“Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que, en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero”, les aseguró un marino a un grupo de gremialistas a días del golpe contra Perón, en setiembre de 1955.
Los investigadores le atribuyen esa frase a un ignoto capitán de navío llamado Arturo Rial, fallecido en 1981. Lo importante, en definitiva, no es quien la dijo, sino lo que implicaba e implica ese poder de condensación de un proyecto político.
Esas expresiones iban contra de lo que se había establecido unos años en materia de educación superior: el fin del arancelamiento y el ingreso irrestricto a las universidades públicas.
Era también la fusiladora sin el disfraz de libertadora, porque la frase había sido lanzada cuando todavía en la Casa Rosada estaba el general golpista conciliador Eduardo Lonardi, en cuya proclama había señalado: Sepan los hermanos trabajadores que comprometemos nuestro honor de soldados en la solemne promesa de que jamás consentiremos que sus derechos sean cercenados.
De esa manera firmaba su sentencia política a manos de sus propios compañeros de correrías golpistas. Había asumido el 23 de setiembre de 1955 y el 13 de noviembre del mismo año estaba afuera de la Rosada. Un golpe dentro del golpe.
La de Rial no era una mera anécdota. Era y es la esencia del proyecto de los “hijos, nietos y bisnietos de asesinos”. El texto genealógico es de Ricardo Piglia. Está en Respiración artificial y en Prisión perpetua. Sin explicitarlo, es una réplica a la escrita por Borges en El tamaño de mi esperanza: “soy nieto y hasta bisnieto de estancieros”.
Aquella contundente frase del marino, dicha bajo la todavía húmeda república a raíz de “la caída de las épicas lluvias de setiembre que nadie olvidará”, (verso de Borges, que celebra a Rojas y Aramburu), es el centro del proyecto político que se traían entre manos entre bombardeos y fusilamientos.
Rial, acaso un vocero desbocado de sinceridad, tira de un plumazo todo el armazón discursivo de la fusiladora sobre libertades cívicas, derechos y rescates de la república, entre otras falsedades de ese penumbroso tiempo.
Aquella tenebrosa aserción de Rial podría ser equiparada con la actual menos ingeniosa: “agarrá la pala” propalado por usinas macristas. Hubiera sido mejor: “agarrá los libros” o “andá a la universidad”. No, porque ellos quieren también que el hijo del cavador de zanjas muera cavador de zanjas.
La conquista más grande
Casi seis años antes de la frase de aquel marino, el presidente Juan Domingo Perón establecía, el 22 de noviembre de 1949, el fin del arancelamiento de los estudios superiores por medio del decreto 29.337.
A raíz de esa fecha, se creó el Día de la Gratuidad de la Enseñanza Universitaria a través de la ley 26.320 aprobada en 2007.
Perón, todavía exiliado en España, se refiere a la gratuidad universitaria, que había establecido: “En la Argentina, en nuestra época, había cuatro millones de población estudiantil. De esos cuatro millones, sólo 300 mil hacían los estudios secundarios. De manera que, desde la primaria a la secundaria, ya había un descarte de 3,7 millones de estudiantes. De esos trescientos mil secundarios iban a las universidades no más de cien mil.
¿Qué pasaba con esos tres millones largos que al terminar la escuela primaria no podían ir al secundario porque no tenían medios? Porque la enseñanza era cara y ninguno de ellos podían seguir los estudios superiores.
Nosotros no teníamos delincuencia juvenil, porque en Buenos Aires había más de 50 mil muchachos que iban a los clubes. Esos clubes los hacía el Estado y los administraban los vecinos.
Se contempló un panorama de conjunto y se hizo la conquista más grande. La universidad se llenó de hijos de obreros, donde antes estaba sólo admitido el oligarca. Porque el oligarca pone altos aranceles en las universidades y entonces sólo puede ir el que puede pagar. Nosotros suprimimos todos los aranceles. Sin derecho de exámenes ni nada. Era totalmente gratis, porque el Estado pagaba todo”.
Ciencias, artes y técnicas
En los considerando del decreto de 1949, se argumenta:
El engrandecimiento y auténtico progreso de un Pueblo estriba en gran parte en el grado de cultura que alcanza cada uno de los miembros que lo componen.
Por ello debe ser primordial preocupación del Estado disponer de todos los medios a su alcance para cimentar las bases del saber, fomentando las ciencias, las artes y la técnica en todas sus manifestaciones.
Atendiendo al espíritu y a la letra de la nueva Constitución es función social del Estado amparar la enseñanza universitaria a fin de que los jóvenes capaces y meritorios encaucen sus actividades siguiendo los impulsos de sus naturales aptitudes, en su propio beneficio y en el de la Nación misma.
Como medida de buen gobierno, el Estado debe prestar todo su apoyo a los jóvenes estudiantes que aspiren a contribuir al bienestar y prosperidad de la Nación, suprimiendo todo obstáculo que les impida o trabe el cumplimiento de tan notable como legítima vocación.
Dentro de la Nación y de acuerdo con la misión específica que la ley les impone, son las universidades especialmente, las encargadas de difundir la cultura y formar la juventud.
Es una forma racional de propender al alcance de los fines expresados en el establecimiento de la enseñanza universitaria gratuita para todos los jóvenes que anhelen instruirse para el bien del país.
Sencillamente se trataba de que el hijo del barrendero, si así lo quisiere, pudiera convertirse en ingeniero, médico, periodista, escritor, docente o técnico hidráulico.
AUNO-30-10-19
HRC-SAM