Lomas de Zamora, junio 29 (AUNO).- Centenas de muñecos, decenas de posters, miles de cómics e incontables accesorios rebalsan los estantes. La habitación es una suerte de biblioteca de Alejandría del noveno arte. Los títulos, acomodados por editorial, año y franquicia. En el medio del gran cuarto un Batman de un metro de alto descansa la vista después de tanto libro y revista. La respiración es suave y pausada, por miedo a que alguna pieza del engranaje deje de funcionar.
Los estantes permanecen completamente limpios, no hay una sola partícula de polvo que entorpezca la colección y ni un brazo de muñeco que esté torcido. La sensación de perfecta armonía exaspera hasta al más ordenado. El olor a libro viejo se entremezcla con el de los muñecos logrando una extraña sensación en quien ingresa a ese lugar por primera vez.
Adrián Díaz tiene 38 años, una remera gastada de Linterna Verde, bermudas de jean y 11 tatuajes, siete de ellos dedicados a los cómics. A los seis años conoció al mundo DC, se enamoró y nunca más se alejó. Batman y Superman fueron los primeros personajes que consumió en los años ochenta y todavía son sus favoritos. Ya entrado en su adolescencia descubriría el otro monstruo de las historietas: Marvel.
Su esposa parece abstraerse un poco del fanatismo de su marido, pero el pequeño Martín de 4 años lleva pantuflas del Capitán América y toda su habitación está acondicionada de los distintos héroes que conforman este universo fantástico. A Adrián se le iluminan los ojos cuando sueña algún día compartir esta pasión con su hijo. Mientras tanto se encarga de prepararle el terreno para que esto ocurra.
Cuando tiene un cómic en sus manos sus ojos marrones se agrandan y la cara se transforma al igual que Bruce Banner cuando muta en el increíble Hulk. Pasa de página con la expresión de un chico, explica todos los detalles de la edición del número y de la trama de cada uno. Adrián viene de una familia de coleccionistas: su abuelo paterno era adepto a guardar monedas de distintos países, mientras que su padre lo hacía con estampillas de todo el mundo. En ese menester de su papá, al canjear las estampas en el parque Rivadavia, Adrián se encontró con los primeros cómics. Ese espacio verde ubicado entre la Avenida Rivadavia y Campichuelo sería un lugar que Adrián nunca más abandonaría.
Adrián trabaja en el Banco Nación y se jacta de llamarse Díaz al igual que la traducción castellanizada de Batman. “El loco de la historieta” le pusieron sus compañeros y no hay apodo que le guste más, a pesar de que aclara que sus compañeros y amigos muchas veces lo tratan como si fuera un eterno niño. Entre sus accesorios favoritos se encuentran una corbata de Batman y unos gemelos del Joker que luce con frecuencia en el escritorio de su trabajo.
La casa sale de su normalidad con ese cuarto, quizá el más grande de toda la casa. El desorden estándar de cualquier hogar se apaga en aquel edén. La cautela con la que Adrián entra a la habitación contagia un dejo de misterio. Admira su colección como si hubiera encontrado la respuesta a la existencia después de la muerte.
Adrián no la abre todos los días, solo en ocasiones especiales para que un visitante la observe o en momentos en los que Adrián se siente estresado y necesita paz. Él es el único que sabe dónde se guardan las llaves de aquella mazmorra de tintas y colores.
La colección de Adrián es de las más completas del país. Viajó a México y Estados Unidos con todo su material para exhibirlo en distintos eventos de talla internacional. En lo alto de sus repisas reposan los números graduados (títulos que han sido calificados por su estado y calidad por una editorial internacional). Es difícil enumerar los títulos graduados que Adrián tiene en los estantes más altos y colgados en la pared, pero al primer intento de hacerlo, Adrián dice que tiene 64 cómics en este estado y más de 15 en proceso de estarlo. La mayoría de estos cómics los hizo graduar en algunos de sus tantos viajes a Estados Unidos.
Adrián sostiene un mate de Superman mientras gesticula con movimientos histriónicos. Nunca fue cosplay, de adulto nunca se disfrazó. Considera a esa gente como sub- fanáticos. Tiene claro que él no es un superhéroe ni quiere aparentarlo. La última vez que Adrián fue Batman corría con su capa y su máscara por la calle Chiozza, en el centro de San Bernardo. Ahora la infancia quedó lejos y el deseo de ser Batman, completamente nulo.
La colección la empezó a los 18 años, cuando terminó el secundario. Los primeros números se los compró con sus primeros sueldos que ganaba de trabajar en una panadería cerca de su casa, en el barrio de Villa Urquiza. Veinte años después la colección sigue en crecimiento y no se limita a los cómics.
En sus viajes al país del norte, cuna de este género, Adrián consiguió lo más grande que un coleccionista puede lograr, que emblemas como Stan Lee, Alan Moore y Frank Miller le firmaran sus cómics predilectos. Stan Lee, el hombre que reformó Marvel a fines de los 40, elogió su colección en una exposición llevada a cabo en Los Ángeles, California.
“Después del nacimiento de mi hijo, es lo mejor que me pasó en la vida”.
Esas palabras, Adrián, las suele decir con asiduidad, y su voz se entrecorta. El Batman, el Stormtrooper y el Spider Man que cuelga del techo son los testigos más cercanos de aquella confesión. Stan Lee hoy en día representa la imagen viva de la revolución de Marvel en las diferentes industrias, principalmente en la cinematográfica, al tener cameos en todas las películas del sello Marvel hasta la fecha.
En la convención de coleccionistas hecha en Los Ángeles, en 2008, Adrián consiguió una mención especial en los premios por tener el cómic más antiguo del evento: un número de Iron Man de 1941, que ahora descansa colgado en la pared de esa habitación sagrada. En la tabla oficial quedó décimo cuarto ante coleccionistas de todo el mundo, pero posicionado como el mejor argentino de la competición. Un tema aparte fue el traslado de su colección en el avión. Adrián admite que pocas veces tuvo tanto miedo a perder alguna pieza en el vuelo o que el personal de la compañía aérea le arruinara algún artículo.
Los eventos nacionales, Adrián se los conoce de memoria. Participó de las dos primeras ediciones de la Comic Con, donde fue entrevistado por tener una de las colecciones más significativas del país, como también de una edición de Comicópolis donde fue invitado a exhibir algunas de sus piezas más valiosas.
En un cuadro hay un pedazo de tela. Adrián arquea las cejas antes de responder por aquello, como si fuera un alivio por fin hablar de eso. “Batman Regresa” es una película de Tim Burton de 1992 protagonizada por Michael Keaton como el Hombre Murciélago, y ese pedazo de tela es una parte del traje que Keaton usó en la caracterización de Batman. Aquel regalo se lo hizo un amigo norteamericano que tuvo acceso al set de filmación de la película y es uno de los artículos más queridos por Adrián.
Adrián cree que su colección nunca va a terminar, porque confía en que su o sus hijos van a llevarla adelante cuando él ya no esté. Aún cree que está incompleta y si bien está orgulloso de lo que tiene, cada tanto vuelve al parque Rivadavia ilusionado con encontrar algún antiguo número que le arranque una sonrisa.
(*) Nota realizada para Taller de Periodismo Gráfico
AUNO 29-06-2016
CM-AFG