Suaves melodías de fortaleza controlada

Los Últimos Días de la Primavera lleva años presentándose en centros culturales. Tuvo su primer gran show este fin de semana, al lado de Eterna Inocencia. Fue una noche de reconocimiento al esfuerzo y la constancia de los músicos.

Adrián Emanuel Barrera

Monte Grande, junio 10 (AUNO).- Las puertas del teatro Greison, de Monte Grande, se abren pasadas las 20.30. A pesar de que Eterna Inocencia es la que convoca, esta noche es especial porque fue invitada Los Últimos Días de la Primavera, una banda instrumental progresiva de Ezeiza que en menos de un año pasó de tocar en centros culturales del Conurbano a compartir las tablas con los referentes históricos del hardcore melódico autogestivo.

El público se predispone para ver a las bandas apenas cruzan el umbral y tiene que ver con la idea difundida en el mundo del “Do it yourself” de apoyar a todos los músicos que toquen. En este caso, también se trata de compartir el momento del reconocimiento a una banda que no dejó de moverse ni de buscar.

El lugar es chico y sus precios son algo elevados. Además de los concurrentes que entran lentamente, las imágenes de ídolos populares de las paredes funcionan como un “público” particular y variado: Atahualpa Yupanqui, Luis Alberto Spinetta, Ernesto “Che” Guevara y Julio Cortázar, entre otros.

Se notan los nervios del quinteto conformado por Sebas Silva en la primera guitarra; Pablo Maschio en el bajo; Damián Acosta en la batería; José Canalicchio en los sonidos y Sebastián Diez en la segunda viola. Cuando suben al escenario se concentran en los instrumentos sin buscar a nadie en el público. A pesar de que el suyo es un set cortito de cinco temas, se siente una calidez especial en el aire. El primer agradecimiento que Silva lanza al aire, sin micrófono, está impregnado de sentimientos que se notan en un leve quiebre de voz aplaudido con fuerza. Todos comprenden las sensaciones que se respiran y las disfrutan.

La combinación de sutilezas y fuerza es lo que atrae de Los Últimos Días. El rasgueo suave y curioso de la primera guitarra es el que guía la escalada progresiva. Es ese sonido el que se pone a dialogar con el bajo, la otra guitarra y la batería para derrochar energía. Los sintetizadores de Canalicchio tienen un aporte especial que se hace más notorio cuando los sonidos se deslizan bajitos en el aire. No se dejan de escuchar en ningún momento, ni siquiera con la potencia y prolijidad de los golpes de Acosta.

Aunque pareciera que el show está armado de antemano, la realidad es que improvisan. Cuando terminan cada tema se miran entre ellos y con señas acuerdan cuál va a ser el que le sigue. Al final del show Silva va admitir que “hubo errores”, pero no se notaron porque fueron prolijos y creativos a la hora de resolver y brindar sus suaves melodías de fortaleza controlada.

La segunda vez que Silva agradece agarra el micrófono. Su alegría por cada aplauso que se suma es muy evidente, pero no deja de manotear un pucho de su bolsillo para aplacar los nervios. Admite que lo especial de la noche reside en compartir el escenario con Eterna y La Banda del Cuervomuerto, bandas que escuchan “desde chicos” y al terminar alienta “adelante los sueños, adelante la creatividad”.

La mayoría de los temas que tocan son de Naturaleza viva/Civilización muerta, de 2016. Es imposible no comparar con el disco: sin lugar a dudas en vivo las composiciones están llenas de exquisiteces melódicas que no están en la grabación, como introducciones más largas que armonizan antes de romper el silencio. El disco no es suficiente; es necesario verlos en vivo al menos una vez.

Cuando abrieron el show con “La lluvia”, que inicia con el recitado de “Yo no soy de este mundo”, de Alejandra Pizarnik, los escuchaban 80 personas que sabían lo que habían ido a ver, porque se predispusieron para hacerlo desde los mejores ángulos. Al escucharse los primeros sonidos de “La noche en que fuimos eskorbuto”, que tiene el famoso fragmento “no quiero un elefante dentro de una boa”, de El principito, el número de asistentes se triplica y se nota en los aplausos que se suman.

Suena el último tema, que es nuevo, y se llama “Aduquen”. Según Fernández, los define como banda porque es una “bola de energía”. Hay una picardía con la batería que obliga a recomenzarlo, pero es tanta la alegría por cómo va noche que del público se escucha gritar “no pasa nada, daleeee”.

El aplauso final arranca sensaciones cálidas en el pecho. Los asistentes y la banda comparten ese sentido reconocimiento a tanto esfuerzo, el que los llevó a recorrer Buenos Aires casi de punta a punta.

Lo primero que hace Maschio al sacarse el bajo es saludar a sus compañeros. Canalicchio es el primero. Le sigue un abrazo a Silva, que deja su guitarra al lado del amplificador, con el otro Sebas pasa lo mismo y el saludo final con Acosta es devorado por el telón rojo que se cierra. Los nervios de todos siguen notándose, sobre todo en las sonrisas tensas.

El aplauso es sostenido aún después de que ya no se los vea en escena: Los Últimos Días de la Primavera tuvo su primer gran show y es una caricia sentida a todo el esfuerzo que le pusieron al camino que transitan hace al menos cinco años, sobre todo a este último.

Fotografía: Amanda Ferro

AUNO-10-06-2018
AEB-MDY

Dejar una respuesta