De a poco, Ana Margarita Luján Martínez se ha porteñizado. Utiliza muy pocas palabras típicas en el habla de los españoles. Al escribir sus dichos, se escapan las “z” en su pronunciación, que aún conserva de su lengua. Muchos familiares se ríen de ella, porque notan los cambios. Aprendió en tres años palabras del español rioplatense. En oportunidades, algunas palabras propias salen. “Maja”, cuando considera a una buena persona. “Pataletas”, ante los caprichos o berrinches de chicos. O “vale, vale”, al afirmar algo.
En Buenos Aires vive con un grupo de voluntarias y amigas de la Asociación Sol, de la que es fundadora y presidenta.
Seria cuando tiene que ocuparse de la asociación, es por momentos insistente con las indicaciones que les da a las diez ayudantes que tiene a su cargo, para que visiten los hogares de las familias apadrinadas.
Su vida al frente de la entidad esconde una historia muy personal. Muy pocos conocen la razón que la llevó a dejar su vida tranquila en Cuenca, la familia numerosa, amistades y su país para trabajar de voluntaria en otro continente.
Ana Margarita quería sentirse útil. A los 23 años, tenía proyectada
su vida junto a su novio, con planes de casamiento. Estaban decididos
a trabajar, los dos, en regiones que necesitaran de sus manos. El
novio de Ana murió en un accidente automovilístico. Tras una reflexión
profunda, entendió que estaba decidida a cumplir con la promesa que
idearon los dos. Por eso continuó con sus tareas en su grupo de Acción
Católica. Y cuando se le presentó la oportunidad, no lo pensó dos
veces y viajó a Argentina.