Todos aquellos que consideran al fútbol como un juego de 22 hombres transpirados corriendo atrás de una circunferencia de cuero, difícilmente lo puedan entender. Es más, quizá tampoco logren comprender la dimensión real del asunto aquellos seguidores de equipos grandes, acostumbrados – bien o mal— al éxito. A todos esos que van formando la nutrida fila sobre la vereda de la calle Arenales no hay nada que explicarles. Tampoco habrá ningún análisis racional que los invite a reflexionar y modificar su postura. Ellos están ahí, acampando. Recostados en la vereda. Es jueves y el sol pega a pleno sobre sus cuerpos. Las ventanillas recién se abrirían el sábado a las 10 de la mañana aunque en un gesto de sentido común poco habitual en la dirigencia del fútbol argentino y en particular de la de Banfield decidieron adelantar el comienzo de la venta para el viernes a las 16. Hay carpas. Hay familias enteras que se van turnando para no perder el lugar. A la nochecita aparecerán las improvisadas parrillas que proporcionarán la cena. Casi todos se conocen. Es la historia de un barrio. De un sentimiento compartido. Ninguno de ellos sabe lo que es salir campeón. Todos lo imaginan. Todos lo soñaron. Siempre. Pero ahora más que nunca…
Hace rato que los despertadores son un aparato que ya no tiene sentido para los hinchas de Banfield. A ellos los despierta algún gol de Santiago Silva. Y a su vez es eso mismo es lo que no los deja dormir. Difícil de explicar. Se entiende o no se entiende. Escuchan hablar de arbitrajes, de partidos arreglados, de incentivación, de sobornos. Pispean, sin prestar demasiada atención, los análisis que realizan los “especialistas”, que aplican calificativos como “sólido” o “práctico” para referirse a un equipo que consiguió mucho más puntos que la mayoría de los que salieron campeones en los últimos años. Ellos, los hinchas, eligen recortar la tabla y soñar. Poco saben de medios, pues anhelan nada más que un fin: ganar el Apertura.
Pudo haber sido el miércoles el día soñado. Pero Newell’s rápidamente se encargó de extender la ansiedad al imponerse ante Gimnasia, en La Plata por 2-0. “Primero hay que saber sufrir”, dice el tango. Y vaya que hubo que hacerlo hasta que ese cabezazo de Víctor López decretó la victoria (1-0) frente a Tigre, a seis minutos del final, en una acción que provocó un gran desahogo entre la gente del “Taladro”.Ahora , la ilusión hace escala en la “Bombonera”. Mítico escenario. El mismo que sirvió de salón de fiestas para Lanús, hace un par de años.
El fútbol se encarga de ratificar, fecha tras fecha, que puede pasar cualquier cosa. No hay un final previsible. Aquí también corre la misma fórmula: se entiende o no se entiende. El último de la tabla (Tigre) puede tener en jaque al primero (Banfield). Entonces, una pelota que pega en el palo puede dictaminar un campeón en el Sur, un festejo en Rosario o una final para desempatar, el próximo miércoles.
Pero el asunto va por otro lado. Abren las ventanillas. Y el corazón empieza a latir más fuerte. Mientras tanto, el plantel que dirige Julio César Falcioni se entrena en Luis Guillón. El entrenador mantiene la misma duda de siempre y no confirma si jugará el colombiano James Rodríguez o si lo hará Emmanuel Pío. No cambia demasiado. El premio es escribir la página más importante de un club. Es la historia de un barrio. De un sentimiento compartido. De los colores. De todos esos que están –bien o mal— acostumbrados a sufrir. De esa gente que no sabe lo que es salir campeón. Pero que lo soñaron. Siempre. Y ahora más que nunca.
AUNO-11-12-09
MV-LDC
auno@deportes.org.ar