Falco: “El escritor debe ser una persona comprometida con su mundo”

Recientemente finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, el escritor Federico Falco se afianzó como un referente en la literatura latinoamericana contemporánea. En diálogo con *AUNO* describe la construcción de sus relatos y analiza la escritura “como un lugar de verdad”.

Matías León Gómez

Hace calor en la ciudad de Buenos Aires. La humedad comienza a cargar el cielo con nubarrones grises y negros que alertan a los caminantes a que busquen pronto un techo para resguardarse. El barrio de Colegiales se transforma en un paisaje monocromático en el que las calles, los edificios y el cielo pierden sus límites y solo son interrumpidos por los autos que circulan en la avenida Álvarez Thomas. Es difícil, como lector, ubicar a Federico Falco en una fotografía como ésta, sentado en una mesa del café ‘Le Ble’. Sus cuentos suelen ser historias con el trasfondo de un pueblo chico, con paisajes de llanuras, montañas, ríos. O mismo en General Cabrera, el pueblo cordobés en el que creció.

Desde esas locaciones parten las historias que constituyen “La hora de los monos”, “222 patitos”, y “Un cementerio perfecto”, libros que lo consolidaron en un espacio de privilegio dentro de la literatura contemporánea ya desde sus primeros escritos. En 2005 integró “La joven guardia”, una antología que reunía a lo mejor de su generación. Cinco años después, la revista Granta lo seleccionó en la lista de los 22 mejores escritores menores de 35 años. Y el pasado octubre fue elegido como uno de los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.

– ¿Qué sentimiento te despertó ser finalista del premio Gabriel García Márquez?

– Me puso muy contento y también me sorprendió. En la primera lista larga que dieron había buenos libros como candidatos que me gustaron mucho. Era una lista impresionante en su nivel, así que trataba de no pensar mucho en eso porque me parecía muy difícil.

– ¿Te llevás bien con las premiaciones y el lugar que empezás a ocupar en el escenario de la literatura latinoamericana?

– La idea del reconocimiento siempre está buena porque uno siente que más o menos va por buen camino, que vas encontrando lectores y que resuena afuera. Le da sentido a tanto tiempo de laburo que uno le dedica.

Hay distintos estereotipos de escritores en la literatura universal: metódicos, desordenados, borrachos, rutinarios. Falco es esa clase de escritor que no cree en las recetas generales. Cree que cada uno debe encontrar su forma de contar. La suya es levantarse todos los días a las siete de la mañana, preparar unos mates y comenzar a trabajar con su jogging “viejo e impresentable”. Ese ritual no siempre se traduce en un texto. Muchas veces queda en investigaciones, lecturas o en “putear a la pantalla porque algo no sale”.

“Para mí escribir tiene que ver con la intimidad. Es un proceso muy solitario, pero también sin filtro. Uno queda expuesto. Yo no escribo autobiografía, pero sí expongo mi imaginación, los temas que me obsesionan. Y esa relación que se establece con el lector me gusta mucho”, explica.

– ¿De qué manera construís tus historias y personajes?

– Nunca planifico ni tengo idea de lo que va a pasar. En mi lógica, si yo sé lo que va a pasar, no necesito escribirlo. Una de las cosas que necesito es pasar mucho tiempo con los personajes, aunque suene raro. Que haga cosas: desayunar, viajar, hacer las compras. Después la vida misma te va nutriendo los personajes y la historia que transcurren. Llena los huecos con frases que escuchás en alguna conversación o en una persona que conocés.

– Hay temas recurrentes en tus cuentos como la muerte, la pérdida de la inocencia, las relaciones familiares, entre otros, ¿eso es algo planificado en tu escritura desde que comenzaste a escribir?

– Considero importante conocer los temas sobre los que uno escribe. Pero usualmente, así como no planifico los personajes ni la historia que va a transcurrir, tampoco pienso en el tema. Sí me pasa que después me doy cuenta y digo “ah, acá estaba atravesando tal cosa”. Para mí escribir es una forma de procesar lo que me pasa y que no encuentro otras maneras de ponerlas en palabras. Es como si mi inconsciente me hiciera trampa o fuera más verdadero que yo mismo. Este último libro (“Un cementerio perfecto”) estuvo atravesado por la muerte de un par de seres queridos y mientras lo estaba escribiendo nunca me había dado cuenta de que estaba haciendo el duelo. Fue la manera que encontré.

Aunque la localidad cordobesa de General Cabrera es un paisaje reiterado en sus historias, hace tiempo que el oficio de escritor lo mueve constantemente a distintos sitios. Hace años tuvo la experiencia de pasar por una residencia para escritores en la Universidad de Iowa, previo a radicarse en la Ciudad de Buenos Aires desde el 2012.

“Siento que un poco soy de varios lugares. No es extraño un día hablar con alguien que cazó un puma y se lo comió en milanesa, y de repente hablar con otro amigo que está terminando un doctorado en Estados Unidos. Creo que esas cosas me enriquecen”, concluye.

– El cuento Ada, del libro “222 patitos”, refleja un conflicto que se repite en tus escritos: el contexto de un pueblo chico, un personaje que lo idealiza como su lugar en el mundo y otro personaje con una perspectiva opuesta que no logra integrarse, ¿es un conflicto que te identifica?

– Hay una tensión entre pueblo y ciudad, entre irse y volver, que le pasó mucho a mi generación de amigos y que de alguna manera se corporiza en el cuento Ada. Incluso está basado en la historia de una persona de General Cabrera. Pero en mi caso, desde muy chico supe que me iba a ir. Y lo hice, pero nunca del todo. Vuelvo mucho para allá, tengo mis amigos, familia. El conflicto en los pueblos tiene que ver con la paradoja: pueden ser el infierno del control social, pero al mismo tiempo un lugar de contención, donde las relaciones son mucho más fáciles.

– En muchos momentos históricos surgió el debate entre la literatura por el arte como un fin en si mismo o el arte comprometido con alguna lucha social. ¿Cuál es tu visión en esta disputa?

– Me pasan dos cosas con eso: por un lado, cada vez que intenté escribir algo comprometido con una causa, el texto que surgió no me terminó de convencer. Me parecía que se notaba, que se le veía la hilacha. Yo escribo de lo que no entiendo, de lo que no puedo poner de otra manera. Si hay cosas que entiendo y que defiendo no me es efectivo escribir un cuento, sino decirlo directamente. Si es una causa verdaderamente importante, no hay grises. Por ejemplo, me parece más efectivo preguntar “¿dónde está Santiago Maldonado?” o “¿qué pasó con Santiago Maldonado?” que escribir un cuento al respecto.
Por otra parte el escritor tiene que ser una persona comprometida con su mundo. Debemos tomar posturas y eso siempre de alguna manera se termina filtrando en los textos. No como su tema central, pero sí como trasfondo o en la lógica misma del texto. A mí me interesan ciertos temas, personajes, conflictos, porque veo el mundo de determinada manera, pienso el mundo desde un lugar. Sería muy difícil que eso no se vea. La escritura es un lugar de verdad y esos compromisos van a aparecer.

AUNO 24-11-2017
MLG-AFG

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