Lomas de Zamora, mayo 13 (AUNO).- Familiares, vecinos y amigos de los tres jóvenes asesinados en la Masacre de Budge, ocurrida el 8 de mayo de 1987 y considerada como un caso emblemático de gatillo fácil, pintaron un mural en la esquina de Figueredo y Guaminí para recordar a los muchachos asesinados en esa misma esquina por efectivos de la Policía de la provincia de Buenos Aires.
A “26 años de la Masacre de Budge. No a la Violencia Institucional. No olvidamos, no perdonamos”, reza el mural pintado en lo que fue el primer Día Nacional de la lucha contra la Violencia Institucional, sancionado por el Congreso nacional el 1 de noviembre de 2012, a través de la ley 26.811.
La obra realizada por familiares y amigos retrata a los jóvenes asesinados sentados en la esquina y, a un costado, la movilización popular que creció con la Comisión de Amigos y Familiares y que logró la actuación de la Justicia por el fuerte impulso que le dio la incipiente Correpi.
Este mural no es el único en el barrio. En la esquina de Recondo y Campoamor, a dos cuadras de donde ocurrió la masacre, un grupo de artistas y miembros de organizaciones sociales y políticas realizó otro hace tres años atrás.
Aquella tarde de viernes de 1987, no iba a ser muy distinta de las otras: se juntarían entre amigos en la esquina del barrio. Sin embargo, la aparición de los efectivos de la policía tras una denuncia por presuntas “molestias” a los vecinos cambió el escenario: “Bajaron con sus ametralladoras y les gritaron ‘¡al suelo, señores, al suelo!’, y comenzaron a disparar”, recordó Pedro, uno de los pibes que solía juntarse en Ingeniero Budge con Oscar Aredes, Roberto “Willy” Argañaraz y Agustín “Negro” Olivera, los tres jóvenes asesinados.
Olivera tenía 26 años, era el más grande de los amigos, se ganaba la vida haciendo changas y le pegaron 12 balazos, siete por la espalda; Argañaraz, de 24, trabajaba en una curtiembre de Valentín Alsina y recibió 10 balazos; por su parte, siete fueron los tiros que le dieron a Oscar Aredes, de 19, que trabajaba en una fábrica de plásticos en Flores.
El suboficial mayor Juan Ramón Balmaceda y los cabos primero Isidro Romero y Jorge Miño mantuvieron su versión: se trató de un enfrentamiento armado, y se amparaban en las armas que habían plantado entre los cuerpos ensangrentados de los jóvenes. Pero, a pesar de la insistencia en el relato que hablaba de un tiroteo, los vecinos sabían que se trataba de un caso de abuso de autoridad, de lo que más adelante se llamaría gatillo fácil.
Representados por el abogado León “Toto” Zimmerman, los familiares de las víctimas lograron que la causa no cayera en el olvido: en 1990, la Justicia sentenció a Balmaceda y a Miño a cinco años de prisión por homicidio en riña, mientras que Romero recibió 12 años por homicidio simple.
Pero poco tiempo después, la Suprema Corte provincial anuló el juicio por un error técnico, por lo que en 1994 se realizó un nuevo proceso, en el que los tres policías fueron condenados a 11 años por homicidio simple.
Recién el 28 de mayo de 1998 se ordenó la detención de los efectivos, que aprovecharon los tiempos judiciales y se fugaron: en octubre de 1999 fue apresado Romero, mientras que Miño y Balmaceda fueron detenidos en 2006, casi veinte años después del asesinato. Luego, el ex suboficial mayor fue beneficiado con la prisión domiciliaria.
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AUNO-13-05-13