Lomas de Zamora, diciembre 31 (AUNO).- Los nombres de las 194 víctimas de la tragedia de Cromañón fueron gritados por sus familiares y amigos en plena Plaza de Mayo. Cada uno de esos gritos fue seguido por un pedido de justicia. Algunos estallaron en llanto, otros prefirieron contener las lágrimas.
Para ellos, desde 2004, los años terminan y empiezan con tristeza, a la luz de recordar y revivir la trágica situación que les cambió la vida. El promedio de edad de los espectadores de aquel recital de Callejeros era de 22 años.
Uno de los sobrevivientes del incendio en el boliche del barrio porteño de Once es Santiago Aysine, quien concurrió a dos de las tres fechas que cerraban el año para la banda, sin sospechar que desde ese 30 de diciembre llevaría una herida imposible de cerrar.
“Fin de año es una cagada, me lloro todo”, confesó el joven a AUNO. Cuatro años después de esa noche, conformó la banda Salta la bancaa, “que fue una válvula de escape” para ir transformando los sentimientos que tenía, y en su canción “Que nunca se repita”, reflejó aquella noche en la que el fuego del rock fue tan literal que mató a 194 pibes: “Porque nunca se me va a curar la herida/ de haber visto cómo se me iba la vida”, canta Aysine en los recitales, para continuar con la estrofa: “No omitamos que esa noche de diciembre/ almas púberes en busca de la gloria/ se encontraban cara a cara con la muerte/ a raíz de una vorágine traidora”.
“Me peleé con el rock. Yo creía en Callejeros, pero cuando después de la masacre volvieron a tocar, me desesperancé”, recordó el músico, a pesar de que consideró que “culpar a los músicos es como culpar al de la bengala. Fuimos víctimas de una cultura que nos llevó a eso”.
Tomás Sande tenía 18 años cuando presenció el triste momento en que se produjo la peor tragedia no natural del país. Él fue uno de los tantos jóvenes que, una vez afuera de República de Cromañón, volvió al lugar para sacar a los que todavía estaban adentro. “Había que hacer algo, no te podías quedar sentado mientras pasaba todo eso”, explicó, sin ser consciente de la valentía y el arrojo que experimentó en ese momento.
Sande fue esa noche parte de un grupo de ocho pibes más que seguían a Callejeros, entre los que se encontraba Matías Sánchez. “Fuimos a un teléfono público y llamamos a nuestras casas para avisar lo que había sucedido y hacerles saber que estábamos bien”, relató.
Ninguno de los dos jóvenes concurre a las audiencias, ni prestaron testimonio en las causas. “No quiero meterme en ese tema, es doloroso recordar esa noche, por lo que prefiero mantenerme al margen”, afirmó Sánchez.
“Hay que cerrar el año”, sostuvo Julián Rozengardt a su familia cuando les contó que iba a ir al tercer recital de Callejeros. Su hermano, Diego, llegó de viaje la misma noche de la tragedia. “A Julián lo sacaron otros pibes que habían ido a ver a la banda. Estuvo internado un día y falleció”, contó y calificó a los fines de año como “un momento bravo, por los recuerdos, por las ausencias”.
Una de las peores imágenes que recuerda Diego es la del hospital al que fue trasladado su hermano: “Toda la sala de cuidados intensivos del Hospital de Clínicas estaba ocupada por los pibes de Cromañón”. En su criterio, para que haya “justicia social, hay que desarmar ese entramado de cosas cromañonescas”.
Con una herida que por el momento no tiene siquiera el consuelo de la Justicia, cada fin de año tiene la amargura de saber que la muerte no se los llevó, pero los marcó a fuego por dentro. Entre llamas, humo, corrupción y muerte, miles de jóvenes recuerdan a los que perecieron en un entramado social y político que se metió con el rock.
PT-AFD
AUNO-31-12-11