La encargada de la Asociación Para Espina Bífida e Hidrocefalia (APEBI), Amanda Monzón, analizó su tarea en diálogo con AUNO-Tercer Sector y resumió que “uno trabaja con personas, no con objetos”.
Monzón tiene 62 años, es madre de tres hijos y, además, abuela. Una foto de su nieta de 4 años sobre el escritorio y su sonrisa a flor de piel cuando habla de la pequeña, deja entrever ese cariño que tiene por los chicos.
Aunque aceptó que muchas veces se encuentra “superada por el trabajo”, señaló que “los chicos son lo primero” y que, por lo tanto, hay que cuidarlos como “tesoros valiosos”.
La referente del lugar aseveró que “no se debe perder el objetivo”. Ella, como todos los que forman Apebi, sabe que tienen una gran responsabilidad por delante. “Los padres nos confían lo más importante que tienen y nosotros no podemos fallar”, sostuvo.
Monzón decidió abocarse a esta labor de trabajar con personas que sufren mielomeningocele por su sobrino de 30 años, quien padece esta malformación congénita. A través de esta situación, que le toca vivir desde cerca, siempre estuvo ligada a la institución.
Con el tiempo, se fue empapando tanto en el tema que, en 2003 cuando Apebi abrió sus puertas en el actual edificio de Fragata Sarmiento 831, ella comenzó a desempeñarse en una tarea diaria, en la cual hoy continúa. Tiene a su cargo tareas administrativas –manejo de obras sociales, distribución de programas asistenciales para gente de bajos recursos- y también, todo lo que refiere al manejo del personal.
La representante de Apebi sabe que mucho del trabajo que lleva adelante desde su lugar en la asociación tiene su razón de ser en uno de los más grandes amores: los chicos.
Monzón refleja, casi con lágrimas en los ojos, el cariño que le proporcionan los chicos. Destaca que “no hay un día que ellos no entren con una sonrisa y te den un abrazo”. Y señala que eso “es incomparable”.
También destacó que en la asociación civil sin fines de lucro la contención a la familia del afectado es “fundamental”.
A través de las diversas etapas y experiencias que afrontó la entidad, la encargada del lugar evalúa respecto a los logros que “si bien fue una ardua tarea, siempre se fueron dando pasos hacia adelante”. Recuerda que cuando alquilaron la casa, en la cual funciona el Centro de Día, les parecía una construcción “enorme”. Sin embargo, en la actualidad el espacio quedó tan reducido por las diversas tareas que allí se realizan, que tuvieron que separar a los grupos de asistidos, en horarios estipulados para cada individuo en particular, de acuerdo a la actividad que realizan: asistencia, de rehabilitación o recreación.
Además, puntualizó que desde muy joven le interesó la labor social. Realiza campañas solidarias en la parroquia de San Cayetano, donde también es catequista y se desempeña en el consejo pastoral hace muchos años.
Monzón estima que lo importante es “no bajar los brazos” ante las adversidades, porque así ganará “la inclusión”, palabra clave que subraya la asociación.