Un 16 julio pero de hace 50 años nació Miguel Bru. Nadie puede saludarlo porque en 1993 lo torturó y mató la policía bonaerense y tampoco pueden llevarle flores a su tumba porque el mes próximo cumplirá 27 años como desaparecido, el primero de la democracia post dictadura. Este año, como todos desde 1999, su familia y amigos más allegados se acercaron a la puerta de la Comisaría 9° de La Plata para homenajearlo.
Miguel Bru era el mayor de cinco hermanos. Nació el 16 de julio de 1970 y tenía tan sólo 2 años cuando se mudó con su familia desde Pigüé a La Plata. Rosa Schoenfeld, su madre, contó a AUNO que “siempre fue un chico especial y responsables con sus hermanos”. Amó la llegada de su primer hermanito y se enojó un poco, tal vez con algo de celos, por el nacimiento de su primera hermana. Luego vinieron las mellizas y él se convirtió “en el papá chiquito de todos”.
Su padre, Nestor Bru, era policía. Y su mamá Rosa, además de las tareas del hogar, vendía ollas. Era una familia humilde a la que no le faltaba nada, pero tampoco le sobraba. Eso no le impidió a Miguel vivir con la solidaridad a flor de piel.
“En unas vísperas de Navidad, cuando fue a hacer un mandado, se encontró con un hombre que, según él, dejaron cuidando un auto y no lo volvieron a buscar. Yo no lo conocía, pero él no me dejó de molestar hasta que le hice un sánguche para darle”, evoca Rosa para describir la personalidad de su hijo.
La adolescencia de Miguel transcurrió entre la escuela, las tardes de lectura de Página/12 y rodeado de amigos. Luego comenzó a estudiar Periodismo en la Universidad de la Plata, cuando lo que hoy es la Facultad antes era la Escuela Superior de Periodismo y Comunicación Social.
“Fue el primer universitario de la familia. Un orgullo muy grande -afirmó Rosa-. Siempre digo que Dios eligió los paso para que vaya la Facultad de Periodismo, que nos sigue acompañando a pesar de los años que pasaron desde que él no está.”
Como alumno, Miguel no tenía regularidad y solía dejar algunas materias, pero nunca dejó de ser un estudiante muy querido en todo el ámbito universitario, que siempre lo recuerda rodeado de sus perros.
Uno de sus compañeros de cursada fue el periodista y director de Anfibia, Cristián Alarcón, que junto a Pablo Morosi fueron los primeros en hacer la cobertura periodística de la desaparición de Miguel. “Lo recuerdo con sus ponchos entrando a la facultad, delgado y hermoso con sus perros atrás”, dice Alarcón, quien no fue de su círculo más íntimo pero al que siempre consideró un compañero con el que compartió “un modo de habitar el mundo” en esos primeros años ‘90.
Lo que más le interesó al cronista era la condición punk de Miguel: “Fue un chico punk, un músico punk que no se dejó avasallar por la época, por el sentido común, por el statu quo de una ciudad conservadora, y no permitió que nadie le pase por encima”.
Esa condición lo hizo denunciar el atropello policial que había sufrido. “La cana no pudo soportar ese power que Miguel tenía, proveniente de un tránsito vital de una recorrida consciente de su clase, de su lugar de resistencia, de su época y de la cultura que él había elegido”, analizó Alarcón.
Ese espíritu punk perduró en su círculo y primó en el escenario del festival que, luego de la desaparición, organizaron sus amigos en la puerta de la Facultad de Periodismo para reclamar que se aparte al juez de la causa. “El recital se nos fue completamente de las manos en la organización –recuerda Alarcón-. Uno de los pibes que tocaba se cortó las venas y empezó a tirar sangre desde el escenario.”
SU DESAPARICIÓN
Rosa recuerda el diálogo que tuvo con Miguel aquel mediodía del último cumpleaños que pasaron juntos. Cumplía 23 antes y se dirigía a la casa que compartía con sus amigos en la calle 69, de la capital bonaerense.
