Lomas de Zamora, feb 28 (AUNO) – Borges escribió el libro de ensayo El tamaño de mi esperanza en 1926, cuyos textos fueron publicándose por entregas en el diario La Prensa y en las revistas Nosotros, Valoraciones, Inicial y Proa. Gobernaba a la sazón el aristócrata radical Marcelo Torcuato de Alvear. Aquí Borges se sentía argentino y no renegaba de ello.
Como los seres humanos nunca fueron ni son químicamente puros ese libro puede fácilmente ser caracterizado como un escrito ecléctico que Borges hizo desaparecer para siempre de la biblioteca real y ficcional. Un escrito por demás interesante donde no postula la sacrosanta razón occidental y colonialista como credo a ser reverenciado.
No está allí del todo pro británico y colonial aunque sí está prefigurado su porvenir estético. Es más, si tomáramos sólo el primero de los textos del libro que le da el nombre estamos frente a un Borges nacional, popular y muy de América del Sur porque rechaza el europeísmo. A esta altura no se puede ser ni nativista ni europeísta. Aunque los nativistas conservadores eran europeístas.
Aquel ensayo varios años después no lo incluyó en sus Obras Completas. La causa para semejante decisión tiene plena justificación. Tiene que haber fuertes motivos como para dejar afuera un texto clave que obviamente lo deja muy mal parado a su autor si tenemos en cuenta el camino que resolvió transitar años después. Lo deja muy mal parado respecto de la clase social que terminó defendiendo y que lo terminó indultando de ese “mal” paso.
La exclusión hecha por Borges fue acompañada por la crítica cómplice que no tuvo mejor idea que acompañar tal marginación. Silenciado, el libro tiene veinticuatro textos y ediciones posteriores modernizaron la escritura.
La primera nota del libro tiene cuatro páginas, está fechado en Buenos
Aires, en enero de 1926 y se llama ‘El tamaño de mi esperanza’. Tiene una veintena de segmentos: El primero es una breve y contundente introducción. Algo así como una postulación de principios rectores que darán lugar a la historia política y literaria de la Argentina en miniatura, que es un procedimiento usado hasta el hartazgo por Borges.
Después hay referencias a las Invasiones Inglesas, a la Guerra de la Independencia, a Rosas y Caseros; a Sarmiento, Mansilla, Del Campo y Wilde; al tango y los compadritos; a Carriego, Macedonio Fernández y Guiraldes; a Groussac, Lugones, Ingenieros y Banch; otra vez a Rosas; a San Martín e Yrigoyen; a Santos Vega y con él a Ascasubi, Obligado y Eduardo Gutiérrez [no cita el Santos Vega de Mitre]; entre otros temas.
Tierra de desterrados
Ese texto con que empieza el libro empieza así: “A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y venidero”.
Con semejante preámbulo cómo no lo iba a excluir. Si lo hubiera sostenido Borges hubiera sido un bárbaro, incorregible, nacionalista sin destino y un trasnochado ubicado afuera del mundo.
En ese puñado de líneas encontramos a Borges inscripto sin dudas en un nacionalismo popular y democrático porque piensa y escribe al mundo desde la Argentina y, por ende, desde nuestra América del Sur. Hay allí una fuerte delimitación de sus interlocutores que implica una más que clara toma de posición dentro del campo cultural y político de la Argentina.
En esas breves y contundentes líneas Borges elige un destinatario para escribirle y para hablarle. Sólo se dirige a los criollos. A los otros no. Esos otros que Borges ignora o que no les quiere dirigir la palabra son los “gringos”. Y aclara que esos son desterrados natos y que pueden o no tener sangre de gringo. Es decir que bien pueden ser criollos que admiran lo ajeno y lo lejano.
Eso lo escribió y si después cambió poco importa para este análisis, aunque lo fundamental es estar al tanto de que cambió. En 1926, creía, pensaba, razonaba y sentía eso. Son líneas que Jauretche les hubiera puesto la firma sin dudar.
Cuando escribe que su pluma no habla con los gringos que creen en el europeísmo está planteando claramente los ejes de civilización y barbarie al revés. Su literatura es para los criollos, es decir, identifica a la civilización con el espacio local, con la Argentina, con la ‘criollidá’, como solía gustarle escribir por aquellos tiempos.
Este libro que el propio autor décadas después sentía como ajeno o vergüenza de haber escrito sufrió, por lo tanto, un doble destierro. La del propio Borges que lo marginó y prefirió olvidarlo y la de la crítica que por general, no toda, comete el ilícito intelectual de la complicidad.
Los hombres y las mujeres cambian. Algunas veces modifican su visión de mundo para ponerse al servicio de los más. Y otras tantas veces para convertirse en mulos del poder real, que no suele ser un gobierno determinado. Así es la historia humana.
Borges escribe que su argumento es la patria y lo que hay en ella de pasado, presente y futuro. Aquí patria, apropiada a lo largo de la historia de la Argentina por los vendedores de la misma, y que es una palabra usada para cualquier ocasión, está escrita en el sentido contrario a lo que tradicionalmente se extrae de una caracterización del ideario político de Borges.
Si aquello es rotundo lo que leeremos ahora lo es más todavía. Se pregunta a continuación sin metáforas: “¿Qué hemos hecho los argentinos?” Y responde: “El arrojamiento de los ingleses de Buenos Aires fue la primera hazaña criolla, tal vez”.
Eso sí que era lapidario para el futuro de nuestro escritor. Con aquello del principio se entendía bien por qué después se había arrepentido de haber escrito el libro. Pero eso último, de haberlo mantenido, le hubiera significado la lapidación pública y habría quedado a orillas del mundo occidental y cristiano.
Claro que no es poco haber escrito que la primera acción, calificada como “hazaña”, acometida por los argentinos es haber echado a los ingleses a los tiros porque habían llegado a Buenos Aires para cometer un acto de colonialismo más.
Es cierto también que sonsos asalariados dirán más tarde que si hubiéramos sido colonia de otros países europeos y no de España hubiéramos estado muy bien. Habría que preguntarles a los africanos qué opinan. Lo dicen, como si fuera poco, ignorando la historia porque la Argentina fue semicolonia de los ingleses por muchos años.
Esa escritura ayuda a entender también por qué Borges, apenas unos años después y al inicio de la Década Infame, le prologa al radical Arturo Jauretche un famoso libro gauchesco.
Eso pensaba Borges sobre las Invasiones Inglesas y tampoco se privó de escribir cuando los británicos reusurparon las Malvinas.
AUNO 28-02-12
HRC