Lomas de Zamora, agosto 20 (AUNO) – Horacio Quiroga, uno de los más brillantes cuentistas del mundo hispanoamericano, fue y es un escritor que los ámbitos académico e intelectual de la Argentina intentaron sin éxito marginar de la crítica y el estudio.
Después de su muerte, en 1937, la obra del salteño quedó más o menos en la opacidad hasta fines de los 50; durante los 60 se realizaron estudios y ediciones críticas, que contribuyeron al rescate de la vida y la obra del descendiente de Facundo Quiroga.
Entre ellas, las emprendidas por el uruguayo Emir Rodríguez Monegal y después los argentinos Jorge Laforgue y Eduardo Romano, entre otros muchos, hicieron lo propio.
Tal vez obligados por necesidades editoriales, por propia iniciativa o una combinación de ambas, al momento de hablar de Horacio Quiroga no pocos se dedicaron a destacar la cadena de suicidios y muertes accidentales que rodearon al autor de Los arrecifes de coral (1901).
A pesar de ello, grandes escritores e investigadores de sus obras han publicado excelentes y documentados trabajos: En la Argentina, Uruguay y más allá de América Latina.
En las novelas, Historia de un amor turbio (1908) y Pasado amor (1929), la crítica casi en forma unánime no pudo dejar de ver aspectos que “coinciden” con la experiencia del mundo real del autor: su predilección por las mujeres jóvenes.
Está claro que esa asociación biográfica, por más lícita que fuere, no es lo fundamental de gran parte de la cuentística de ese hombre barbado nacido del otro lado del Río Uruguay.
Antes de Los arrecifes de coral se había publicado en Uruguay Diario de un viaje a París (1900), que ediciones posteriores incluyeron además una serie de cartas dirigidas a escritores argentinos y uruguayos.
Quiroga había viajado a Francia en ocasión de una exposición internacional, de donde vuelve desencantado, incluso pasó privaciones y tuvo que gestionar ante la Embajada de Uruguay en París el boleto de vuelta porque se había quedado sin plata.
Dónde vas con el bulto apurado
El grupo de escritores reunidos alrededor de la revista Martín Fierro (Evar Méndez, Lanusa, Borges) destetaba a Quiroga y a su escritura. No sólo eso, sino que se dedicaron a burlarse de su persona asociándolo con uno de los peores asesinos seriales del mundo.
Los martinfierristas compararon a Quiroga con Henri Désiré Landru, un asesino serial de mujeres de París, en el contexto de la primera guerra mundial o guerra entre potencias colonialistas. No nos extenderemos en los destalles de las andanzas de Landru ni en su final.
En el número 16 de esa revista (del 5 de mayo de 1925), en clave satírica e irónica, se le adjudica a Quiroga la autoría de un próximo libro: “Donde vas con el bulto apurado. Cuentos del otro Landru”.
La primera parte que configura una pregunta alude a dos cosas: hacia 1915 se había hecho muy popular en Buenos Aires un canturreo que remitía a un asesino que había descuartizado a una persona y que la había tirado en un lago de Palermo. La otra, está vinculada a la leyenda según la cual Quiroga, en cualquier momento y lugar, quería levantar mujeres.
Las burlas de los escritores de Martín Fierro (1924-1927) contra Quiroga y su literatura no terminaron allí, porque en el número 47 del 15 de agosto de 1927 se publicó algo más, en la sección ‘Parnaso satírico’. Allí se lee bajo el género del epitafio lo siguiente:
“Escribió cuentos dramáticos / sumamente dolorosos / como los quistes hidáticos / hizo hablar leones y osos /caimanes y jabalíes /la selva puso sus pies / hasta que un autor inglés (Kipling) le puso al revés / los puntos en la íes”.
La bronca de los martinfierristas contra Quiroga tenía al menos tres motivos, uno de ellos esencial: El salteño había empezado escribir bajo el influjo del modernismo, escuela que tan pronto abandonó, era amigo de Lugones y, por fin, la materia de sus relatos está inscripta en lo popular; aporta al “hondo destino americano” (la frase es de Emir Rodríguez Monegal).
“Hace bastantes años, en mi primer encuentro con Borges en 1945, le pregunté qué pensaba de Quiroga. Su repuesta me trajo un eco del Epitafio de Luis García: ‘Escribió los cuentos que ya había escrito mejor Kipling’, me dijo con su habitual estilo epigramático”, recordó Rodríguez Monegal.
AUNO 20-8-15
HRC