“El Plan Cóndor fue un pacto criminal entre los militares de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay que dejó un saldo de 100 mil víctimas en toda América Latina, bajo las órdenes de Estados Unidos”, definió Martín Almada, el intelectual paraguayo que descubrió los “archivos del terror” de la represión desde 1929 que probaron la existencia de ese plan sistemático de “aniquilamiento” a trabajadores y miembros de organizaciones revolucionarias.
Almada es abogado y educador que estuvo secuestrado clandestinamente durante tres años por la dictadura de Alfredo Stroessner. Es reconocido como un pionero de organizaciones cooperativistas, diplomático, ex consultor para América Latina de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esta entrevista desde Paraguay con AUNO narró su experiencia durante la “guerra sucia” y destacó el papel de la educación para lograr que la sociedad “despierte”.
—Su primer contacto con las fuerzas militares de Alfredo Stroessner fue, se podría decir, a raíz de una tesis doctoral que presentó en la Universidad Nacional de La Plata, en Argentina. ¿En qué consistía?
—Fue en 1972. Fui invitado como becario del Gobierno argentino para analizar al paraguayo, a partir de lo cual escribí mi tesis “Paraguay: educación y dependencia”. Sostenía que en aquella época, como ahora, la educación servía a la clase dominante, estaba al servicio de la dominación y la dependencia. Mi tesis fue considerada revolucionaria, subversiva, y de allí en más empezó la persecución.
—¿Cuáles fueron las represalias que tomó el gobierno militar con usted?
—El 26 de diciembre de 1974 los militares fueron a la escuela primaria “Juan Bautista Alberdi”, de la que era director. Allí creíamos en la importancia de crear una democracia en el aula, inspirados en (el pedagogo brasleño) Paulo Freire, pero eso era un pecado. Me secuestraron y llevaron ante un tribunal militar integrado por estrategas de toda la región. Primero me interrogó y torturó un argentino, que fue jefe de Policía de Córdoba, Héctor García Rey, porque quería saber cuál era mi vínculo con los “universitarios subversivos argentinos”. Pero yo no tenía ninguna vinculación. Luego me enteré de que también se desempeñó como jefe de Policía del gobierno constitucional de (Carlos) Menem. Después fue el turno de un militar chileno, Jorge Oteiza López, que quería saber cuál era mi relación con los “subversivos chilenos” de la Universidad Católica (UCA) de Chile, porque yo había estudiado allí Psicología de la Educación. Pero tampoco tenía vínculos con ellos.
—¿Nunca fue juzgado por un tribunal civil?
—Nunca. Pero más grave que eso es que los militares que integraban el tribunal eran de Paraguay, Brasil, Argentina y Chile. Y que mis torturadores eran extranjeros. Fueron 30 días de tortura.
—El recuerdo de esos años no se borra…
—El recuerdo está presente. Una persona torturada ya no es una persona normal, me han quedado secuelas. Por ejemplo, no puedo ver gente uniformada, le tengo miedo hasta a la guardia privada.
—¿Esa conformación “multinacional” del tribunal militar fue un reflejo del “Plan Cóndor”?
—Claro, bajo la orden de Washington. (Henry) Kissinger fue el primer terrorista mundial, el rector de (Jorge Rafael) Videla, (Augusto) Pinochet y (Alfredo) Stroessner, bajo el propósito de “salvar a la sociedad occidental y cristiana de las garras del comunismo”. Eso fue el Plan Cóndor. Fue la época de la “Guerra Fría” bajo la “Doctrina de seguridad nacional”. El objetivo era averiguar, intercambiar información, secuestrar y matar. Eso es traición a la patria porque los militares latinoamericanos se sumieron a las órdenes del exterior y se erigieron contra su propio pueblo.
—¿En respuesta a intereses políticos y económicos?
—Gracias al terrorismo de Estado pudieron establecer el modelo neoliberal por el que se privatizó el agua, la educación y hasta la mente. En Argentina, con (el ex ministro de Economía Alfredo) Martínez de Hoz se terminó la concesión del bien común. Todo era entrar y robar; hasta robar criaturas. Pero los militares no actuaron solos, tuvieron el apoyo de los civiles, de la Asociación Rural, de la industria…
—¿El Plan Cóndor articulaba un sistema para evitar la reacción de la sociedad?
—El miedo fue nuestra segunda piel. Una pequeña manifestación de estudiantes recibió una represión muy fuerte como la de la “Noche de los lápices”. Y esta práctica de la represión desmedida fue para asustar a la población, para que no reaccionara. El Plan Cóndor se llevó más de 100 mil vidas que en su mayoría fueron sindicalistas, cooperativistas, médicos, periodistas, religiosos, intelectuales; es decir, la clase pensante de Latinoamérica. Actualmente, en la que supuestamente es “la sociedad del conocimiento”, nos faltan mentes.
