Lomas de Zamora, julio 14 (AUNO).- Antropóloga, documentalista independiente y pionera de ese género en América Latina, Marta Rodríguez retrata hace cuarenta años el padecimiento de los pueblos indígenas y afrodescendientes en Colombia, su país natal. Una historia de masacres, desplazamientos y comunidades “huérfanas de sus líderes” que la cineasta logró plasmar en su último documental, “Testigos de un etnocidio: memorias de la resistencia”.
La obra recopila el trabajo de producciones anteriores y material inédito, y busca restituir “la voz de las víctimas”. Y lo hace a través del cine, que para la realizadora de casi 80 años es “el único ‘aparatito’ mágico que devuelve los muertos”. Con esa convicción llegó a Buenos Aires la semana pasada para participar del Tercer Encuentro de Documentalistas Latinoamericanos y del Caribe Siglo XXI. Su labor fue distinguida por colegas durante el acto inaugural.
Marta Rodríguez no lleva más que sus pantalones, un pulóver negro holgado y su bastón. Pide a AUNO sentarse y le promete “no más de un ‘minutico’”. Sin embargo, como en las películas, el tiempo puede ser un término relativamente abstracto.
—¿Cómo nació el documental “Testigos de un etnocidio: memorias de la resistencia”?
—Creí que ya era hora de que mi labor de documentalista volviera por todos aquellos que me han acompañado, víctimas en la lucha, en la resistencia. Fue un camino muy doloroso porque la guerra en Colombia nunca termina. En 2004 un indígena muy joven, que veía como los paramilitares los estaban exterminando, llegó a un foro en el que yo participaba y dijo una frase que se me quedó prendida en la memoria: “Si hablo, me matan. Voy a hablar para que me maten”. Y a los quince días lo mataron.
—¿Cómo se llamaba?
—Fredy Arias. Tenía 33 años, era del pueblo kankuamo de la
Sierra Nevada, distrito de Santa Marta, donde los paramilitares mataron 300 indígenas y quedaron 700 huérfanos. Recuerdo que cuando supe de su muerte dije “hago ‘El etnocidio’, lo hago como sea” en memoria de todas esas víctimas. Y ocurrió también que, por un problema en la cadera, estuve inválida todo un año y no me iba a quedar inútil. Saqué mis archivos y duré cinco años elaborando “Testigos…” Quise que este documental fuera un itinerario de los cuarenta años que llevo filmando.
—Habrán sido años duros.
—Sí, los actores de las películas se nos morían. Y generalmente los asesinados fueron líderes muy importantes, guías de sus comunidades. Sin ellos, sus compañeros quedan en una desolación.
La cineasta tiene los ojos oscuros fijos en un punto del escenario, lejos de la fila de butacas del auditorio Manuel Belgrano de la Cancillería Argentina desde la que habla. “El único aparatico mágico que me devuelve los muertos es el cine. Su voz, las palabras… La palabra para las comunidades indígenas es vital.”
—La embajadora Magdalena Faillace sostuvo en la inauguración del encuentro que “los liberales impusieron una visión única de la historia”. ¿Cree que el documentalismo independiente logró cambiar ese paradigma?
—Yo creo que el documental ha sido lo que se ha metido como punta de lanza a romper ese discurso. Hay un indígena, un viejo que ya murió, que decía: “Los excelentísimos somos nosotros que trabajamos la tierra, compañeros. Y son ellos los que han cogido la historia en sus manos”.
—¿Qué la llevò a adentrarse en el movimiento de resistencia de los pueblos originarios en Colombia?
—Yo volvía a Bogotá de París, donde había estudiado cine con grandes maestros como el documentalista Jean Rouch. Y cuando comienzo mis estudios en sociología aparece Camilo (Torres, miembro del Ejército de Liberación Nacional conocido como la memoria popular como el primer cura guerrillero) y nos dice: “Muchachos no crean que ustedes se quedan aquí”. Veníamos de años de mucha violencia y él nos dijo: “Al sur ‘mijitos’, a un barrio obrero, ahí van a aprender sociología”. Entonces, nos fuimos con él a Tunjuelito, en el sur de Bogotá, y de allí saldría después mi primera película Chirkal.
—¿Y ese trabajo también se incluye en “Testigos…”?
—Sí, mi documental coge del 70 hasta hoy. Desde que hago cine hasta hoy no han parado de asesinar indígenas y masacrarlos. Los terratenientes, con complicidad de las autoridades nacionales, nos asesinaron a Camilo, a los líderes indígenas, a los líderes afrocolombianos… Y así hemos llegado hasta hoy.
—Pareciera que hace cuarenta años los gobiernos han oprimido de la misma forma. ¿Cómo fueron los últimos años del gobierno colombiano?
—El gobierno de Álvaro Uribe ya se fue. Fue la peor época. Les metían una policía que se llama ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios, un grupo especial de la Policía Nacional), les decían Robocop y les daban durísimo. Entonces se ha creado un movimiento de resistencia indígena.
—¿Una resistencia armada?
—No, es una resistencia con la cultura. Sin embargo, ya lo dijo la Corte Constitucional de Colombia: 34 pueblos indígenas están condenados a desaparecer de Colombia –-debido al “reclutamiento forzado, el confinamiento, el desplazamiento, las masacres, el asesinato selectivo de líderes, el despojo, los señalamientos, las amenazas, los hostigamientos y las persecuciones”, dice el documento de 2009 que rescata la cineasta—. Y la guerra no termina. Siguen asesinando todos los días. Y nosotros (los documentalistas) seguimos, con nuestras cámaras, dándole vuelta a las víctimas. Yo quiero que, por medio nuestro, las escuchen.
RM-AFD
AUNO-14-07-11