El último parte médico dice que la pelota está en terapia intensiva, que la violencia se ramificó como un cáncer. El diagnóstico es desalentador. Hay metástasis por todas partes. Duele y preocupa.
La pelota no sólo está manchada. Como se solía decir en aquellos clásicos picados de la infancia, con los adoquines, el asfalto o la tierra haciendo las veces de la cotizada gramilla: la colgaron. También la pincharon. Hasta está rota. No sirve ni de adorno. Y nadie se hace cargo del “rompe, cuelga, pincha, garpa”. Nadie está dispuesto a sacarse los cortos y a ponerse los largos.
Se sabe que el fútbol mueve millones de dólares. No en vano la FIFA, la entidad madre, figura entre las diez corporaciones más rentables del mundo. Se sabe, cuando hay mucho dinero sobre la mesa, que el espíritu de la sana competencia se corrompe. Aunque moleste decirlo, es inevitable.
Por eso, con tal de tener una pizca de poder, todo queda patas para arriba, todo se confunde. El juego deja de ser un juego. El deporte se transforma en negocio. Entran en escena las deformaciones. Ni negro ni blanco. Mucho gris espurio.
Y ahí aparecen dirigentes que apañan a una barra brava, especie de célula paramilitar capaz de amedrentar, golpear y hasta matar por complacer a la mano que le da de comer. O futbolistas que por temor a represalias se convierten en cómplices.
El fútbol ya no es el único espectáculo. Ahora todo pasa por saber quién tiene “más aguante”. Hasta la TV se preocupa por saber quién tiene la bandera más grande. ¿Nadie se pregunta qué hay debajo de los trapos? Y la culpa de los comunicadores no queda simplemente en un mero envío ¿Es necesario vender a los partidos como si fuesen los avances de la película Gladiador? Pan, circo y sangre. ¿Acaso no somos mucho más civilizados?
Entonces, cuando el caño de un revólver se posa sobre la sien de un jugador, nadie se anima a denunciar al agresor. Nadie habla.
Y todo sigue igual.
Entonces, cuando el sentido común conduce a poner la pelota bajo la suela hasta que se calmen los ánimos, los dueños del circo buscan soluciones que lucen como un inútil manotazo de ahogado.
Y todo sigue igual.
Entonces, cuando parece que algunos deciden tomar la brasa para buscar una salida y acabar con este juego de miedos, la maniobra termina desdibujándose. Porque simplemente se trata de una burda movida para que un peón se corone en reina y un rey se vea jaqueado.
Y todo sigue igual.
¿Y la pelota? Por favor, que alguien les avise a los familiares. Está a punto de morirse.
AUNO 17-11-06 MFV