(AUNO) Siempre que se quiere recorrer un camino, lo ideal es contar con un mapa que contenga la información más precisa para arribar con éxito a destino. Sin un mapa, se puede vagar indefinidamente y no llegar jamás a la meta. Esto es lo que pasa con el agua contaminada con arsénico en la Argentina.
Aunque se calcula que alrededor de 2 millones de personas tienen problemas de salud por el consumo prolongado de agua contaminada con arsénico, no hay datos oficiales sobre en qué lugares y con qué concentraciones se presenta. Pero sí se sabe que el arsénico es un metaloide cancerígeno que se encuentra en el agua de vastas regiones de la Argentina, sobre todo en el centro y norte del país.
La geógrafa del Instituto Geográfico Militar, Romina Plastina, indicó ante la consulta de la AUNO que “aunque una buena cartografía facilitaría la identificación de las áreas más vulnerables para aplicar planes en consecuencia, no se han planeado ni iniciado programas de control para observar la distribución de las zonas en donde hay personas en riesgo de consumir agua con arsénico”.
Para explicar cuáles serían los beneficios de contar con información sobre las zonas con aguas contaminadas, Plastina señaló que “un sistema integrado de mapeo, que contenga la dimensión espacial unida a los datos epidemiológicos, puede favorecer la comunicación y la colaboración entre los diversos niveles de los sistemas de salud y los programas de control de enfermedades para la toma de decisiones”.
La misma idea es compartida por la química de la Comisión Nacional de Energía Atómica Silvia Farías, quien afirmó que “para conocer la verdadera dimensión del problema habría que realizar un relevamiento de los tenores de arsénico en las aguas que consumen los habitantes de las zonas donde ya es conocida su presencia, así como también de otras zonas, donde los estudios geológicos demuestran que es posible que las concentraciones de arsénico pueden ser nocivos”.
Farías insistió en “la necesidad de ampliar el conocimiento acerca de la distribución geográfica de la contaminación por arsénico y de las condiciones geológicas que promueven las altas concentraciones del tóxico, para poder terminar de delimitar las áreas de riesgo”.
El problema del agua contaminada con arsénico no puede considerarse menor. Luego de Estados Unidos, la Argentina es el segundo país más afectado por un mal que causa graves problemas de salud.
Consumir por un tiempo prolongado agua con arsénico causa el Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico, que puede provoca cáncer de vejiga, pulmones, riñones y estómago; aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, además de provocar pigmentación anormal y presencia de callosidades en las palmas de manos y pies. El arsénico consumido es absorbido por el cuerpo a través del torrente sanguíneo, que lo distribuye por los diferentes órganos, en los que se acumula.
Según Plastina, las provincias que tienen zonas con altos contenidos de Arsénico son: Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Santiago del Estero, Córdoba, La Pampa, San Luis, Chaco, Santa Fe, Río Negro y Buenos Aires. El origen del arsénico en las aguas subterráneas de la Argentina es atribuido a la actividad volcánica ocurrida en los Andes durante el período Cuartario.
“Los primeros pasos para reducir la cantidad de personas que consumen agua contaminada “#8220;aseguró Plastina- son: analizar cuáles son las áreas del país que se encuentran en estado de riesgo, calcular cuál es la población total que se encuentran en riesgo de contraer la enfermedad, informar y concientizar a la población acerca de la enfermedad, y garantizar que la provisión de agua cumpla con todos los requisitos establecidos de pureza.”
La mayor parte de la población que consume agua con arsénico vive en zonas rurales y sin acceso a redes de agua potable. Por eso la geógrafa explicó que “necesitan un sistema para eliminar el arsénico a escala domiciliaria que tenga una tecnología simple y de bajo costo. Y que a la vez permita sortear ciertas complicaciones como la falta de energía eléctrica, el bajo nivel educativo, la escasez de recursos humanos calificados, la necesidad permanente de apoyo técnico y el suministro de reactivos necesarios para mantener operando el sistema”.
Farías remarcó que “los procesos de purificación del agua deben ser llevados a cabo por pobladores entrenados, minimizando de esta forma los gastos de la operación, y además deberían existir programas de concientización de las poblaciones afectadas en cuanto a los riesgos que implica el consumo de aguas contaminadas con arsénico”.
Sin embargo, el problema no es exclusivo de las zonas rurales. En las ciudades, donde el servicio de agua potable es provisto por empresas privadas que deberían contar con sistemas para eliminar el arsénico, no todas cumplen con esa reglamentación. La empresa Aguas Bonaerenses, por ejemplo, recién ahora instalará una planta para que el agua que distribuye en los partidos de Carlos Casares y Pehuajó cumpla con los niveles de arsénico establecidos en el Código Alimentario Argentino.
Actualmente, el Código Alimentario Argentino establece que el límite máximo de arsénico en el agua potable puede ser de 0,05 miligramos por litro, mientras que en los países desarrollados ese límite es de entre 0,01 y 0,02 miligramos por litro. Plastina aseguró que “si adoptáramos esos topes máximos, que son los recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la tecnología existente en nuestro país tendría dificultad para rebajar el arsénico a esos niveles”. Y ambas expertas coincidieron en que “el costo de cumplir con las recomendaciones de la OMS es tan elevado que países cómo la Argentina no podrían aplicar esa normativa en el corto plazo, sino en etapas y en un período de tiempo no inferior a 10 a 15 años”.
AUNO 14/9/04