-No hagan lío.
-No te hagas problema, bruja. Yo ya hablé con los vecinos y avisé que capaz hacíamos algo.
Ella estaba preocupada porque los vecinos de su hijo ya se habían quejado de los ruidos provenientes de la casa tomada que compartía con tres amigos: Quique, el Mono y el Chino. Los cuatro formaron la banda punk Chempes 69.
“Chempes” significa “luchador” en sueco, lengua que conocía uno de los integrantes luego de vivir un tiempo como exiliado en ese país, ya que era hijo de desaparecidos. También era la forma en el que los nórdicos llamaban a Kempes, el ex goleador de la Selección argentina. Y el número era por la calle de la casa que ocuparon, ubicada en 69, entre 1 y 115, que a las veces hacía de sala de ensayo.
Lo cierto es que esos ruidos ya habían generado molestias entre los vecinos, por lo que la policía realizó dos allanamientos. El primero por ruidos molestos y el segundo por un supuesto robo a un kiosco, que nunca fue probado.
Ese último episodio llevó a Miguel a denunciar ante la fiscalía que el allanamiento había sido ilegal, sin avisar. Pero eso le trajo nuevas consecuencias: constantes acosos y amenazas por parte de la Bonaerense. Un mes más tarde, el 17 de agosto de 1993, mientras cuidaba la casa de unos amigos cerca del balneario Punta Blanca, Bru fue detenido por efectivos de la 9° y torturado hasta la muerte. Según los registros, ingresó a las 19 y salió ya sin vida a las 2 de la mañana. Desde entonces no hay rastros de cuerpo.
Más tarde se determinó que la policía se había encargado de borrar su nombre del libro de actas. Sólo apareció su bicicleta a orillas del río, en las cercanías de casa que estaba cuidando.
LA VOZ DE LAS VÍCTIMAS
Luego de semanas sin noticias de Miguel, a su mamá le costaba pensar que había ocurrido lo que se supo años después. Por entonces era esa mujer bajita y rubia de la periferia de La Plata que vendía ollas y que creía que la policía buscaba a su hijo.
Para Pablo Morosi, el periodista y autor del libro ¿Dónde está Miguel. Caso Bru: un desaparecido en democracia, la figura de Rosa es central. “Antes de esto ella pensaba que la policía buscaba a su hijo, que un juez no mentía y no quería reunirse con legisladores porque creía que tenían cosas más importante que hacer con su tiempo, antes que atenderla.”
Para iniciar su lucha sólo necesitó el empujoncito de los amigos de Miguel. “Un domingo estoy volviendo a mi casa y me encuentro con los chicos que querían denunciar la desaparición”, recuerda Rosa.
-Necesitamos un abogado, mañana vamos al APDH –le dijeron.
-¿Les parece? Está investigando la policía y hay un juez –respondió ella.
“La policía era la que había matado a mi hijo y el juez los encubría”, dice hoy, casi 27 años más tarde. Los responsables de ese crimen, además, eran colegas de su esposo, quien debió transitar el camino de la justicia desde ambos frentes.
“Después de que terminará el juicio empecé a entender lo que debía estar pasando él: lo dejaron muy solo y protegieron a los que hicieron esto. Además, no podía renunciar porque en ese momento era el único sostén económico de la casa”, analizó.
Con el paso del tiempo, Rosa Schoenfeld, además de encabezar el pedido de justicia y búsqueda de su hijo, fue el estandarte de la Comisión de Familiares, Compañeros y Amigos de Miguel Bru. Al poco tiempo se volvió una referente de los movimientos que denuncian la violencia institucional.
A partir del 2002, ese colectivo se convirtió en la Asociación Civil Miguel Bru, que patrocina y asesora casos de violencia institucional y desarrolla actividades culturales de inclusión social.
La desaparición de Bru también marcó un antes y un después en el tratamiento mediático de los casos policiales. El punto de vista de Morosi es que “antes la única fuente era la policía. Ni se pensaba en hablar con los familiares de las víctimas y menos con los jueces que sólo ‘hablaban con sus fallos’”.
