Lomas de Zamora, 10 de diciembre (AUNO).- En la parte de atrás de Ceta Teatro, un depósito es transformado en alma de escenario. Allí las luces apuntan y los actores deciden darle vida a la obra “Lágrimas de pez” bajo la dirección de Nicolás Blandi. Un espacio reducido en el que se sitúan tres ambientes muy diferentes entre sí pero que poseen una misma esencia, una misma estética, que hace que se compaginen perfectamente en una historia de encuentro y desencuentro.
Una entrada adornada por el artista plástico Roberto Cortés— será el símbolo del quiebre de una pareja, cuando Lisandro (Emiliano Dátola)llega a sus vidas para ser el nuevo amor de Clara (Sol Busnnelli). La obra, de La Forma Producciones y Ceta Teatro, tomará ese conflicto y lo llevarlo a su máxima potencia; lo que ya consiguió su participación en el Encuentro Regional de Teatro Independiente.
En el centro, un living, con una escalera que conduce a un cuarto matrimonial imaginario y una pequeña mesa central, es donde suscitarán las charlas más profundas y también las más insólitas entre la pareja, el nuevo pretendiente y la amiga de Clara, Marcela (Deborah Palladino). Ese espacio será el punto de inicio de esta historia de amor entre Juan (Federico Negri) y Clara que, paradójicamente, parece haber llegado a su fin. Ese choque constante de personalidades opuestas, de mundos diferentes, mantiene la expectativa en sábado a las 21 de una sala llena que, sin esperarlo, deja soltar pequeñas carcajadas de alegría a cada momento.
Por un lado, Negri interpreta a un hombre callado, sumiso y sin mucha expresividad en su rostro; mientras que Busnnelli es un volcán a punto de hacer erupción, una mujer con un carácter fuerte, que no teme decir lo que piensa y que busca respuestas constantemente por parte de su pareja.
Algo que en su momento parece haberlos unido, hoy los separa y los coloca a ante un nuevo problema ¿Cómo separarse? Una nueva búsqueda, en esa etapa de indecisión que no vendrá solo, sino que de la mano de los personajes de Marcela, la amiga deportista, y Lisandro, el nuevo amor comprensivo y egocéntrico de Clara, que intentarán empujarlos para un extremo u otro.
La luces, pensadas por Gabriel Raso, se prenden y apagan, marcando el otro rincón de la escenografía: un baño, que es más utilizado como centro de reflexión, de llanto y discusión, para que estos cuatro peculiares personajes, con un cigarrillo en la mano, puedan descargar todas sus furias y miedos y al fin tomar una decisión.
Una idea que no deja cabos sueltos, pensada desde principio a fin. Una producción que permite identificarse con cada uno de los personajes y que lograr que espectador transite varias etapas de amor, tristeza, odio y alegría. Una obra que, más que lágrimas de pez, provoca lágrimas de risa.
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JD-SAM