—¿Podría decirse que es una muestra de la vigencia del Plan cóndor?
—El Cóndor sigue volando…
—¿Cuáles son los mecanismos que utiliza hoy?
— El militar latinoamericano se sigue formando como torturador. Por ejemplo, Argentina sigue enviando a sus militares a la escuela de asesinos de Georgia, Estados Unidos. En los “Archivos del Terror” puede comprobarse que en 1997 un militar paraguayo, Francisco Ledesma, envió a otro ecuatoriano una lista con todos los “subversivos” del país para que éste formulara el listado de los de toda Latinoamérica. En 1995 se llevó a cabo una reunión en Bariloche, en la que participaron militares de toda América Latina, y estuvieron presentes Menem y Pinochet para intercambiar datos de los subversivos de la región.
EL DESCUBRIMIENTO DE LOS “ARCHIVOS DEL TERROR”
—¿Cómo descubrió los archivos del Plan Cóndor?
—Los descubrí desde el vientre mismo del Cóndor. La primera noticia que tuve de él fue durante los 30 días ante el tribunal militar, detenido en la comisaría primera, sede de Interpol. La diferencia con los métodos de tortura en otros países es que nosotros veíamos a nuestros torturadores, pero no sabíamos sus nombres. Al tiempo de estar detenido, llegó un comisario al que habían puesto preso porque su hijo integraba el centro universitario de La Plata, y eso era ser subversivo. Yo quería entender dos cosas: por qué murió mi esposa, la educadora Celestina Pérez, al tiempo de mi detención, y por qué mis torturadores eran militares extranjeros. Este comisario, en mayo de 1975, me dijo “estamos bajo las garras del Cóndor”, cuando el plan se firmó entre noviembre y diciembre de ese año. Sabía mucho porque trabajaba en la oficina de telecomunicaciones de la Policía, por eso me recomendó que para entender de qué me estaba hablando buscara la revista policial, donde la institución a la que él pertenecía publicaba toda la información sobre los casos que manejaba. Después, como me portaba mal, me trasladaron a la comisaría tercera, el “sepulcro de los vivos”. Allí, un argentino que estaba detenido, de apellido Santucho, me contó que él también había sido torturado por un militar extranjero, el chileno Jorge Fuente Aragón. Esa fue la segunda vez que tuve noticias del Cóndor.
—Antes que continúe su relato, ¿A qué se refiere cuando dice que usted se portaba mal?
—No me rendía, les gritaba, los trataba de asesinos y por eso me castigaban. Me destruyeron físicamente pero moralmente no me pudieron ganar, me hicieron una moral de acero.
—¿Cómo continúa su acercamiento a la información de los archivos?
—La tercera vez que oí hablar del Cóndor fue en boca de una médica paraguaya, con padres alemanes, que había escapado a Posadas, Misiones, para que no la encontraran los militares. Pero las fuerzas paraguayas en Argentina la secuestraron y trajeron donde estábamos nosotros; ella fue la tercera que me habló del plan. Finalmente, realicé una huelga de hambre por 30 días hasta que la Comisión Interiglesia de Paraguay intercedió y me largaron. Fui a Panamá, donde había un presidente progresista, Torrijos. Allí la ONU me nombró consultor para América Latina en París por 15 años. Durante mi exilio, recordé las palabras del comisario y busqué la revista policial. La supe leer y encontré material para iniciar una causa judicial a Stroessner por la muerte de mi esposa. En esa época surgió una figura judicial, “habeas data”, que autorizaba el pedido de antecedentes. Pero la policía no tenía registro de mi detención, mi prisión fue absolutamente clandestina; se allanaron archivos de la Policía y no había datos de la detención de ninguno de todos los presos políticos que habíamos sido secuestrados y torturados. Fui durante todo ese tiempo, como todos dicen, un “desaparecido”. Entonces una mujer se comunicó conmigo y me dijo que mis papeles estaban fuera de Asunción. Nos encontramos y me dio un plano que indicaba un lugar donde supuestamente estaban los archivos de la represión. Entregué el plano al juez de la causa, José Agustín Fernández, el 22 de diciembre de 1992; le hicimos caso a lo que decía y finalmente en la ciudad de Lambaré, detrás de una comisaría, encontramos ocultos toneladas de datos de la represión desde 1929 hasta la década de 1980. Había información de los primeros anarquistas italianos y españoles que fueron detenidos, luego los comunistas, los socialistas y finalmente nosotros, los “subversivos”, los presos políticos. Eran los “Archivos del Terror”.
