After Luca

El cambio que generó Luca Prodan en Argentina, donde arribó en 1981, fue más allá de lo musical. Símbolo de la marginalidad y de la rebeldía, al frente de Sumo, instauró un modo de ver el mundo. A 23 años de su muerte, despierta la misma fascinación. Y este año el público se “reencontró” con él, ya que puede visitar la casa en la que pasó sus últimos días, devenida centro cultural.

Lomas de Zamora, diciembre 22 (AUNO).- “Siempre atravesando vidrios en habitaciones de otros”, Luca Prodan llegó a la Argentina en la década del ’80 y atravesó algo más que vidrios de este lado del charco. Nació en el seno de una familia de clase alta, en Roma, el 17 de mayo de 1953. Sus padres eran Mario Prodan y Cecilia Pollock, y fue el tercero de cuatro hermanos. Conoció la vida de la alta sociedad europea, hasta caminó por los pasillos del colegio Gordonstown, de gran prestigio en Europa, del cual se escapó para recorrer el continente.

En la Argentina —adonde llegó en 1981—, Luca conoció a los músicos Germán Daffunchio y Alejandro Sokol y juntos comenzaron a escribir canciones como “Regtest” y “Night & day”, que serían las primeras creaciones de la banda que luego se conformaría bajo el nombre Sumo con la incorporación de Diego Arnedo, Roberto Petinatto, Ricardo Mollo y Alejandro Troglio. Antes, Prodan había grabado como solista, material que se editó en la década del ’90, en Perdedores hermosos (1996) y Time, Fate, Love (1997).

“Alguien me preguntó: ‘¿Qué es Sumo?’ Es una pregunta estúpida… Es como preguntar, ¿qué es tu zapato?, ¿qué carajo respondés? Entonces yo le dije: ‘Sumo es algo que hace tu abuela cuando no tiene nada que pensar”, contó una vez, con la lucidez que lo caracterizaba y ese afán de dar vuelta los sentidos establecidos.

Durante los cinco años de vida en la escena local, Sumo grabó cuatro discos: Divididos por la felicidad, fue el primer disco oficial editado en 1985, que contiene temas como “La rubia tarada” y “Mejor no hablar (de ciertas cosas)”. Luego vino Llegando los monos, editado un año más tarde, que incluye “Heroína” y el clásico “Los viejos vinagres”. Cuatro mil personas asistieron a su presentación en Obras Sanitarias. En 1987, Sumo grabó After chabón y dos años más tarde apareció Fiebre, disco que se editó luego de la muerte de Luca.

El 20 de diciembre de 1987 Sumo dio su último concierto en el estadio del Club Los Andes, un show en el que antes de cantar su versión de “Fuck you”, Luca dijo: “Ahí va la última”. Y fue la última.

El 22 de diciembre de 1987 Luca fue encontrado muerto en su casa a causa de una cirrosis hepática producida por el consumo de ginebra, problema que venía acarreando y al que se refirió en más de una oportunidad. “Nunca pensé que la ginebra fuera el elixir de la vida, más bien es el elixir de la muerte”, dijo en un reportaje. Con el fin de Sumo, Las Pelotas y Divididos albergaron a ex integrantes de la banda y siguieron caminos musicales marcadamente diferentes.

Hace 23 años Luca abandonó el mundo y dejó la escena del rock para convertirse en un mito y en un símbolo de la rebeldía, también de la marginalidad elegida. Él, que alguna vez se confesó con humildad como un visionario, parecía saber lo que le depararía el destino. “Aquí hay demasiada seriedad. Todos quieren ser profesionales. Y se olvidan que el rock es una locura y que los que hacen rock son locos.” (ver “Tom Lupo “Nunca lo encontré borraho”“:/article/nunca-lo-encontre-borracho-a-luca/

NO ACABES
Más de 4 mil personas asistieron a Obras en 1986, la misma cantidad que se juntó el 17 de mayo de este año en la puerta de “Lo de Luca” —corte de calle incluido—, la casa en la que el ídolo pasó los últimos meses de su vida. Marcelo Otero, de 35 años, nunca vio a Sumo en vivo pero es fanático. La historia de cómo terminó viviendo en la casa de Luca y convirtiéndola en centro cultural comienza en una casualidad: un buen día compró un auto usado y le dieron mal la dirección del registro para hacer la transferencia. Justo cayó en Alsina 451, en la puerta del viejo conventillo-caserón. Sumida en el abandono y al borde del derrumbe: así estuvo la casa, mítica por demás —Niní Marshall pasó también por allí— durante veinte años. Tenía colgado el cartel de “se alquila”; un año y medio lo tuvo. “Llamé de curioso, para verla por dentro”, cuenta Otero en diálogo con AUNO. “Se ve que no le interesó a nadie.” Al otro lado del teléfono se escucha “Nextweek” y el murmullo de los seguidores de Luca reunidos para un homenaje.

