Lomas de Zamora, junio 14 (AUNO).- Hace 25 años, el 14 de junio de 1986, en la ciudad suiza de Ginebra ponía punto final a su vida un tal Jorge Luis, que solía veranear en la casona de Plaza Almirante Brown 301, en la aristocrática Adrogué en tiempos en que aún existía el hotel Las Delicias. En esas estadías sureñas, el niño escuchaba con atención las historias de malevos pendencieros y malvivientes, empeñados en destacar su guapeza por sobre la del resto.
Años más tarde, el niño Jorge Luis dejaría de ser tal y pasaría a ser un afamado escritor que plasmaría en algunas de sus obras su infancia en aquel sur lejano. Fue así como concibió el poema Adrogué, que incluye ilustraciones de su hermana, Norah.
En la obra que le dedicó al destino de esos veranos, Borges rememoraba cada detalle, cada esquina, cada edificio, cual Funes, el memorioso. “Más allá del azar y de la muerte/ Duran, y cada cual tiene su historia/ Pero todo esto ocurre en esta suerte/ De cuarta dimensión, que es la memoria”.
“Cuando digo que mi ceguera principalmente me hace extrañar a Adrogué, lo hago pensando en sus árboles y sus calles solitarias”, lamentaba el escritor, quien siempre tuvo problemas de vista hasta perderla definitivamente a los 55 años.
Los años de infancia que Jorge Luis pasó en el poblado aristocrático fueron en una “residencia propia: una vasta construcción de una planta, con terrenos, dos cabañas, un molino de viento y un peludo ovejero marrón. Adrogué era entonces un remoto y apacible laberinto de casas de veraneo rodeadas por verjas de hierro, con parques y calles que irradiaban de las muchas plazas. Impregnado por el ubicuo aroma de los eucaliptos”.
De todas las historias de “soberbios cuchilleros” que solían contarle al niño Jorge Luis se destacaban la de los hermanos Nilsen, a quienes describe en el cuento La intrusa: “Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos”.
Pero no sólo Adrogué visitaba ese tal Jorge Luis, sino que también estuvo en ocasiones en Lomas de Zamora, donde visitó El estaño de los Iberra, aquella familia que tuvo algunos encuentros violentos con los Nilsen. En 1961 participó de una ceremonia en el distrito, tras la cual pidió expresamente ser llevado al caserón de los Iberra, ubicado en la esquina de Sáenz y Azara. Una vez allí, se acercó a las paredes, las acarició a medida que caminaba por la vereda y exclamó: “¡Sigue sin tener ochava!”.
“Traiga cuentos la guitarra/ de cuando el fierro brillaba/ cuentos de truco y de taba/ de cuadreras y de copas/ cuentos de la Costa Brava
y el Camino de las Tropas”, escribió en su “Milonga de dos hermanos”, dedicada a los Iberra, y continua: “Venga una historia de ayer/ que apreciarán los más lerdos/ el destino no hace acuerdos/ y nadie se lo reproche/ ya estoy viendo que esta noche/ vienen del Sur los recuerdos”.
Pero indudablemente, su amor por aquel pueblo donde veraneaba los marcó para toda la vida. “En cualquier parte del mundo en que me encuentre cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué. Adrogué era eso: un largo laberinto tranquilo de calles arboladas, de verjas y de quintas; un laberinto de vastas noches quietas que mis padres gustaban recorrer. Quintas en las que uno adivinaba la vida detrás de las quintas. De algún modo yo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno. Sigo entre los eucaliptos y en el laberinto, el lugar en que uno puede perderse. Supongo que uno también puede perderse en el Paraíso”, evocaba.
“Estatuas de tan mal gusto y tan cursis que ya resultaban lindas —agregaba—, una falsa ruina, una cancha de tenis. Y luego, en ese mismo hotel Las Delicias, un gran salón de espejos. Sin duda me miré en aquellos espejos infinitos. Muchos argumentos, muchas escenas, muchos poemas que he imaginado, nacieron en Adrogué o se sitúan en ella. Siempre que hablo de jardines, siempre que hablo de árboles, estoy en Adrogué; he pensado en esta ciudad, no es necesario que la nombre.”
Tal vez por ese intenso y afectuoso recuerdo que perduró a lo largo de los 87 años que vivió, en el distrito no realicen actividades por el aniversario de su muerte. No se conmemoró el deceso de uno de los ilustres que caminó sus calles, que se deleitó con el aroma de los eucaliptos, que disfrutó de esos tiempos tanto como para grabarlos en su memoria. Pero sí se prefirió celebrar en agosto el mes de Jorge Luis Borges, festejando su nacimiento, ocurrido un 24 en 1899.
Para esa ocasión, desde la Secretaría de Educación y Cultura de la comuna comenzaron a recolectar fotos y testimonios de los vecinos que evidencien el paso del tal Borges que falleció hace ya 25 años.
PT-AFD
AUNO-14-06-11