—¿Supo quién era esa mujer?
—Yo no pregunté, la señora era cincuentona, muy elegante, muy fina. La mujer apareció y desapareció. Luego me dijeron que posiblemente había sido esposa de un militar de alto rango y por problemas conyugales, en venganza, me dio la información. Pero esa es solo una versión, yo nunca averigüé porque ella confió en mí.
—¿Con la aparición de los archivos del Plan Cóndor tuvo respuesta por parte de la Justicia?
—Según la prensa, aparentemente se hizo justicia. Pero no es así porque sólo unos diez o doce policías fueron condenados a 15 o 20 años de prisión, en cambio, los militares son intocables para la Justicia. Es decir, los autores materiales de los crímenes están encarcelados pero los intelectuales no fueron juzgados. El Plan Cóndor fue, en toda Latinoamérica, una serie de operaciones eminentemente militares. En el país, recién ahora hay jueces que están pidiendo la extradición a paraguayos que están en el exterior y a argentinos que torturaron Paraguay.
AMÉRICA LATINA HOY
—¿Está al tanto de la desaparición, en Argentina, de Julio López, desde hace ya dos años?
—Sí, claro.
—¿Considera que su desaparición tiene que ver con esa vigencia del Plan Cóndor que usted señala?
—Julio López fue víctima dos veces del Cóndor, la primera hace 30 años y la segunda ahora. Hubo una publicación del año pasado en un diario argentino, Página/12, que mostraba elementos para certificar esta afirmación, porque denunciaba que los militares argentinos de la marina seguían informando a los sectores de poder de la actividad de los civiles, según había descubierto el CELS. Es que los militares latinoamericanos no saben hacer otra cosa que espiar. Lo mismo con el maestro Carlos Fuentealba, que fue asesinado en el sur de Argentina. Cuando los familiares realizaron la primera marcha yo viaje al país, estuve con ellos y la verdad que sentí pena por el mensaje que mostraban los medios porque armaban una imagen del docente bueno y el militar malo, como si fuera algo extraño, una caso aislado, especial. Pero es normal, para mí eso es absolutamente normal, porque los militares están entrenados para secuestrar y matar, sostenidos por la “Doctrina de seguridad nacional”. En Argentina, están desocupados porque no hay peligro inmediato de guerra ni con Brasil ni con Chile, entonces intercambian información, hacen los que saben hacer: espiar. Respecto del caso Julio López, no sé por qué el Gobierno argentino, que se destaca por la lucha contra la impunidad, todavía no lo ha resuelto. Porque Julio López no pudo desaparecer, el ser humano no puede desaparecer, es un error utilizar el término “desaparecido”. A él lo secuestraron y está en algún lado, vivo o muerto.
—¿Considera que el gobierno de Néstor Kirchner y ahora el de Cristina Fernández realizan una acción verdadera a favor de los Derechos Humanos?
— Comparativamente sí. En Chile y Brasil no hay información, no puede investigarse. Argentina es el único país que, desde la mirada del exterior, se mueve en este sentido. Paraguay, a pesar de nuestros atrasos, está comenzando a incorporar la historia contemporánea de la guerra sucia en el sistema curricular, porque se debe hacer que los jóvenes sepan lo que ocurrió. Y ahora estamos en víspera de cambio. Luego de 60 años de gobierno de un mismo partido (Partido Colorado), Monseñor Lugo se presenta como una alternativa para el gobierno de la República de Paraguay porque aquí hay mucha corrupción, mucha violencia con los campesinos por parte de las fiscalías, los jueces y la gendarmería.
—¿Cuáles considera que serían las acciones necesarias para concientizar a la población latinoamericana, para que esté enterada de lo que ocurrió y de lo que sucede hoy día?
—Habría que realizar un encuentro internacional, un diálogo que podría llamarse “Fuerzas Armadas y Derechos Humanos”, porque hay que superar el río de sangre que nos separa. Los militares tendrían que recibir otra clase de formación y, por supuesto, tendrían que pedir perdón por lo que hicieron, como en Argentina lo hizo Martín Balza. Habría que llamar a Carlos Menem para preguntarle quién lo autorizó, en democracia, a difundir en 1995 la lista de los subversivos latinoamericanos, porque eso es traición a la patria. Que se le dé la baja deshonrosa a los militares de aquellos tiempos y se los juzgue. Y fundamentalmente, que se trabaje desde la educación, porque el papel de los maestros es despertar a los dormidos y organizar a los despiertos.
MNL-AFD
AUNO-22-03-08