Imagen de portada: el cálido recibimiento a los soldados de la Guerra de Malvinas en Puerto Madryn, de Mabel Outeda.
El 19 de junio de 1982, cuatro días después del cese de hostilidades, 4136 soldados de la Guerra de Malvinas regresaron al continente a bordo del buque británico Canberra. Exhaustos, desembarcaron en la patagonia continental, precisamente en la ciudad chubutense de Puerto Madryn, con más incertidumbres que certezas.
Era hora de volver a casa, pero sabían que el periplo no sería sencillo: la gran mayoría de los hombres que tocaron tierra en el muelle Almirante Storni provenían de provincias lejanas como Jujuy y Corrientes. ¿De dónde sacar las fuerzas para emprender esa nueva cruzada? El pueblo madrynense tendría la respuesta: con pan, abrazos reconfortantes y palabras de aliento, dieron a “los soldaditos de Malvinas” el apoyo y el cariño necesarios para volver a comenzar.
Una orden que no fue acatada
Por aquel entonces, los medios de comunicación tenían prohibido difundir la noticia, pero de igual forma se corrió por la voz popular de aquel pueblo de un poco más de 20 mil habitantes. El plan original de las Fuerzas Armadas era esconderlos en unos galpones en desuso para que no trasciendan las pésimas condiciones en que habían vuelto de la contienda. Con esa intención, desplegaron un cerco con un radio de tres kilómetros para restringir el acceso al lugar y trasladar a los soldados en camiones cubiertos de lona.
Mónica Durán, profesora de Historia e integrante del Centro de Estudios Históricos y Sociales de Puerto Madryn, cuenta que la vecindad vio “una caravana muy larga de camiones cerrados e intuyó que ahí adentro iban los soldados”, según pudo reconstruir a partir de los testimonios que obtuvo en sus trabajos de investigación. Ante tal corazonada, cualquier vallado de seguridad era insuficiente, ya que “empezaron a aplaudirlos, avivarlos y a darles un abrazo” en las proximidades al lugar y a lo largo de la ruta aledaña.
Pero señala que lo más llamativo fue que los recibieron “con pan, facturas, tortafritas”, los alimentos que tenían a su alcance para ofrecerles. En un gesto recíproco, los combatientes les entregaban a cambio sus cascos, camperas, chapitas de identificación o cualquier objeto alusivo a su paso por Malvinas. Con el tiempo, los vecinos los atesoraron en sus hogares y luego los donaron al museo del Centro de Veteranos de esa ciudad. “Hay una memoria emotiva muy fuerte en esa experiencia histórica”, remarca.
El pueblo que vivió la Guerra de cerca
La Patagonia formó parte del Teatro de Operaciones del Sur (TOS). Brindó asistencia sanitaria desde sus hospitales reubicables; y logístico desde sus seis bases militares en Trelew, Comodoro Rivadavia, San Julián, Santa Cruz, Río Gallegos y Río Grande. Durante el conflicto, la ciudadanía adhería a las prácticas de oscurecimiento -tapar las ventanas de sus viviendas-, la restricción nocturna, los simulacros de bombardeos y las alertas reales de ataque enemigo.
Al primer desembarco del Canberra le siguió el Northland, el “ARA Almirante Irízar” y el Saint Edmund, días después. Sin embargo, aquella reacción espontánea de agradecimiento y devoción de un pueblo por sus soldados no se volvería a repetir. “Se multiplicaron las medidas de restricción para evitar lo que había pasado con el desembarco del Canberra”, puntualizó Mónica.
El hecho perduró en la memoria popular y en 1984, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, motorizó el “Madrynazo”: la movilización contra la flota norteamericana que pretendía arribar en ese mismo muelle.
Sin embargo, la efeméride popular demoró en llegar a las actas oficiales. Fue gracias al trabajo de historiadoras como Mónica, y fotoperiodistas como Mabel Outeda, del Semanario “Impacto”, que esta historia comenzó a constituirse como patrimonio de la ciudad.
Recién en 2016, el 19 de junio quedó instituido el “Día en que Puerto Madryn se quedó sin pan: por la solidaridad y gratitud de los vecinos” a través de la Ordenanza N° 9449.
