Lomas de Zamora, febrero 10 (AUNO).- Mientras Mónica dice “compañeros”, “lucha” y “vida”, una nena viene corriendo y se le cuelga a upa: el beso que le da es fuerte, largo. Suena a pesar de la música y queda en el grabador. Es el decimocuarto acto que se organiza para homenajear a Javier Barrionuevo (31), el “pibe-jagüel” que murió en un corte de ruta a manos de un puntero político, y las banderas del Frente Popular Darío Santillán (FPDS) no se alzan sobre barricadas ni humo de cubiertas sino en la plaza Mitre de Monte Grande, donde hay bandas, canastos con pan, mesas con libros, cintas rojas que atan el pelo de las nenas.
“Recordamos la lucha de los compañeros que dejaron su vida en la calle, seguimos peleando por la dignidad popular, por la justicia, y elegimos hacerlo con alegría, con la música de los barrios y acompañados de nuestros chicos”, afirma Mónica Villalba, militante del FPDS que el 6 de febrero de 2002, fecha del asesinato de Javier, tenía 19 años y apenas meses de militancia.
En días lejanos a los de esta plaza de kermesse, su bautismo de fuego, al igual que el de muchos otros jóvenes que se lanzaron a la calle en los albores hostiles del milenio, combinó desamparo, violencia institucional e impunidad: “Yo había arrancado en el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) hace pocos meses —recuerda—. En febrero mataron a Javier y en junio a Darío (Santillán) y Maxi (Kosteki). Era desconcertante, pero era la realidad del momento. Luchábamos por sobrevivir, por comida y trabajo, con el peligro de sufrir las represalias de policías y punteros”.
“A Javier lo mató Jorge ‘Batata’ Bogado”, un ex policía que era puntero político del entonces intendente de Ezeiza, Alejandro Granados. (ver recuadro)
La noche en que mataron a Barrionuevo, el MTD de El Jagüel llevaba dos días de corte en la ruta 205 a la altura del puente que cruza el arroyo Ortega. Junto a otras agrupaciones nucleadas en la Coordinadora Aníbal Verón exigían planes Trabajar (recientemente prometidos por el entonces presidente Eduardo Duhalde) y bolsones de comida. En el barrio la situación era tal que muchas vecinas se juntaban para picar verdura en la ruta y cocinar en una olla popular. “Para muchos, esa era la única comida del día: la del piquete”, resalta Villalba.
Javier cayó a metros de Nina Niclis, quien había ido a la plaza en representación al Frente de Organizaciones en Lucha (FOL). “En el piquete la policía cortaba la ruta 100 metros antes de nuestras barricadas para desviar el tránsito. A Bogado lo dejaron pasar. Estábamos en una ronda de mate y vimos un auto que quería evitar el piquete. Enseguida nos levantamos y fuimos a parar ese Falcon. Javier, que venía de trabajar y se había acercado al corte sin conocernos para solidarizarse, fue uno de los que llegó primero. Le habrá tirado, como mucho, a cinco metros de distancia.”
Hoy, a metros de Niclis hay carteles en gamas amarillas que piden “justicia”, pero también láminas cubiertas de fotos: son los chicos de los comedores y talleres del Frente Popular. Intercalada entre los carteles y las fotos, la imagen de Barrionuevo. La única que se le conoce y que, parece, se le conocerá.
¿QUIÉN ES JAVIER BARRIONUEVO?
Aunque Héctor vive a 20 metros del puente donde el chico fue herido de muerte y su casa está en el trayecto que debieron usar los militantes para intentar que llegara con vida al hospital, el hombre no termina de escuchar la introducción sobre un pibe que mataron en Jaguel y se adelanta: – ¿Diego Peralta? – No, uno que mataron en un piquete. ¿Se acuerda de los piquetes? Ahí en la época de Duhalde, que cortaban acá por varios días.
“Me acuerdo de haber visto unas veces una gente que subía al puente y dejaba cosas”, suelta Raúl desde la esquina de enfrente, después de varios segundos en blanco, sin nada para decir del joven ni del crimen. De su kiosco se ve la copa una mora. Dice que es ahí, abajo del árbol.
Y es: Javier Barrionuevo toma forma en un cartel al costado de la ruta. Pide cárcel para Bogado. Recuerda, con los colores que le quedan, “10 años de impunidad”. Está despintado, ganado por las ramas, solo. ¿Dónde está su mamá? ¿Dónde están sus amigos? ¿Dónde la maestra que recuerde a un alumno morocho, de ojos grandes y cejas gruesas? En el homenaje. Mónica había advertido: “A la mama la amenazaban y se mudó. La perdimos. No tenemos contacto con ella”. Nina completa: “Y eran él y la mamá nomás. No había hermanos, nada. No le conocemos amigos o gente allegada”.
No son pocos los vecinos y comerciantes que se enteran de la historia cuando son consultados por el piquete que terminó con detonaciones de Bogado, certificadas por las pericias balísticas y confesadas por el propio tirador, que habló de “disparos al aire”. Pero Barrionuevo es El Jaguel, personifica la historia de una localidad alumbrada bajo la estrella de la lucha. Lo es también la 205, históricamente ensanchada, iluminada, nueva. También el bar “Evasión”, explícito siempre con su enorme escudo de Boca en la vidriera y los pooles al fondo; la casa bordó donde para la banda de Lanús; las heladerías que parecen de campo, baratas, anacrónicas, rotas. Y también, aunque no suene como la ruta ni colme de gritos los domingos de la plaza ni cubra de niños las veredas, Javier Barrionuevo también es El Jagüel y continuará en El Jagüel mientras las necesidades que lo llevaron a compartir una noche de protesta y sangre sigan, al igual que su crimen, impune.
De vuelta en la Plaza Mitre, donde las murgas bailan sobre la memoria del perdido, Nina Niclis corre sin saberlo las ramas que ahogan el cartel: “La lucha de los compañeros que cayeron sigue en nosotros y en los chicos que crecen sabiendo lo que pasó y por qué pasó. Hay muchísimas cosas por las que pelear y todavía más en estos tiempos donde parece que se quiere volver a instalar la represión ante cualquier intento de organización social. ¿Pero qué vamos a hacer? Luchar. No sé si hay otra forma. Yo no conozco otra forma que no sea la lucha. ¿Y vos?”
JJR-AFD
AUNO-10-02-16