Mi Mundial ’86 se jugó de local en el departamento de Silvinita Sáenz. No retengo por qué la llamábamos en diminutivo. Me acuerdo que se dejaba el guardapolvo de la escuela cuando llegaba a la casa: decía que estaba más cómoda así.
No sé por qué íbamos ahí a ver el Mundial; no estoy seguro. Sería porque el departamento estaba en el centro de Lomas, en la calle Portela, a una cuadra de la calle Sáenz. Silvinita tenía un apellido que podía ser antecedido por un “los”: “Los Sáenz”. No era para cualquier apellido. Gente patricia. Y uno ahora podría pensar que en el departamento podía haber, como mínimo, un televisor más grande, y que el televisor estuviera conectado a los parlantes del equipo de audio, algo perfectamente extraño para le época.
Más allá de todo, seguro que estos Sáenz debían ser de esa gente a la que le gustaba que fuera otra gente a la casa cualquier día; que se quedara las horas que quisiera, incluso a dormir, sin suministrar demasiados datos. El departamento era grande, debían tener siempre coca en la heladera, y como nosotros íbamos siempre, íbamos cualquier día, a ver videos, o videoclips, como ese año había coincidido que además era el Mundial, entonces también íbamos a ver los partidos.
Mi amigo Pablo, a quien consulté por este tema, dice que ese de Lomas era “un departamento de Barrio Norte”. Eso es opinable, por supuesto, pero orientativo.
Otra cosa que dice —más concreta— es que también iba a ver los partidos uno que se llamaba “Silver” y decía que era tenista (atención), y otro que se llamaba “Mandi”, o “Mandy” (sin motivo aparente). A lo mejor “Silver” y “Mandi” o “Mandy” eran compañeros de división de Silvinita, que era un año más chica (Y por eso lo de Silvinita).
Por alguna excepción, o porque era el primero (algo excepcional) el partido con los coreanos, no lo vi ahí. Uno no se acuerda entero ningún día de su vida, ni siquiera de los más importantes (Como el del sorteo o la revisación de la colimba, por pensar en otros días cruciales de 1986). Pero el día con los coreanos debe haber sido bueno en general porque sí me acuerdo algunas cosas: que no fui a la escuela, que vi el partido en mi casa, y que después fui a jugar al papi fútbol al club Cultural. Si pienso en el partido con los coreanos enseguida se me arma en la cabeza la imagen del gol de Ruggeri, y a continuación, una escena mía caminando por la calle Molina Arrotea para el lado del club.
A continuación veo una fábrica de soda que está en esa calle: los vidrios habilitan una contemplación de la marcha de la línea de embotellado, de efecto hipnótico. No sé si la fábrica de soda ya estaba durante el Mundial; yo la veo porque ahora sí está, pero la veo por un filtro, a través de otro vidrio, la franja de los sedimentos que deja el agua cuando baja en una pecera, el color de los ’80.
Por cumplir, el día contra los coreanos mi mamá seguro que a la noche me dijo: contale a tu papá que hoy faltaste al colegio “para ver el partido del Mundial”. Si decía el “partido de Argentina” le levantaba el precio, y tonta no era. Mi papá, para seguirle la corriente habrá forzado alguna cara seria. No porque yo mereciera nada: no era un estudiante deficiente, ni un gran faltador (Y era grande, por otra parte.)
Me parece que Cocho, el padre de Silvinita Sáenz, era un abogado. Según Pablo, me parece mal: tenía una empresa de no sabe qué “software”.
No lo recuerdo con nitidez. Si hago el esfuerzo mental veo la cara de Salvador Benesdra en la solapa de El traductor. A lo mejor usaba una camisa parecida.
La vida es así. O fue así. Mis goles en vivo de Maradona contra los ingleses de fueron con Cocho.
Supongo que el festejo del primer gol se habrá enrarecido, o seccionado, por la confusión de la mano imposible de ver. Sobre el segundo, le debo a Cocho haber atravesado los segundos siguientes casi en un estado de perturbación.
Cuando Maradona corría hacia arriba de la pantalla con Burruchaga atrás, Cocho se retorcía en el piso, como un loco trastornado, braceando sin agua sobre la alfombra de su departamento de Barrio Norte en Lomas. Y después boca arriba, gritando, rabioso, insaciable.
Una desmesura que me produjo un rechazo trepidante. (con todas esas cosas juntas, en ese lugar, en ese momento que no es este, con las cosas separadas, o vueltas a juntar por el efecto benéfico del tiempo) viví algo equivalente a la angustia, o demasiado cercano. Las generaciones que se perdieron aquella experiencia en vivo del mejor gol de la historia tienen que creerme: no soy yo a quien tienen que envidiarle nada.
Victorias de Argentina en el mundial México 1986 timeline.
Pablo dice que Cocho también terminó arrodillado, brotado, con el tiro de Tapia en el palo, ese mismo día contra los ingleses. A los belgas me parece que también le ganamos con él.
A los alemanes no. El 29 de junio de 1986, en el Saba Ultracolor con botones de mi casa (el televisor de Cocho tenía control remoto) Argentina salió campeón del mundo por última vez. Yo tenía 17 años.
AUNO 14-06-16
LOT-MFV