco importa.
Sin embargo, a socio e hinchas le interesaron más las hazañas deportivas, con aventuras coperas y una vuelta olímpica incluida, que ayudaron a maquillar los desaciertos entre los dos gloriosos pasos de Julio Falcioni como entrenador, pero que no alcanzaron para disimular la acumulación de malas decisiones (¿habrán sido sólo eso?) que llevaron a desmantelar al plantel campeón y a traer, como diría Daniel Passarella, refuerzos “falopa”, que terminaron costando más que lo que pedían los héroes del Apertura 2009.
Y eso que se pasan por arriba las disputas intestinas que se repiten desde 2008, las irregularidades denunciadas, aunque nunca comprobadas, en los libros de balance, con las transferencias a Boca incluidas, los manejos poco claros en las divisiones inferiores o la complicidad con los violentos, esos que manchan con sangre las tribunas y hacen negocios con los colores de la camiseta, siempre al servicio del mejor postor.
Ahora, con el dolor a cuestas, no queda otra que empezar a construir el futuro, sin olvidar nunca las groserías del pasado para que los errores no se repitan. No caer en las tentaciones millonarias que trae aparejado el negocio del fútbol y refundarse desde la Primera B Nacional, con una dirigencia honesta. Con la idea de detener la caída deportiva, pero sin descuidar las otras actividades y disciplinas del club. Porque a Banfield lo hacen los socios y su sentido de pertenencia. Porque los pibes tienen que tener abiertas las puertas de la sede social, las del predio de Guillón y hasta las de la escuela que funciona desde este año debajo de las tribunas del Florencio Sola. Porque los chicos, los que el domingo derramaron lágrimas y todavía no tienen consuelo, son el futuro. Los que van a hacer los goles. Y los que van a gritarlos en las tribunas cuando Banfield vuelva a ser de Primera. En la cancha y en lo institucional.
AUNO-25-06-12
MFV-LDC