Rescatan historias de sufrimiento y de lucha. Su tarea es desenterrar un pasado de horror para devolver las identidades de las miles de víctimas de violaciones a los derechos humanos en la Argentina y en otras partes del mundo. Así, con el objetivo de dar respuestas, un grupo de estudiantes universitarios comenzó, a mediados de los ochenta, a aplicar las ciencias forenses sobre los restos que eran hallados en las fosas comunes y cementerios municipales, para aportar datos a la Justicia y contribuir al esclarecimiento de la metodología represiva ejercida por la dictadura militar entre 1976 y 1983, en el país. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) continúa en el camino de la reconstrucción histórica del pasado reciente y la prevención de las violaciones a los derechos humanos.
Durante la década de 1970, en Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Perú, Paraguay y Chile tuvo lugar una sistemática violación de los derechos humanos. En 1984, al poco tiempo de la vuelta de la democracia en Argentina, la CONADEP y las Abuelas de Plaza de Mayo daban sus
primeros pasos en busca de desentrañar ese pasado reciente, cargado de incertidumbre y dolor.
Los trabajos iniciales del EAAF se realizaron en tumbas anónimas en cementerios municipales o en fosas clandestinas, luego de que varios jueces ordenaran exhumaciones en aquellos lugares donde se sospechaba que se había enterrado a personas detenidas-desaparecidas como consecuencia del accionar del terrorismo de Estado, que imperó en el país entre 1976 y 1983. Allí, la mayoría de los cuerpos eran enterrados como “N.N”, non nomine, sin nombres.
Con la restauración democrática comenzó el juzgamiento a los ex comandantes de la dictadura militar y surgió la necesidad de dar respuestas a cientos de familiares que buscaban a sus seres queridos. Aquellos que con vida se los llevaron, y nunca regresaron.
Desenterrar el silencio
“Cardumen”. Así contaron que los apodaron en un principio, porque iban de un lado para otro, todos juntos. El compromiso de ese grupo de jóvenes llevó a la formación del EAAF que hoy reúne cerca de 50 profesionales a lo ancho del país. Y desde su creación, se han formado otros equipos no gubernamentales de antropología forense en Chile, Guatemala, Perú y Colombia.
En medio del bullicio del barrio de Once, los profesionales del EAAF desde hace 26 años utilizan los métodos de distintos campos para identificar a víctimas de desaparición forzada y ejecuciones extrajudiciales.
Se estima que en todos estos años de trabajo, el equipo logró identificar los restos de más 400 víctimas de la represión ilegal en Argentina, pero sus integrantes sostienen que “lo cuantitativo
no es lo esencial” en la búsqueda de la verdad. El proceso comienza con una investigación
preliminar de la persona, luego se realiza la exhumación arqueológica de los restos y el análisis genético, que aporta elementos para la determinación de la causa de muerte.
Al restablecerse la democracia, y por pedido de organizaciones de derechos humanos, expertos forenses norteamericanos llegaron al país para desenterrar las pruebas que facilitaran el camino de la Justicia. La delegación a cargo de Eric Stover, director del Programa de Ciencia
y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, Washington, DC), encontró cientos de esqueletos exhumados sin identificar, almacenados en bolsas plásticas en los depósitos de varios institutos del Estado.
Incluso, muchas bolsas contenían los huesos de más de un individuo. La delegación hizo un llamado urgente solicitando la interrupción inmediata de estas exhumaciones acientíficas.
Fue entonces que en 1984 llegó el antropólogo estadounidense Clyde Snow a Argentina. Su compromiso por la verdad condujo a profundizar el proceso de identificación de las víctimas de los fusilamientos de la última dictadura. Entonces, propuso crear un grupo local para que lleve adelante la tarea. Convocó a profesionales, pero no tuvo respuesta.
Con un pequeño grupo de estudiantes universitarios avanzados de arqueología, antropología y médicos, Snow inicio las tareas de exhumación y el análisis de restos, que permanecían como NN en varios depósitos del Estado. El punto de partida fueron los cementerios públicos del Gran Buenos Aires. Allí, de a poco, desenterraron pruebas científicas para aportar a la Justicia.
Búsqueda de historias
Frente a las excavaciones del sector 134 del cementerio municipal de la localidad bonaerense de Avellaneda, sintió por primera vez el choque con la realidad. Daniel Bustamante junto a otros jóvenes universitarios avanzados estaban abocados, en 1988, a un mapeo tridimensional de ese lugar, utilizado por el gobierno militar para tapar los crímenes del terrorismo de Estado.
“Si bien uno sabía de las historias de secuestro y del dolor de los familiares, fue ver cómo el horror se corporizada. Tener una dimensión real, ya no había palabras, había imágenes concretas”, relató en diálogo con El Cruce. En Avellaneda, el equipo trabajó hasta 1992 en la excavación de esas fosas. De allí, bajo metros de tierra se recuperaron 324 restos, que aguardaban recuperar sus identidades.
