Lomas de Zamora, septiembre 9 (AUNO).- Tres años antes de que Soda Stereo comenzara a cambiar el imaginario latinoamericano del rock, en 1981, Luis Alberto Spinetta daba a una Argentina en plena dictadura una de las piezas más sutiles de su obra, Los niños que escriben en el cielo. “La herida de París”, se convirtió entonces en una de las canciones más emblemáticas del cancionero spinetteano y un favorito de los fanáticos, entre los que se contaba un joven de 21 años que empezaba a dejar el estudio por la música: Gustavo Cerati.
Treinta y tres años después, ese chico es la herida de Buenos Aires. Cambió junto a sus amigos Hector ‘Zeta’ Bosio y Charly Alberti el paradigma del rock latinoamericano, musicalizó la vida de millones de personas desde Tijuana a Ushuaia y desarrolló una obra que evolucionó desde el calor de las masas hasta la indagación poética de la alquimia existencial.
El acto reflejo de Buenos Aires, la ciudad de hombres alados y cúpulas sangrantes que Cerati también contribuyó a mitificar, fue homenajearlo al instante con la programación de sus radios y los letreros de sus autopistas y subtes. Ya por la noche, la Legislatura porteña se abrió para que todo aquel que se hubiera sentido tocado por su música pudiera concentrar los últimos cuatro años de silencio en un segundo de despedida final.
Arriba el sol, abajo el legado que escapa a los siete discos editados por Soda Stereo y sus cinco álbumes solistas; más allá de ser el eslabón entre Federico Moura y Adrián Dárgelos, las creaciones de Cerati pusieron a la Argentina a la cabeza del rock en habla hispana, crearon un horizonte para camadas de músicos nuevos que apostaron por innovar y demostraron que supeditar el interés artístico por sobre los demás intereses era una cuestión de talento y esfuerzo. Porque del industrial Doble Vida (1988) —craneado junto al productor insignia del mainstream de la época, Carlos Alomar— al fogonero Canción Animal (1990) y a la nebulosa distorsionada de Dynamo (1992) pasaron apenas cuatros años.
Cuarenta y ocho meses en los que Soda Stereo capitalizó el bagaje ochentoso que los trajo al mundo de la mano de The Police, Bowie y XTC, avanzó y se inmortalizó en el imaginario colectivo a fuerza de rocanroles multitudinarios y timoneó instintivamente hacia los sonidos de vanguardia en un giro que le valió el desentendimiento de la crítica y de no pocos fanáticos acostumbrados al brillo ochentoso o al hit de música ligera.
Esa costumbre se vuelve obsesión en los discos solistas de Gustavo Cerati, todos registros de una voluntad experimental sobre la que no hizo mella el cuestionamiento de la crítica o el difícil acceso a la masividad Stereo. “Una vez vi un disco mío a diez pesos, me dio vergüenza y me lo compré”, había bromeado una vez sobre el destino de Amor Amarillo (1993), primera aventura en soledad que lo encontró rezándole a la vida y a la paternidad con un rosario de canciones como “Lisa”, “A Merced” o “Amor Amarillo”.
El coqueteo electrónico del álbum quizá se deba a los meses de trabajo con Daniel Melero, viejo conocido con el que lanzó en 1992 –-al mismo tiempo en que se grababa Dynamo— el siempre en off side Colores Santos, un disco de otra década y de otras latitudes.
Esa atracción por la paleta de sonidos y los caminos que abrían las máquinas fue clave para la concepción de Bocanada (1997), un disco que derrocha cultura rock en los samplers que vehiculizan muchos de los tracks y que abre una profunda brecha poética. El Cerati lector traduce con sutileza moderna las inquietudes de Jorge Luis Borges sobre el discurrir simultáneo de los tiempos y la inquietud ante lo infinito. “Aquí y después” es tal vez el ejemplo más concreto del impacto borgeano sobre un álbum que reescribe –-o samplea— todo el tiempo su historia y que transcurre en un elegante sueño azul de 70 minutos.
A pesar de la comodidad que se percibe en Bocanada, Cerati vuelve poco a poco a las guitarras y los riffs en Siempre es Hoy, un álbum en el que el músico curiosea, a lo largo de 17 canciones, por ritmos como el tango, la chacarera y las variables ligeras y crudas del rock. El disco de 2002 fue el último hito electrónico en su discografía; contó con una ecosistema de loops, samplers y scratches cortesía de Javier Zuker, Leandro Fresco y Flavio Etcheto, todos habitués del universo Cerati, que le dieron un sello fresco y hasta bailable al álbum.
Durante finales de los 90 y principios del nuevo milenio, el rock barrial había sido la nueva plataforma impulsada por la industria y Cerati había elegido –-amén de un palco vitalicio en la platea de los “putos”— una impronta más vanguardista. Había sido electrónico cuando quiso serlo y se había alejado del calor de las masas en busca de la fusión precisa entre pulso y máquina que se aprecia en Siempre es Hoy.
Fue hora entonces de retornar a las canciones animales, y con Ahí Vamos (2006), el músico de Villa Urquiza puso sobre la mesa los discos de los 70 que lo hicieron agarrar una guitarra por primera vez, convocó a viejos lobos de mar como Richard Coleman o Gustavo “Bolsa” González, y volvió al temblor. Después del éxito de canciones como “La excepción”, “Al fin sucede”, o la balada “Lago en el Cielo”, Cerati regresó a las multitudes y a encabezar las grillas de los festivales porteños.
Tras el éxito de Ahí Vamos, otra vez decidió bifurcar el camino que bien había desandado y en 2009 editó Fuerza Natural, su último disco. Allí se descubre un vértice country en la geometría ceratiana y, además del rock a fuego medio marca registrada del autor, hay lugar para la psicodélica “He visto a Lucy” y la delicada pausa de “Sal”, escrita en conjunto con el montegrandino Adrián Paoletti. Fue en el decimotercer show de la gira “Fuerza Natural”, que lo llevó ante muchedumbres de todo el continente, cuando sufrió un accidente cerebro vascular que lo dejó en coma durante los últimos cuatro años.
Hasta ese impasse, una mirada retrospectiva de su música arrojaba, más allá del éxito arrollador en las dos etapas con Soda Stereo, una motivación artística basada en la exploración, el don de poner un estribillo en boca de todo un continente y una preocupación por lo trascendental que se esconde a lo largo de su discografía solista y emerge en canciones como “Vivo”, “Río Babel” y “Cactus”.
Durante los últimos cuatros años de silencio, una nueva generación de fans se acercó a sus discos, garantizó su legado y acrecentó su figura, que el viernes cruzó por última vez Buenos Aires dejando a su paso seguidores atónitos, balcones de luto, cenizas de rosas.
Recorré la obra de Cerati en una línea de tiempo interactiva:
http://www.tiki-toki.com/timeline/entry/330040/Discografa-de-Gustavo-Cerati/
JJR-AFD-MFV
AUNO-09-09-14