La historia de los familiares y las madres que reclamaban por sus hijos data de 1974, en pleno asedio de la Triple A. Es decir que dos años antes del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, había algunas que ya se conocían tras haber golpeado puertas del Ministerio del Interior, el Departamento de Policía y a las iglesias. Desde entonces, no se les dieron respuestas. Cansadas, se reunieron en la Iglesia Stella Maris. Azucena Villaflor de De Vicenti fue la primera en decir “basta” y en proponer un nuevo espacio de lucha: la Plaza de Mayo. Y hacia allí fueron el 30 de abril de 1977.
La movilización de ese sábado de otoño pasó desapercibida. Volvieron al viernes siguiente y la tercera fue el jueves posterior, a las 15:30, siempre en la plaza. Al principio no marchaban, se sentaban mirando hacia Casa Rosada.
En pocas semanas llegaron a ser sesenta, y los bancos no daban abasto. El “estado de sitio” les impedía reunirse en multitud, y la Policía intentó echarlas con su tradicional pedido de: “Circulen, circulen”. Y comenzaron a circular alrededor de la Pirámide de Mayo.
Pero la lucha nunca se redujo a ocupar ese espacio. Mientras algunas marchaban, otras iban a instituciones y las calles, casa por casa informando al resto de la sociedad, que por entonces las veían como “familiares de terroristas”.
Aún así, continuaron con las marchas —porque prefieren llamarlas “marchas” y no “rondas”, porque las rondas rondan siempre en torno a lo mismo. En cambio, las marchas marchan, siempre hacia delante— tomadas del brazo.
Realizaban acciones cuando personalidades extranjeras visitaban el país, como cuando llegó el entonces periodista estadounidense –-luego embajador de ese país en la Argentina— Terence Todman. Enterado de esto, el dictador Jorge Rafael Videla envió policías armados para “convencerlas” de que abandonaran el lugar. Y fue entonces cuando se produjo uno de los actos fundacionales de la asociación: el jefe del operativo paró frente a ellas un pelotón a la orden de “apunten”. Y ellas le respondieron: “Fuego”. No dispararon.
En octubre de 1977, un grupo de organismos realizaba una marcha el Día de la Madre y algunas iglesias la peregrinación a Luján. Como algunas madres no podían caminar los 70 kilómetros que separan esa ciudad de la Capital Federal, acordaron sumarse en el camino con un distintivo: un pañal de sus hijos envuelto en la cabeza. Así nació el pañuelo blanco.
Luego, expandieron su búsqueda por medio de solicitadas, acordadas en reuniones en bares, plazas e iglesias; una de ellas La Santa Cruz, donde el represor Alfredo Astiz se hizo pasar como familiar de un desaparecido. Su misión fue “señalar” a las responsables del grupo. Y el 10 de diciembre fueron desaparecidas las monjas francesas, Alice Domon y Léonie Duquet, y al día siguiente Azucena Villaflor.
Ese fue un punto crítico para las demás madres, que aún así siguieron yendo a la Plaza mientras la cantidad de desaparecidos crecía.
En 1978, durante el Mundial de Fútbol realizado en Argentina, tiempo en que las madres sufrieron la indiferencia de la sociedad y de los medios de comunicación nacionales que las calificaron de “antinacionalistas”.
En ese año hicieron su primer viaje a Europa y a Estados Unidos, donde se entrevistaron con legisladores funcionarios. Las que se habían quedado veían cómo crecía la represión.
Ya en 1979, casi no podían ir a la Plaza los jueves por la amenazante presencia policial. Decidieron cambiar el lugar. Pero dejaron en claro que si algo les sucedía, debían seguir igualmente con la lucha. Y el 14 de mayo de ese año crearon la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, y la personería legal y jurídica se les otorgó tres meses después, el 22 de agosto.
Un jueves de 1980 regresaron a la Plaza en el horario de siempre (las 15:30), editaron su primer boletín institucional y consiguieron la primera oficina. Y ese mismo año concretaron la Marcha de la Resistencia: con una marcha de 24 horas seguidas en la Plaza, a la que le siguió un ayuno de diez días en la Catedral de Quilmes.
En 1982, durante la guerra de Malvinas, se reunieron con miembros de la Multipartidaria, en el comité radical. La primera vez, ochenta madres entraron en medio de la sesión y entregaron a cada político un documento en el que pedían que las ayuden a recuperar a sus “jóvenes desaparecidos”.
Una vez en “democracia”, las Madres se acercaron al entonces presidente Raúl Alfonsín, quien poco después creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), de la cual la Asociación Madres de Plaza de Mayo decidió no participar porque consideraba que el organismo no había sido designado por el pueblo, y porque entendían que era un regreso a la búsqueda individual y al abandono de la búsqueda colectiva.
La relación con Alfonsín no fue buena. Una vez “tomaron” la Casa Rosada luego de una entrevista frustrada con él, y las quejas y denuncias se potenciaron cuando el mandatario dictó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Las Madres fueron las únicas que contuvieron a las víctimas de la toma del regimiento de La Tablada en 1989. Los militares que resistieron esa acción liderada por el ex líder del ERP Enrique Gorriarán Merlo, le enviaron un documento a Hebe Bonafini un documento en la que la condenaban a muerte. A esto le siguieron robos en las oficinas y sus casas.
Ya en 1989, durante la presidencia de Carlos Menem —quien se negó a darles una entrevista— se dictaron los indultos a los máximos responsables de la represión ilegal. “Seguimos resistiendo”, fue la consigna de las marchas que no cesaron.
Cuando cumplieron 25 años, recopilaron en una muestra obras de arte sobre ellas, charlas con personalidades de la cultura, recitales y un concurso de cuentos para niños, y presentaron su primer libro.
A lo largo de todos sus viajes fueron conociendo a otras mujeres de lucha, de otras luchas. Fue entonces que decidieron organizar, en conjunto con SOLMA (su grupo de apoyo en París), tres días de reuniones a puertas cerradas bajo el título “Madres que Luchan”.
La relación con Menem fue peor que con Alfonsín. Pero nunca, ni durante el gobierno militar que combatieron cara a cara, habían sido reprimidas como cuando un grupo de policías federales las golpearon y atropellaron con caballos durante la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001, en la Plaza de Mayo, durante la caída del gobierno de Fernando de la Rúa.
Con Eduardo Duhalde la relación tampoco fue buena, y empeoró luego de los asesinatos de los militantes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Algo distinto sucedió con Néstor Kirchner, a quien la propia Hebe calificó de “igual de mierda que el resto”, no bien había asumido. Sin embargo, la relación cambió. El 30 de abril de 2004, Kirchner declaró a la ESMA “Museo de la Memoria”, una acción con la que simpatizaron algunas Madres Fundadoras. Las que pertenecían a la Asociación de Madres, que dirige Hebe, avisaron que se retirarían si concurrían algunos dirigentes del PJ.
Poco tiempo después, consideró que con la llegada del santacruceño “ya no hay enemigos en Casa Rosada”. Y en este contexto, la Asociación decidió organizar su última “Marcha de la resistencia”.
En el último aniversario del último golpe militar, como hace 30 años, las Madres encabezaron la marcha con una bandera con fotos de sus hijos. Pidieron por ellos, para que haya “juicio y castigo” a los responsables de sus desapariciones. También por Julio López, testigo desaparecido luego de declarar en el juicio al represor Miguel Etchecolatz.
De esta y de muchas otras formas, con incansables gritos, las Madres configuraron 30 años de resistencia y lucha por “la memoria, la verdad y la justicia”.
LP-AFD