Lomas de Zamora, septiembre 24 (AUNO).- La entrada con techito oriental de la Asociación Japonesa de Burzaco (AJB), en Colón 985, es una invitación abierta a viajar. En el patio de entrada, de unos cables, cuelgan unos farolitos chinos, naranjas y rojos. Hay una amalgama de aromas que se impregnan con violencia a los que pasan. Fritura, pescado, carne picada, verdeo. Imposible no tentarse.
“Hanami”: “ver flores”, con esas palabras se designa en nipón la primavera. En Japón, en su primavera, miles de personas salen de picnic. Es que los cerezos, esos árboles de hermosas florcitas rosadas que duran un suspiro, florecen y dejan caer sus hojas como confetis.
Para celebrar la llegada de la estación, la AJB realizó el domingo una kermés con el fin de “transmitir a la sociedad argentina las costumbres, los sabores y valores artísticos y culturales de la colectividad”, destaca Vicente Nakama, vocal de la Comisión Directiva de la AJB. Hay shows de canto y danzas tradicionales de Japón, comidas típicas de la isla, productos, talleres y sorteos. Alrededor de 1000 personas de la zona sur y alrededores se acercan para disfrutar de las distintas actividades que se desarrollan durante el día.
—Konichiwa— saluda una señora de ascendencia japonesa a un muchacho moreno y alto.
—Konichiwa, sensei— responde el joven a su maestra de idioma. Alrededor, una marea de personas se apiña en la cancha de la asociación, paseando por alguno de los más de 50 stands que componen la kermés.
¿Esto es Burzaco? Alrededor de uno de los puestos más largos, que parece un bazar, decenas de personas están apretujadas. Miran con curiosidad el popurrí de objetos coloridos: electrodomésticos, habas, maneki-neko (esculturas de gato de la fortuna), sandalias, productos de Hello Kitty!, salsa de soja, fideos de arroz… Es imposible no chocarse a alguien, hay tanta gente… ¿Burzaco? No, esto es Tokyo.
Los de paladar intrépido pueden disfrutar de platos típicos. Los populares arrolladitos primavera, de pollo y de carne, estallan en la boca con un crac espléndido y dejan en la lengua un delicioso sabor a verdeo y carne que se abraza con el dulzor de la salsa agridulce. Como postre, mochi con anko, una masa de harina de arroz (mochi) que está rellena de un dulce de poroto rojo (anko). No suena rico pero lo es, el anko se parece, por el aspecto y la textura, a una mermelada de frambuesa. Es dulce también, aunque de intensidad delicada. Hay otros clásicos de la comida oriental: sushi, Melona —marca de helados—, jugo de uva —muy dulce y con trocitos del fruto dentro—, fideos de arroz y muchos platos más. Los más conservadores —o los más aburridos— pueden comer choripán u otros platos criollos.
Hay una tensión que proviene de cientos de personas que contienen la respiración a la vez, de gargantas apretadas, de ojos que se esfuerzan por no largar un lagrimón. La niñita —que debe tener diez años, máximo— vestida con kimono, tiene cachetes redondos y pelo lacio negro, canta “Kanshajo”. La mayor parte de los asistentes no entiende ni una palabra de lo que sale de su boca. Pero no hace falta entender: la voz sale de esa pequeña caja de resonancia con una fuerza e intensidad increíbles, está impregnada de melancolía y soledad. La voz ya no es voz, es un ente vivo, incorpóreo, que se puede palpar y que se filtra por los poros de los espectadores.
Después llega el turno de los taikos o tambores japoneses, y el espectáculo se anima con el ritmo alegre de la percusión y la flauta. En el fondo, tres banderas se agitan: una negra, otra roja —ambas lisas— y una beige con bordados amarillos. Los jóvenes que tocan los tambores levantan sus piernas horizontalmente, de un lado a otro, mientras hacen música. Llaman mucho la atención sus chalecos coloridos.
Mientras, un coro de muchachas acompaña con sus voces delicadas. Todo está cargado del ritualismo oriental que es tan atractivo para la vista.
Pero la kermés de la AJB no sólo muestra la cultura japonesa, sino que invita a participar de ella con talleres de origami y nihongo —iniciación al idioma japonés—, del que participan al menos 200 personas.
Muchos de los asistentes pertenecen a la comunidad japonesa, que se estima que en la zona llega a los 1500, pero la mayoría son vecinos, jóvenes, padres, adolescentes fanáticos del animé o de la cultura oriental.
La jornada culmina con un sorteo de un auto 0 km y otros 17 premios, como televisores LED y juegos de tazas de porcelana.
Como el período de floración del cerezo, la kermese es breve. O así se siente. A las 18 termina. Todos, con premio o sin él, se van con la panza llena, el paladar estimulado, con el regocijo de la danza y el canto oriental y con la grata ilusión de haber pasado un día primaveral en Japón.
AUNO-24-09-2014
FRS-MDY