Lomas de Zamora, octubre 16 (AUNO).- La emergencia del peronismo dio lugar, tal vez como nunca ocurrió con otro movimiento político, a una singular y apasionada literatura a favor y contra.
Entre los textos de una belleza y ternura incomparables se hallan los que escribió Osvaldo Soriano, otro de los tantos marginados por las carreras de letras de las universidades nacionales, salvo alguna saludable excepción.
Ese escritor redactó una serie de textos en el diario Página/12 entre los ochenta y noventa, es decir dentro del período democrático reiniciado en 1983, que después pasaron al libro con el título Cuentos de los años felices.
Soriano es uno de esos tipos que generó una literatura en la que se tornan borrosas las fronteras entre ficción y el mundo de la experiencia real; entre realidad narrada y realidad vivida. No intenta separar cultura de sociedad. Los años felices son los del peronismo.
“Muchos lectores me preguntan si era tal como lo cuento ahora. Claro que sí. Ya lo dice un personaje de Armando Discépolo: ‘Hijo, si vos los soñaste, yo lo viví’”, escribe Soriano en el breve prólogo de la primera parte (11).
La organización del libro cuenta con tres partes, que desarman la cronología de la historia. La primera ocurre durante el peronismo y su posterior derrocamiento en 1955, hecho penumbroso del que se cumplen 60 años en este 2015; la siguiente le corresponde a la Revolución de Mayo, y la última entiende sobre fútbol.
El capítulo primero, que se titula “En nombre del padre”, trae el cuento más logrado de Soriano: “El peronismo de juguete”, que remite al peronismo clásico (1946-1955).
“Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al Correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas”, escribe al iniciar ese relato, para el escozor del antiperonismo (19).
En el cuento, que lo es a pesar de que no se ajusta a las directivas de Poe, amasado a pura ficción y realidad, interviene un personaje (algo así o así como pasa en cierta narrativa de Piglia) que es el padre, que es antiperonista. Aunque en el autor de Prisión perpetua el padre va preso por la fusiladora del ’55 por ser peronista.
En el caso de “El peronismo de juguete”, el padre es rencorosamente antiperonista. Se lee allí. “Para mi padre eso era un vergüenza: hacer la cola frente una ventanilla que decía ‘Perón cumple, Evita dignifica’. Era confesarse pobre y peronista” (19).
La musical prosa cuenta después: “Y mi padre, que era empleado público, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos”.
El narrador que cuenta su infancia y sus ganas de tener una pelota de tiento que tenía cualquier forma menos redonda se tuvo que contentar cuando llegó a la ventanilla con una lancha a alcohol, mientras que le llegaba por onda corta el tono ronco y melancólico del general y Evita “tenía un encanto de madre severa, con ese pelo rubio atado a la nuca que le disimulaba la belleza de sus treinta años” (20).
“Mi padre desataba su santa cólera de contrera y mi madre cerraba puertas y ventanas para que los vecinos no lo escucharan”, dice (20).
La casa perdida
En cierta literatura y comportamientos, especialmente de los últimos sesenta añosde la Argentina, parecen repetirse ciertas necedades y/o rencores fosilizados; entumecidos en el más profundo seno del espíritu humano, que es casi imposible de ser explicado con categorías políticas o instrumentos nacidos desde la racionalidad.
El comportamiento desasosegado del padre-personaje está pintado con ternura y una profunda ironía. Justifica aquello de las repeticiones no iguales pero parecidas en la historia política de la Argentina, que en este caso se da cuenta por medio de un relato, aunque tiene una profunda conexión con el mundo de la realidad: “Creo que todo, entonces, tenía un sentido fundador”, escribe.
“Cuando cumplió cuarenta años en los tiempos de Perón le dieron un crédito para que se hiciera una casa en San Luis. Luego, a la caída del general, la perdió, pero seguía siendo un antiperonista furioso”, dice el narrador. (20).
Si bien es el peronismo el que estructura el relato, la pelota de fútbol es el juguete básico que también aporta al tejido de la escritura. “Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que nos guía desde el cielo’. Y firmaba Perón, de puño y letra”. Y después dice: “La pelota era de tiento, flamante, como la que tenían los jugadores en las fotos de _El Gráfico_” (21).
Caído Perón, el personaje infante empieza a trabajar en una empaquetadora de manzanas, conoce a los anarquistas, hacen huelgas, la policía los sablea por “peronistas”, dejar de preocuparse por Perón.
El último párrafo se instala en la realidad política de la Argentina de los ochenta y que calza muy bien también para la década siguiente. Leemos al final: “No volvía a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo”. Un impecable final. No está mal.
El escritor nació el 6 de enero de 1943, en Mar del Plata, y murió el 29 de enero de 1997, en Buenos Aires.
Bibliografía
Osvaldo Soriano, Cuentos de los años felices, Buenos Aires, Seix Barral, 2012. La primera edición es de 1993.
AUNO-17-10-15
HRC