El proceso de identificación fue lento y trabajoso. “La única forma era comparar historias clínicas, fichas odontológicas, y de lesiones óseas. Pero había pasado mucho tiempo, los datos físicos o médicos que podíamos encontrar sobre las personas desaparecidas eran muy pocos. Además, hay una falta de hábito de guardar historias clínicas en lo público y privado”, contó Bustamante, militante de derechos humanos, que desde su incorporación al equipo lleva adelante las tareas informáticas de las investigaciones.
En Avellaneda lograron identificar muy pocos casos por los métodos antropológicos tradicionales, comparando las características físicas y médicas de las personas desaparecidas. Ante las dificultades para identificar los restos óseos, se comenzaron a utilizar los análisis de ADN, a principios de los ‘90. “El estudio de ADN era muy costoso para aplicarlo en toda la excavación.Lo usábamos cuando teníamos una certeza, para chequearla”, manifestaron miembros de equipo.
En 1991, por primera vez, en el sector 134, el EAAF utilizó la genética en algunos casos particulares con la recuperación de ADN de restos óseos y su comparación con muestras de sangre de los posibles familiares. Entre los primeros logros está la identificación de la familia Manfil: Carlos, de 30 años, Angélica, de 28, y Carlitos, de 9, hijo de ambos. Pero las investigaciones continúan.
Bustamante cuenta que cada historia que develan es particular, singular y única. “”Todas te terminan repercutiendo de algún modo, porque son parte de tu historia como sociedad. No estás exento de esto”, reflexiona sobre los centenares de casos resueltos por el EAAF. Con el propósito de lograr más identificaciones, el equipo buscó financiación para hacer más cantidad de análisis genéticos. Y así, emprendió un proyecto latinoamericano.
Por identidades latinoamericanas
El EAAF lleva adelante un proyecto para aumentar la cantidad de identificaciones mediante el análisis genético de los restos de personas desaparecidas por razones políticas en América Latina. Y así, junto a la Fundación de Antropología Forense de Guatemala, el Equipo Peruano de Antropología Forense comenzó la Iniciativa Latinoamericana para revelar las identidades
de personas desaparecidas por regimenes dictatoriales de la región.
Mediante este proyecto, los equipos forenses consiguieron fondos para hacer análisis de ADN a gran escala en un laboratorio extranjero. En el 2008 comenzó la campaña de recolección de muestras de sangre de familiares de las víctimas –de carácter voluntario-, y ya se enviaron alrededor de 5 mil para ser analizadas. Además, se creó el Banco de Sangre de Familiares, en coordinación con la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y el Ministerio de Salud, para identificar los restos óseos de las víctimas. Los resultados fueron la restitución de la identidad de 120 personas.
Aún quedan cientos de historias, por eso la campaña sigue su curso. Los familiares pasan por procesos de asimilación, entre tomar la decisión y dar la muestra. No es algo fácil. “Dar la muestra implica mucho: es la aceptación de la muerte y de la devolución de los restos. Somos respetuosos de eso, vamos a trabajar para aquellos que quieran recuperar los restos”, manifestó Bustamante.
Si bien el equipo realiza un trabajo científico-técnico, su tarea no se cierne a los círculos académicos. Buscan humanizar la ciencia y dar luz a las dudas. “No podés aislarte. Está la sociedad que es afectada por nuestro trabajo. La ciencia no está exenta de humanidad. Es al servicio de la verdad y la justicia. Trabajamos para un ser humano, que busca una respuesta”,
expresó Bustamante.
Muchos de los familiares viven en un mar de incertidumbres, porque no saben lo que pasó. Algunos pueden llegar a testimonios y relatos de personas del cautiverio, pero otros no. Entonces, su tarea es aportarle algunas certezas y pruebas a la Justicia para que castigue a los responsables. En palabras de Bustamante, “poder darle algunas respuestas
a las tantas que buscan”. Su trabajo además, “da un anclaje en el tiempo, da la certeza o de qué forma, cómo murió y cuánto sufrió”, contó.
Con los años pudieron reestablecer las identidades de alrededor de 400 víctimas de violaciones a los derechos humanos. Otras quedaron en proceso de investigación. En ese instante, cuando se cae la certeza de una identidad sobreviene la frustración. “No perdés contacto con las historias humanas sentenció Bustamante esto no es la morgue judicial”.
Los integrantes del equipo esperan algún día finalizar su trabajo. Tiene que haber un término para las demandas. Tienen que agotarse los interrogantes. Para Bustamante, “la única forma de que se termine es brindando las respuestas que buscan los familiares hace más de 30 años”.
- Nota publicada por la revista El Cruce Nº 11 Marzo 2011