—¿Qué distinguió el asesinato de Mariano Ferreyra en el ámbito político y gremial con respecto a otros hechos similares?
—Los últimos asesinatos políticos de esta naturaleza ocurrieron en 2002: las muertes de Maximiliano Kosteki y Dario Santillan en la “Masacre de Avellaneda”. Después no hubo una violencia crítica tan marcada hasta el crimen de Ferreyra. Una patota sindical termina con la vida de un militante político que estaba realizando una acción de lucha frente a un reclamo sindical contra el empleo tercerizado y por el pase a planta permanente de los trabajadores. Eso marcó una diferencia frente a otros hechos de carácter político y muestra además una serie de contradicciones sociales más amplias. Por ejemplo la de un sindicato como la Unión Ferroviaria, que apareció reprimiendo a trabajadores que intentaban ingresar a la sede de ese gremio, que los debía enrolar y defender.
—¿Qué reveló el hecho?
—Demostró otro aspecto de la sociedad. Da cuenta del negocio del ferrocarril, la existencia de las empresas privatizadas y un método que en el libro llamo como “la tercerización de la represión”, donde el Gobierno no reprime por medio de las fuerzas policiales o la protesta social, sino que lo hace por medio de patotas sindicales.
—¿Por qué asumió el compromiso de escribir este libro?
—En la época del asesinato de Mariano Ferreyra trabajaba en la Revista 23 y el carácter que le dieron a la cobertura del asesinato distaba de las críticas a las causas y al contexto político que responsabiliza al kirchnerismo como estructurador de las causas que dieron origen al asesinato. Al estar conmocionado, como lo debió estar todo el mundo, me dieron para que escribiera una columna sobre quién fue Mariano Ferreyra. A las horas del hecho me encontraba hablando con compañeros para que me contaran cómo era; leí su Facebook. Esto fue muy conmocionante. Asistí al entierro y luego escribí un texto en mi blog, que es como una génesis del libro. Unos meses después, durante la represión en el Parque Indoamericano, no sabía qué hacer. De ahí me decidí que el oficio me iba a servir a comprender la violencia de esas características que se estaban llevando a cabo, no sólo en los hechos del Indoamericano, sino en los asesinatos de los QOM en Formosa y principalmente el asesinato de Mariano Ferreyra. Ahí me decidí que debía escribirse el libro, planifiqué su estructura y elegí el nombre.
—En el libro incluyo una entrevista a José Pedraza ¿Cómo llegó a ese objetivo?
—La entrevista fue un objetivo a lograr desde un principio. Además de esa charla, pude conseguir la lista de las licencias laborales que entregó la empresa ferroviaria a ciertos empleados para que ese día fueran a custodiar las vías para evitar el corte. Obtuve los teléfonos de 40 trabajadores sobre los 80 que estaban en la lista, comencé a hacer llamados y también a solicitar una entrevista con Pedraza. Al recibir la negativa, insistí con las personas de la lista para continuar con la investigación. Una anécdota como dato no menor, es que un arrepentido de la patota sindical de identidad reservada dialogó conmigo y me aclaró que le había cagado la navidad al recibir mi llamado. Después de este hecho, un primero de enero el secretario general de la Unión Ferroviaria accedió a charlar.
—Fue la única entrevista que dio Pedraza en relación a este caso, ¿Por qué se la concedió?
—Después de los llamados a los integrantes de la lista, al comentarle a la abogada del PO, Claudia Ferrero, la anécdota del testigo reservado, llegamos a la conclusión de que a Pedraza le convenía hablar para evitar que se revuelva el avispero de la base social del gremio. El asesinato era una cuestión que estaba jodiendo a su entorno, sobre todo las cosas que había dicho el testigo de identidad reservada de la patota. Él me explicó que en el taller de ferroviarios todos empezaron a preguntarse y a decir que estaban recibiendo llamadas de un tal Diego Rojas. En suma, habló para que me dejara de joder con este tema. Esta es una de las posibilidades, más allá de mi insistencia.
—¿Qué lograste con la entrevista?
—Es un reportaje muy revelador desde su rol y el manto de impunidad que él creía que conservaría para siempre. En la entrevista no sólo fue contradictorio en su discurso, sino que también revelador sobre su carácter y responsabilidad con los hechos. En un momento llegó a admitir el encubrimiento en la frase que dio que “los ferroviarios no son botones”. La querella y los abogados de las dos partes me llamaron para ser parte de los testigos en el juicio que se va a realizar en febrero de 2011.
—¿Tuviste miedo en esta investigación?
—No. Siempre me hacen esta pregunta, pero nunca registré algo que pueda ser amenazante.
—¿Qué tipo de repercusiones tuvo el libro?
—Fue un libro muy comentado. Esto me lleva a ser testigo en el juicio por la propia investigación y la entrevista. También tuvo muchas repercusiones en los medios debido a que podía formar parte de una sección de cultura en una reseña del libro como en una columna política.
—Al escribir el libro, ¿qué repercusiones tuvo en lo laboral, en el medio en el que trabaja?
—Trabajaba para la Revista 23 del grupo Szpolski perteneciente a un grupo kirchnerista donde en ese momento alguien decidió que el libro no debía ser difundido en ningún medio del grupo. Esto es un ejemplo de lo que se vive del periodismo militante y el de “la corpo”. Todo aquello que se mueva fuera de los intereses del gobierno es como un enemigo.
—Personalmente, ¿en qué te afectó?
—Ante mi exposición pública donde denuncié las causas estructurales del asesinato de Mariano Ferreyra, que son para mí claramente responsabilidad del gobierno kirchnerista, meses después tuve que renunciar porque pasé a escribir epígrafes de los famosos. Obviamente, que esté ahí, como jefe redactor de la sección sociedad demostraba una contradicción para este grupo.
—¿A qué cree que responde la ética periodística hoy?
—En mi caso detesto a los periodistas que se consideran el “cuarto poder” y una casta alejada de la sociedad. Hay muchos de esos. Por otro lado, uno es un trabajador con sus diferentes derechos y este es un oficio que tiene una cierta diferencia con el resto, donde la subjetividad del trabajador de algún modo se plasma en el trabajo realizado. El periodista construye el producto final de su trabajo periodístico que se ve en el texto, informe o lo que sea. Acá está presente la cuestión de la conciencia, uno no puede escribir en contra de lo que piensa. En ese marco, existen el derecho del periodista de que si no está de acuerdo, puede no firmar su nota. Hoy el periodismo vive una tensión en la que se plantea a los periodistas como militante de las empresas en las que trabajan. Esta situación abre el debate entre qué hacer y el deber. Debe existir una defensa de ejercer el oficio, hay una ética que plantea esto. Frente a un acontecimiento, una verdad e intereses, el periodista debe cubrir los hechos. Hay que evitar este clima propio del kirchnerismo que plantea “si yo no lo digo, no existe”. El periodismo debe apuntar a la verdad más allá de la decisión que tenga el poder para ocultarla.
VP-LC-AFD
AUNO-20-10-11
- Producción de la cátedra Gráfico II*