«La lucha diaria es la mejor forma de honrar el trabajo que hicieron»

En diálogo con AUNO, Vanina Kosteki, la hermana de Maximiliano, y Alberto Santillán, el padre de Darío, reafirmaron el reclamo de justicia tras la noticia del traslado de uno de los autores materiales a una cárcel del régimen abierto, a diez años de la Masacre de Avellaneda.

Lomas de Zamora, junio 23 (AUNO).- “Solidaridad” y “lucha” son dos palabras reiteradas en las frases de Alberto Santillán y Vanina Kosteki, padre de Darío y hermana de Maxi. Parecen algo así como las hojas de ruta que esos militantes soñaban como la mejor vía para lograr una verdadera transformación social de la que quisieron ser artífices: “Como papá veo cuántos jóvenes siguen el ejemplo. Es una continuidad, como Darío lo fue de otros. Muchos jóvenes se consideran sangre de Darío, pero con una consciencia nueva”, destacó Santillán.

Hace diez años, un 26 de junio, agrupaciones piqueteras y organizaciones de desocupados se movilizaban hasta el Puente Pueyrredón envueltos con consignas de trabajo, dignidad y cambio social. Arrastraban consigo el testimonio de una década signada por conceptos abstractos e intangibles (precarización, flexibilización laboral) que todos los días los golpeaban en la cara. La protesta, el corte calles y rutas se habían convertido en las manos con las que sacudían de los hombros a un gobierno escaso de respuestas, pero experto en represión.

“Masacre de Avellaneda” fue el nombre que tiempo más tarde recibió esa jornada de 2002, en la que un grupo de efectivos de la policía bonaerense asesinó por la espalda a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán durante el reclamo que encabezaban encolumnados en el Movimientos de Trabajadores de Desocupados de Almirante Brown.

Esas “dos nuevas víctimas”, decían, por causa de “la crisis”, abrieron la herida de una década que sigue supurando asesinatos. Mariano Ferreyra, Luciano Arruga, Carlos Fuentealba, Jorge Julio López fueron algunos de los nombres que se le cayeron de la memoria a Vanina Kosteki, mientras recordaba las consignas que su hermano se ponía sobre los hombros a sus cortos 23 años.

Salud, educación, vivienda, “por todo eso luchaban Maxi y Darío. Diez años después seguimos reclamando lo mismo”, sostuvo Vanina. Todas esas protestas, esas muertes forman parte de la “continuidad de una lucha y unidad” que, según Vanina, diez años atrás resistía a la represión gubernamental y hoy le hace frente a “las patotas sindicales”.

El pedido de justicia, la pelea constante por no caer en el silencio de la impunidad y una condena ausente a los responsables políticos se hacen eco en la voz de Vanina, pero también en la de Alberto Santillán, padre de Darío.

A seis años del falló que condenara a prisión perpetua a los ex policías Alfredo Fanchiotti y Alejandro Acosta, autores materiales de los crímenes de 26 de junio, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 7 de Lomas de Zamora (el mismo que lo juzgó) dispuso el traslado de Fanchiotti a la Unidad 11 de Baradero, una cárcel que cuenta con un régimen abierto.

“Lo de Fanchiotti fue un cachetazo, un golpe bajo. Habla del grado de impunidad, de cómo se manejan las cosas, del pacto entre los políticos, la justicia y la policía. No buscan culpables, se encubren entre ellos”, afirmó a AUNO Alberto Santillán.

Tanto él como Vanina insisten en las complicidades políticas y hablan de silenciamiento y la impunidad en relación a los asesinatos de Maxi y Darío: “El kirchnerismo nunca pudo comprar la voz de los familiares del puente (Pueyrredón). Si hubiera podido no habría pasado lo de Fanchiotti”, denunció Kosteki.

Una década más tarde, movimientos de trabajadores y agrupaciones sociales y comunitarias caminan sobre los pasos de “sus compañeros”, alimentando la lucha en la calle, “siguiendo la ruta que les marcaron”. Para Alberto, la lucha diaria se convirtió en la mejor forma de “honrar el trabajo que hicieron” su hijo y Maxi: “El recuerdo no es sólo en el aniversario, sino todos los días”, reconoció.

DR-AFD-EV
AUNO-23-06-12

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