(AUNO) A la hora de la barbarie, la dictadura no discriminó entre
edades, sexos o religiones para llevar adelante su plan siniestro
de desapariciones. Pero, la gran mayoría eran jóvenes y, valga la
paradoja, lo siguen siendo.
Allí estuvieron con sus imágenes eternas a sus 20, 25 o 30 años
para empujar al abismo a los dictadores a principios de los años
´80.
Estuvieron omnipresentes a la hora de enjuiciar a los vencidos
y también para recordar la gran tragedia argentina, siempre a los
20, 25 ó 30 años.
Y hoy, están aquí, para observar, con la misma imagen de
juventud y fortaleza, las indecorosas muertes y envejecimientos de
sus verdugos.
Sin dudas, el gran error de la dictadura resultó su propia
existencia, pero los desaparecidos se convirtieron en la propia
razón de su debacle. Sus fotos acompañaron a las luchas populares
para hacer retroceder a quienes nunca debieron avanzar.
No obstante, se ha hablado mucho de las causas de la derrota
inapelable del gobierno que irrumpió en la vida de los argentinos
el 24 de marzo de 1976. No son pocos los que mencionaron que su caída resultó una consecuencia exclusiva de Malvinas, olvidando, quizás en forma
adrede, que esa aventura inexplicable se convirtió en el último
eslabón de una larga cadena de despropósitos.
La ausencia de libertades, un plan económico de concentración y entrega y una vida sin horizontes alentaron una militancia unida frente al enemigo común.
Nunca hubo una equivocación estratégica mayor que aquella que
consideró a los desaparecidos como “una entelequia, porque no
están, no existen”, tal como dijera un asesino de facto. Porque detrás de los movimientos sociales y del trabajoso arribo de la democracia estaban para apuntalar esa lucha ellos, siempre los de 20, 25 ó 30 años.
La eterna omnipresencia de los desaparecidos
Por Daniel Casal