Ante una amplia convocatoria de chicos y adultos de diferentes agrupaciones de todo el país, curiosos recién salidos de las oficinas, y con los participantes de la cuarta marcha nacional del movimiento que dirige rebalsando el escenario que estaba a sus espaldas, el coordinador general de los Chicos del Pueblo, Alberto Morlachetti, agradeció a todos los que participaron de esa marcha y aseguró que “la construcción de una sociedad sin hambre no admite esperas porque la única materia no renovable son nuestros hijos”.
El “trencito contra el hambre” había arrancado el último tramo de su recorrido el jueves por la tarde en José C. Paz, cuando los 450 chicos y educadores que marcharon en representación de más de 300 organizaciones sociales del país recorrieron el trayecto entre la Ruta 24 y Potosí hasta la Plaza San Martín de José C. Paz, uno de los barrios más pobres del conurbano bonaerense.
Allí los esperaban, junto a pibes de diferentes escuelas y miembros de distintas organizaciones sociales, la referente de la Fundación Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora, Nora Cortiñas, quien se sumó en este último tramo de la marcha y caminó, junto a las Madres santafesinas que venían acompañando a los chicos desde Puerto Iguazú “Queca” Koffman y Norma Wekler, y a los que caminan porque no haya “ni un pibe menos” hasta el destino final: Plaza de Mayo, en Capital Federal.
El viernes, la caravana concentró a las 11 en Parque Rivadavia, corazón del barrio porteño de Caballito, para transitar la avenida Rivadavia hasta el cruce de Avenida de Mayo y 9 de Julio. En ese punto neurálgico de la Ciudad de Buenos Aires los recibieron organizaciones de todo el país para marchar, todos juntos, hacia la Plaza, donde tuvo lugar el acto central.
Con los colores y los cantos que caracterizaron a la movilización durante los 4600 kilómetros recorridos, la columna encabezada por el río de chicos ingresó a la Plaza de Mayo pasadas las 15.30.
Entonces, la plaza se cubrió de carteles de los más coloridos, que rezaban consignas como “no queremos más chicos con hambre” y “todos tenemos derecho a crecer sin hambre, con salud, educación y dignidad”.
El escenario, mirando hacia el Cabildo, se colmó de chicos que no pararon de cantar las canciones que especialmente crearon para ésta, la cuarta marcha nacional del Movimiento de los Chicos del Pueblo.
Fueron representantes de esos mismos niños los encargados de contarle a la gente que acudió al acto, y a todo el país, los deseos que sintetizaron el espíritu de la Marcha. “En un país tan rico como el nuestro, hay chicos que se están muriendo de hambre, y eso es imperdonable”, dijo un pequeño que viajó con la caravana desde una de las provincias del norte argentino. Por su parte, “que ningún niño argentino sufra hambre y que vuelva la esperanza” fue el deseo de una de las tantas nenas que recorrieron una cuarta parte del país en busca de una realidad mejor.
Luego, en respuesta al presidente Néstor Kirchner, quien dijo años atrás que “estábamos saliendo del infierno”, una jovencita de 15 años le respondió, sin temblarle la voz frente al micrófono, que ellos están “cada vez más sumergidos en el infierno, ya que mueren diez chicos de hambre por día”; y añadió que “las alcancías de la Casa Rosada están llenas, lo que falta es repartir esa plata entre los que menos tienen”.
Más tarde, el turno de subir al escenario y decir unas palabras fue del coordinador general del Movimiento, Alberto Morlachetti, quien se sumó a los caminantes unos días después de comenzada la Marcha debido a problemas de salud.
Luego del caluroso aplauso que le brindó la gente, Morlachetti agradeció a todos los que participaron en “la movida” y denunció que “este gobierno, productor de soledades y hambres eternas, está intentando controlar, con la limosna, la rebeldía de los humillados, transformando la felicidad en una esperanza celestial mientras se aniquila el derecho a la vida”.
Como debería suceder cada día, en el último día de la Marcha Nacional de los Chicos del Pueblo, no hubo ni un pibe en que no se haya ido a su casa sin un pedacito de pan en la mano.
AMB-LP