Monte Grande, marzo 05 (AUNO).- Decenas de botas de lluvia se abren paso en el humedal de la Reserva Integral y Mixta “Laguna de Rocha”. Lejos quedaron los ruidos de los coches, y ahora sólo se oyen pájaros que van y vienen mientras una señora sigue su vuelo con unos binoculares. No parece que se trata de Monte Grande ni que sean sólo veinte los minutos que separan a la estación de tren del espejo de agua que se revela ante los ojos de los caminantes.
Casi 100 hectáreas de bosque, arroyos y pastizales comprenden el ecosistema del predio. Allí conviven en medio de una flora silvestre reptiles, 141 especies distintas de aves e insectos. “Los arroyos Ortega, Medrano, Guillermina y el Triángulo atraviesan la zona. Es una lástima que esas aguas corran contaminadas por afluentes cloacales”, explica Martín Farina, integrante del Colectivo Ecológico “Unidos por Laguna de Rocha” que organizó el fin de semana pasado un campamento para sensibilizar sobre las problemáticas medioambientales de la reserva.
“Esperamos en unos años contar con una planta de tratamiento para este tipo de desechos”, comenta Farina mientras cae la noche y la ruta va dejando atrás el pastizal. Ahora en el fuego se calientan unas cacerolas y sobre la mesa principal cientos de dedos se hunden en la masa de una pizza, en un ritual artesanal de amasado para la cena.
Durante el fogón, una mujer toca la guitarra y se escuchan las estrofas de “El arriero va” que despedaza el aire denso que dejaron un par de leyendas querandíes –fueron los primeros habitantes del la laguna— y otras historias de terror. Entre chistes y anécdotas, una lluvia madruguera apaga el fuego, calla los tambores y mueve a los desvelados a seguir la noche en el reparo de sus carpas.
Por la mañana, las familias se adentran de nuevo en el humedal, esta vez por un camino más silvestre y que de a ratos, requiere del trabajo en equipo para sortear depresiones y plantas espinosas. Pájaros con cola roja y “picos de plata” se dejan ver en lo alto de algún árbol, por el agua se pasean patos negros y marrones, y toda una nueva fauna se despliega en la calma del pastizal.
Al volver al campamento, una feria de comidas artesanales, coloridos accesorios y plantines esperan a los expedicionarios en el “El Puente Verde”, un centro de producción que forma y da trabajo a decenas de jóvenes en situación de vulnerabilidad.
La tarde encuentra a las familias con mates y bizcochuelos, algunas señoras comparten fotos de aves y unas nenas juegan en el piso con los gatitos del lugar. Las zapatillas que se embarraron en el humedal ahora retomarán la ruta y volverán al cemento. Mientras tanto, en las profundidades de Monte Grande, seguirá su ritmo el otro mundo, el de arroyos, madrigueras, nidos y bosques, que un grupo de idealistas seguirá luchando por preservar.
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LP-SAM