“Mamá, estoy vivo”: el esperado contacto de un soldado con su familia
Luego de recibirlos en la ruta, algunos madrynenses fueron hasta las barracas laneras, ahora casino municipal llamado “Héroes de Malvinas”, para alcanzarles comida a los soldados que aguardaban saber su destino allí. En este escenario tuvieron más tiempo para interactuar con los conscriptos. En algunos casos, anotaron los números telefónicos de sus familiares para dar aviso de su arribo; en otros, los invitaron incluso a sus casas, donde les ofrecieron albergue, una ducha caliente, un almuerzo y la posibilidad de concretar ellos mismos el anhelado llamado.
Jorge Horacio Arias, en ese entonces periodista de “LU 17 Radio Golfo Nuevo”, recuerda que “en la radio no era un día común”. Era sábado, cerca de las 15 horas, y estaba él junto a un compañero en el informativo. A raíz de una información del Centro Nacional Patagónico (CENPAT), unidad perteneciente del CONICET, supieron de la entrada de un “barco blanco grande”. Para sorpresa de ellos, se trataba del Canberra.
“El 25 de Mayo nosotros habíamos anunciado que el Canberra había sido averiado y hundido por parte de las fuerzas argentinas”, rememora. Volviendo sobre el 19 de junio, relata que aquel día “los pibes pedían algo para comer y lo que había era pan. Las panaderías en un momento dijeron ‘no hay más’, porque no había más harina ni nada para atender la demanda de estos chicos que cambiaban el casco, la bufanda, la mochila, la campera por una tira de pan”.
También recuerda el cordón de seguridad y el intento de ocultamiento de los soldados por parte de la cúpula militar. “No querían que la población ni los viera ni los recibiera a los soldaditos que venían de la islas”, asegura Arias. Él tenía 27 años y llevaba diez en ejercicio. A la radio llevaron “entre 25 y 30 soldados” para que usaran el teléfono.
“Fue una reunión multitudinaria con mate cocido, torta fritas, medialunas, bizcochuelo. No quedó nada, pobres pibes. Fue una cosa muy emotiva escuchar que un pibe le decía a quien le atendía del otro lado: ‘mamá, estoy vivo’”, narra Jorge, conmovido.
Encontrar en Madryn un segundo hogar
Gustavo Tellini, exsoldado del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 “Coronel Conde”, de la Compañía Comando, combatió en Wireless Ridge, cerca de Monte Longdon. Fue uno de los 4136 combatientes que bajó del Canberra.
“No lo podíamos creer, fue un flash enorme”, se remonta a sus sensaciones de ver que el buque que los transportaban era el que creían hundido. Con la incertidumbre a flor de piel, y sin saberlo, atracaron en Puerto Madryn, se subieron a unos camiones bajo las órdenes de “no miren, no hablen, no digan, cabeza abajo”. Pero esto poco les importó a quienes esperaban ansiosos su llegada.
“La gente desbordó la zona portuaria”, destacó Gustavo, a la vez que describió las condiciones en que llegaron de las Islas: “Nos vieron de una manera bastante complicada, el que menos peso perdió fueron 10 kilos. Todos sucios, andrajosos y con una falta de alimento total”. En viaje a Trelew, la cosa no fue distinta.
“Pan, galletitas, lo que sea, la gente desde su casa trajo alimento. Te pedían un guante, la medalla, cualquier elemento que quisieras darle en el canje simbólico”, recuerda Tellini, quien como tantos otros aprovechó para pedir birome y anotar el número de teléfono de la casa de sus padres. “El mensaje era ‘por favor, avise que estoy’”.
Desde Trelew al Aeropuerto El Palomar fue directo a Campo Mayo, donde la cúpula militar hizo que se despojaran de sus ropas. “Nos querían dejar ahí para alimentarnos, para que la imagen no sea tétrica”, reconoce. De inmediato, regresaron a sus casas por su cuenta. En sus hogares, los esperaban sus seres queridos y en Puerto Madryn, una ciudad entera.
Gustavo Tellini volvió al menos diez veces tierras madrynenses, entabló amistades y practica buceo. “Me cierra por todos lados. Es mi lugar en el mundo, independientemente de Malvinas en sí”, destaca. En 2019, fue a la inauguración del mural “El regreso” que retrata el recibimiento en el muelle y el arribo de los cuatro buques, la mayoría de ellos traían a los “soldaditos” de Malvinas.
19-06-2024
NR-MEM