Lomas de Zamora, junio 28 (AUNO).- La escena se repite en el final de cada temporada del fútbol argentino. Un grupo multitudinario de hinchas asiste con desconsuelo al descenso del equipo de sus amores, embargados por un sentimiento de tristeza que rápidamente se convierte en un impulso iracundo; un arrebato colectivo de violencia con el que se pretende vengar una dolorosa realidad deportiva.
Y es que perder la categoría en Argentina se vive como una tragedia; una ofensa al honor; una mancha en la historia; una herida que permanece abierta por siempre. Pero quienes padecen de esta forma la ocurrencia de una derrota parecen olvidar que en su inconmensurable nobleza, el fútbol, a la larga, siempre otorga la posibilidad de una revancha.
En cambio, muchos aficionados prefieren ser dominados por el morbo y la exasperación —que aguijonean algunos comunicadores— en vez de entender con madurez de que se trata simplemente un juego, que más allá de las pasiones que despierta, no puede costarle la vida a ningún ser humano.
Los incidentes registrados el domingo pasado en el barrio porteño de Núñez, tras el descenso de River prueban una vez más que el fútbol representa para muchos aficionados una forma de compensar las frustraciones de una vida plagada de sinsabores. Así, el sentido de lo lúdico se pierde por completo y se legitima una violenta concepción: ganar es lo único que importa.
Cambiar esta tendencia requiere un enorme esfuerzo cultural, en todos los niveles de la sociedad. La dirigencia de la AFA debería dar el puntapié inicial con una medida que contribuiría a desdramatizar los campeonatos. Suprimir las Promociones –una instancia cargada de tensión y de dudoso valor deportivo— y anular el sistema de promedios para que desciendan los últimos tres de la tabla de posiciones, en función de los puntos acumulados a lo largo de una temporada, serían los primeros pasos en el largo camino que se debe recorrer para que los hinchas vuelvan a disfrutar del fútbol.
AUNO-28-06-11
LDC