El plan del dueño del caserón era instalar un hostel, así que Marcelo, en compañía de su amigo Ramiro Videla, incurrió en una pequeña mentira (_“mentira, mentira, ¿a dónde fuiste?”_). “No querían saber nada con Luca”, recuerda. La mentira se fue a la nada misma, porque enseguida el dueño, de 93 años, se entusiasmó con la idea. Su miedo era que el lugar terminara siendo “una borrachería”. Tras tres años de restauración —de pisos y paredes— el viejo conventillo pasó a ser lo que es hoy el día en que Luca hubiera cumplido 57 años. Además de funcionar como restó-bar, abre sus puertas con una variada propuesta cultural: hay ciclos de cine —hoy y mañana se proyectará Luca, de Rodrigo Espina (ver ““Con Luca era imposible aburrirse”“:/article/con-luca-era-imposible-aburrirse/ )—, muestras de fotografía y arte plástico y teatro independiente.

“Le íbamos a poner ‘La casa de Luca’, pero Rolo —vecino y seguidor de él—, que terminó siendo su amigo y lo quería mucho, dijo que Luca decía que la casa no era de él porque era el único que no pagaba el alquiler”, detalla Marcelo. Cuando llegaron la casa se venía abajo: es una de las más viejas de la Ciudad de Buenos Aires, data de 1744. “Ésta y la de al lado son las únicas de la cuadra que no pertenecen al gobierno de la Ciudad y tienen el techo original, no restaurado”, comenta Otero.

Luca murió en 1987 y, según relata su admirador, los inquilinos que quedaban la abandonaron, por la tristeza. Otero y Videla llegaron convencidos de que querían instalar un centro cultural. Tuvieron que vender todo, incluso el auto que condujo a Marcelo hasta la casa de su ídolo.

Hoy cualquiera puede visitar la habitación en la que Luca dormía. “Entrás y te pone la piel de gallina. Está restaurada. La pintamos del mismo color. Tiene un altillo, donde él dormía, en una cama y no en un colchón como dicen todos”, detalla Otero. “Hay una arcada, una media ventana que no tiene vidrio. Llueve y entra agua. Silvia (la última novia de Prodan) nos contaba que ella ponía un nylon pegado. Los techos son altísimos. Cuando vivía acá, con frazadas y tres estufas me moría de frío. No me quiero imaginar lo que fue en ese momento.” En efecto, cuenta Otero que Luca conquistó a Silvia amparado en su frío: “Le fue a pedir una estufa, subió y no bajó más”.

El fantasma de Luca sobrevuela en esa casa y Otero se dedicó a perseguirlo por todas partes. Como buen fanático, se llenó de información. “Luca y los que vivían acá tenían una vida pobre. Cocinaban con una estufa que tenía Silvia. No tenían para comer y para mantener la casa, menos”, cuenta Marcelo. “Lo que me sorprendió es que Sumo no era una banda underground como para que Luca estuviera así. ¡Le daban de comer los vecinos!”, agrega. Y sigue explayándose en las anécdotas que fue recopilando desde que se instaló ahí (ahora ya no vive en ese lugar, nomás trabaja): “Por ejemplo, me enteré que los ex Sumo no vinieron nunca. Luca estuvo un año acá y ellos vinieron sólo cuando murió. Martín, un chico que vivía en la habitación contigua a la de Luca, me dijo que nunca nadie tocó el timbre para visitarlo”.

Hace dos años, la casa de Alsina 451, en el barrio de San Telmo, fue declarada sitio de “Interés Cultural” por la Legislatura porteña. Seguramente, eso a Luca —¡que es ciudadano ilustre de la Ciudad!— no le habría importado. “Está re bueno que toda la gente pueda entrar. La casa está escrita como cuando la alquilamos. Hoy puede ver la peli de Espina acá. Hay muchas escenas de esta casa, y se pueden ver en el mismo patio.”

JDA-MDY-AFD
AUNO-22-12-10

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