LA MALDITA POLICÍA
En 1999, en el juicio oral y público por su desaparición, fueron condenados a prisión perpetua los policías Justo José López y Walter Abrigo. Se les probó los delitos de tortura seguida de muerte, privación ilegal de la libertad y falta a los deberes de funcionario público. El ex comisario de la Comisaría 9°, Juan Domingo Ojeda, fue condenado a dos años de cumplimiento efectivo de la pena, pero recuperó su libertad con sólo ocho meses de prisión; lo mismo que el oficial Ramón Cerecetto, acusado de haber borrado el nombre de Miguel del registro de entradas de la Comisaría.
Abrigo murió en prisión y en la actualidad sólo Justo López continúa detenido. Aún no dio información sobre qué pasó con el cuerpo de Bru. Ni siquiera cuando la familia ofreció el trato de recuperar la libertad a cambio de información.
“Nosotros ya dijimos reiterada veces que no buscábamos más policías presos, buscábamos encontrar a Miguel”, definió Rosa, que lamenta que casos similares sigan ocurriendo.
Para Morosi, la principal causa es que esa Policía Bonaerense formó parte de la represión ilegal durante la última dictadura y nunca fue depurada. “Hubo algunos intentos de reformas, pero fueron pendulares y siempre los políticos terminaron retrocediendo”, y eso “genera un autogobierno que tiene estas consecuencias y no es sólo cuestión de un partido político”.
De hecho, desde la vuelta de la democracia la Provincia fue gobernada por la UCR, el peronismo y el PRO, y los hechos con agentes de la Bonaerense implicados no frenaron.
También está la pata judicial, que en el caso de Bru tiene nombre propio: Amílcar Vara. Él fue el primer juez de instrucción y terminó destituido porque en 27 causas, la de Miguel y 26 más, había alguna participación policial a las que brindó algún tipo de encubrimiento o protección.
A Vara se lo recuerda por su declaración “sin cuerpo no hay delito”, y por decirle a Rosa, también sobre Miguel: “Sospecho que se ha ido con alguna chica a Brasil”. Ya en ámbitos privados y con menos pruritos, se le atribuyó el siguiente comentario tras ver una imagen de Bru: “Mirá lo que parece en esta foto, seguro que era homosexual y drogadicto”.
27 AÑOS SIN MIGUEL
El próximo de 17 de agosto se realizará la ya emblemática vigilia en la puerta de la Comisaría 9° de La Plata. Será desde las 19, la hora en que lo habían ingresado, hasta las 2 de la madrugada. Pero en esta oportunidad será virtual, por la pandemia.
La placa de la puerta de esa comisaría dice: “Aquí torturaron y asesinaron a Miguel Bru. Exigimos justicia. Comisión de familiares, compañeros y amigos de Miguel Bru.”
Los que sí se acercaron a dejarle un ramo pero en el aniversario 50 de su cumpleaños fueron sus hermanos y sobrinos. Sus padres no porque integran la población de riesgo ante un eventual contagio de coronavirus, y además su papá estuvo hasta hace muy poco hospitalizado.
Tras años de investigación y numerosos rastrijalles aún no hay certezas de los restos de Miguel. Mientras tanto, Rosa sigue por los medios las novedades del caso de Facundo Astudillo Castro, el joven desaparecido desde el 30 de abril en el sur de la Provincia y que fue visto por última vez con agentes de la Policía Bonaerense.
“Cuando uno ve a esa madre buscando por todos lados, parece que le meten el dedo en la llaga reviviendo otra vez lo que nos pasó a nosotros 27 años después”, dice Rosa en referencia a Cristina Castro. “Las cosas no dejaron de pasar –agrega-, la policía no dejó de matar y seguimos con problemas en la justicias.” Mientras tanto, “el tiempo pasa y nosotros con la misma pregunta: ¿dónde está Miguel?”.
GAS-AFD
AUNO-18-07-20