Por lo menos una vez deberían venir a una marcha con los docentes

“Tenemos lo que nos reclaman: vocación. Pero no somos corderos sumisos dispuestos a acatar cualquier orden”, se planta el autor de esta nota, profesor de Geografía en el Ensam de Banfield, donde da clases hace 32 años. Una síntesis que también es desahogo, bien desde adentro de la lucha por la educación pública.

Roberto Pazos

Domingo, justo en ese momento en que la tarde va transformándose en noche, en el que la depre nos avisa que se nos termina el fin de semana. Hace un rato terminé de escribir un resumen del conflicto docente. Desde el lado humano, me pidieron. Estoy conforme, creo que refleja lo vivido en estas últimas semanas.

Suena el teléfono, del otro lado de la línea está el Jefe, viejo amigo de las luchas docentes de los años ochenta.

-Che, están reprimiendo a maestros que intentan armar una carpa itinerante en plaza Congreso ¿Van a ir?

Quince minutos después estamos con mi esposa pasando a buscar a Héctor y Ana para ir a hacer el aguante.

Noche cerrada, lluviosa, rostros desencajados, llorosos. Algunos por el gas pimienta, otros por el dolor de volver a tiempos que se creían superados. Miro la muralla de policías. Entre los uniformados se cumple con el cupo femenino. De todas formas, los rostros tensos, amenazantes, no distinguen sexo. Los cuerpos tampoco. Me indigno,me embronco. Me angustio ¿Por qué?

La lluvia no para. Se intenta cantar alguna consigna, pero no da, la tristeza supera la bronca. Pasan autos haciendo sonar sus bocinas, gente que se acerca solidaria.

Ya sé porqué estoy angustiado. Esos pibes y pibas que están ahí, listos para atacar de nuevo, vienen de la escuela pública. Fueron alumnos de esos que ahora están reprimiendo. Es pobres contra pobres. Me puede, me duele.

Miro a mi lado, veo guardapolvos chorreando agua, con manchas de barro, ese barro rojizo por el polvo de ladrillo de la plaza. Son maestros: a muchos los conozco de las marchas de los ’90, de la Carpa Blanca.

Hay varios hombres, pero también mujeres; de este lado se exagera con el cupo. Le pegaron a maestros, le pegaron a maestras.

Regresamos. Mañana debo ir a la escuela, poner la cara ante los alumnos ¿Qué les digo? ¿Qué vivimos en una democracia que apalea maestros por reclamar que se cumpla con una ley? ¿Cómo hago equilibrio para no caer en la desesperanza, pero tampoco en la mentira?

Me siento frente a la computadora. Señalo parte del texto ya escrito y mi dedo índice se encarga del resto. Voy de nuevo. Quiero aprovechar la bronca que me come por dentro, reescribir parte del resumen, que esa bronca grite desde la pantalla que a un docente no se le pega. Que los gobiernos democráticos no deben pegarle a nadie, deben sentarse a dialogar, a discutir, a buscar acuerdos.

Pero no, este gobierno eligió a los docentes como caso testigo. Quiere demostrar que la única negociación que aceptan es la que se desarrolla según sus reglas. Pensaron que los maestros eran el sector laboral más sumiso y más visible para llevar adelante la pulseada.

Se equivocaron, se equivocaron feo ¿Por qué?

Seguramente será porque nos ven con los guardapolvos blancos,con la mansedumbre del que se lleva el trabajo a casa, que compra las tizas, los materiales que tendría que proveernos el Estado. Que educa, cuida y acompaña a los chicos; el que se involucra cuando son objeto de violencia familiar, o de abuso. El que pinta salones, sostiene las cooperadoras.

Y piensan: dos gritos y están de rodillas. Insisto, se equivocaron. Hacemos todo eso porque tenemos lo que nos reclaman: vocación, pero no somos sumisos corderitos dispuestos a acatar cualquier orden.

Entonces, cuando nos amenazan con descuentos, con quita de la personería gremial, con el voluntariado docente; nos ofrecen sobornos, nos envían policías a pasarnos lista, o peor, a pegarnos, nos surge desde lo más profundo ese maestro digno, el que no se dobla,no se resigna, el que está dispuesto a dar la pelea haciéndose fuerte junto a su comunidad.

A veces pienso que así como se recomienda ver un determinado espectáculo deportivo o visitar un destino turístico antes de morir, todos y muy especialmente los ministros, gobernadores, presidentes, por lo menos una vez tendrían que venir a una marcha docente.

Sumarse a ese torrente de guardapolvos blancos que avanza cubriendo las avenidas, hermanados, dejando de lado las diferencias políticas, sociales, económicas. Cruzar el puente Pueyrredón con Solcito, mi nena de siete años, con mis compañeros del Normal, esos con los que podemos discutir, pero que en la lucha somos uno solo. Con mis alumnos del centro de estudiantes, ahí con esa bandera azul y roja que está siempre cuando se pelea por una causa justa; y también con sus padres. Ver la emoción del reencuentro con nuestros ex alumnos que se acercan a defender su escuela, con esos ex compañeros hoy jubilados que sienten la necesidad de seguir peleando por la educación pública.

Sentir cómo late ese puente cuando suena “el que no salta…”, cómo cabalgan nuestros corazones cuando juntos vibramos con el “luche, luche, luche…”. Disfrutar la caminata por esa autopista que convertimos en peatonal, codo a codo, con esas pancartas hechas artesanalmente, esas que hablan de la dignidad, con la cuidada ortografía y el trazo prolijo. Ver el sentimiento de esos compañeros de ATEN con sus bombos y redoblantes gritando que les falta el compañero Carlos Fuentealba.

Ver a ese nene del jardín, sobre los hombros del papá levantando la cartulina que grita “páguenle a mi señorita”. Ver la emoción con que cantamos el Himno, los abrazos de viejos maestros con sus viejos ex alumnos.La gente asomada en los balcones, agitando una bandera, un guardapolvo, un cartel de apoyo.

Sería clave si vienen a alguna marcha con los docentes. La señora gobernadora sería más respetuosa y no nos acusaría de ser pobres maestritos en manos de perversos dirigentes gremiales. El ministro Bullrich respetaría más nuestra inteligencia y desecharía los argumentos pueriles.

Pensarían seriamente antes de elegirnos para pulsear. Hasta se darían cuenta que no es tan fácil doblegarnos, que si tocan a uno, nos tocan a todos. Que el solo hecho de pelear por la escuela pública hace que el conflicto esté ganado desde su inicio. El presidente no enviaría la Policía a reprimirnos, mediría mucho más sus palabras, antes de tocar a nuestra posesión más sagrada: la educación pública, gratuita y laica.

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