Lomas de Zamora, diciembre 16 (AUNO).- La policía arremete con caballos y mil personas salen disparadas entre los árboles. El Monte Grande “setentoso” todavía es pueblo y la escenografía donde ocurre la persecución desmiente su flamante categoría de ciudad: frente a la plaza Mitre, donde reprime la policía, apenas se ubican la Municipalidad, la comisaría, el hospital y la iglesia. Hombres y mujeres corren por el parque para huir de la violencia orquestada por Armando Arana, el comodoro que la dictadura de Roberto Levingston había designado como jefe comunal de un Esteban Echeverría aún más rural que urbano. La montada persigue a los vecinos varias cuadras después de que abandonan la plaza, algunos se refugian en el santuario de la parroquia, pero los efectivos entran a la iglesia con los animales. Otros responden con piedras a los palos y gases de los uniformados. La mañana siguiente encontrará una plaza destrozada, un pueblo conmocionado y a un intendente de facto al que le quedan pocas semanas en el poder. Fue el 6 de octubre de 1970. Se lo llamó “el Montegrandazo”.
¿Qué llevo a los vecinos a desafiar la autoridad del poder militar? A diferencia de los levantamientos populares que propiciaron el fin de la dictadura de Onganía hacia 1969, “el Montegrandazo” no estuvo impulsado por movimientos obreros o estudiantiles. El historiador echeverriano Pedro Campomar le explicó a AUNO que quienes ese día organizaron la marcha hacia el Palacio Municipal fueron “las cámaras de Comercio, de Industria y de Bienes Raíces de Esteban Echeverría” y otros gremios que nucleaban a comerciantes y contaban con apoyo vecinal. Para el historiador que en ese entonces presidía la Cámara de Comercio y participó de las asambleas en las que se gestó el levantamiento, “las medidas disparatadas y autoritarias del comisionado (intendente) Arana volvieron insoportable la situación en el partido”.
“LA GUITA LA MANEJA PAPÁ”
“Arana quería arreglar el mundo”, ironizó Campomar, autor que dedicó la mitad de su vida a detallar la historia echeverriana. El comodoro había sido designado comisionado en 1966 por la autodenominada “Revolución Argentina” del dictador Juan Carlos Onganía y durante los cuatro años que duró su administración “cometió arbitrariedades y torpezas que le hicieron ganar la furia de los vecinos”.
Según contó, los más perjudicados por las políticas del comisionado eran los comerciantes: la mayoría de las iniciativas impulsadas por Arana buscaban recaudar a como diera lugar. Entre ellas citó las ordenanzas que imponían “multas si los toldos de los locales estaban algunos centímetros más bajos de lo habitual” y aseguró que “casi todas las semanas los inspectores del municipio entraban a los locales para labrar actas por infracciones inverosímiles y cerraban los negocios hasta que los dueños pagaran las multas”.
De esta manera, la presión impositiva irritaba cada vez más a los comerciantes, sofocados por los inspectores de Arana y encerrados en un estricto marco legal ideado para estar en infracción. Claro que para hacer posible una pequeña revolución comunal no bastaba con el malestar del sector burgués; todos los vecinos padecían arbitrariedades que rozaban lo ridículo: “Habían ordenado el uso obligatorio de patentes pagas para las bicicletas, y si encontraban a alguien por la calle sin patente se la confiscaban. Los camiones municipales siempre estaban patrullando y se llevaban hasta las bicicletas de los nenes. Después, para recuperarla, si era posible, había que pagar una fuerte multa”, contó Campomar.
Además, recordó que poco tiempo antes de “el Montegrandazo”, varias “cuadrillas de la Municipalidad, cuya misión era controlar la plaga de rabia que había a causa de los perros callejeros, tiraban cebos envenenados dentro de las casas. Eso provocó ira entre los vecinos porque mataron mascotas, animales de corral y hasta una nena tuvo que ser internada”.
En los archivos de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia de Esteban Echeverría está el detallado informe que el historiador escribió sobre el levantamiento. Allí se lee que en una de las reuniones mantenidas por las asociaciones que nucleaban a los comerciantes de la zona, el comodoro Arana respondió ante las interpelaciones de las Cámaras: “Miren, ustedes pueden protestar, pedir, solicitar. Pero la guita la maneja papá”.
En el mismo documento al que AUNO tuvo acceso y que recopila las denuncias de las entidades enfrentadas a Arana figura otra de los principales cuestionamientos que terminaron por hundirlo: la falta de transparencia en las cuentas.
“Obsérvese que a pesar de la gran presión tributaria a que nos somete la Municipalidad, (el partido) todavía tiene déficit. La explicación es simple: no se contienen los gastos ni se moderan.” A continuación, se mostraba el aumento de sueldos del personal municipal: de 90 millones de pesos en 1966 a 319 millones en 1970. “El aumento de gastos en sueldos no se debe a mejoras salariales para todo el personal, pues éstas fueron mínimas sino a otras causas: los altos sueldos que cobran anualmente los funcionarios de jerarquía.”
Por su parte, el semanario “Notas y Noticias”, dirigido por el periodista Julián Sánchez Parra, también se hizo eco de la tensión entre los vecinos y el comodoro y en su número 2 resumió la ira de los echeverrianos en “el alza injustificada de impuestos, no compensada con servicios; inspecciones desorbitadas que llevaban a sanciones absurdas (a un mecánico se lo quería multar por tener almanaques de mujeres ligeras de ropa, por ejemplo); una matanza de perros con envenenamiento ‘a domicilio’; rumores de enriquecimiento ilícito del comisionado y algunos funcionarios de jerarquía; insensibilidad, menosprecio, y falta de diálogo y respuesta a los reclamos en términos inapropiados; aumento del déficit y cuestionamientos a servicios y licitaciones, y triplicación de hoteles alojamiento, que se decía eran propiedad de Arana”.
Ante el malestar general de habitantes y comerciantes, la semana anterior al levantamiento vecinal se organizaron asambleas y se decidió marchar el 6 de octubre a las 10 para exigir la renuncia de Arana. Campomar relató que “autos con megáfonos convocaban a la gente de Monte Grande a unirse a las columnas. Adelante de todo iban tres delegados y uno de ellos llevaba en sus manos la carta que reclamaba la salida del comisionado. Cuando el grupo, que rondaba las mil personas, llegó a la plaza Mitre, los esperaba la montada con carros de asalto”.
REPRESIÓN EN CARNE PROPIA
Sentado en el mismo lugar en el que hace 38 años sufrió la violencia del gobierno comunal de facto, Alberto Oquendo rememoró con AUNO la mañana del 6 de octubre del ’70. Hoy jubilado y miembro de la cooperadora de la escuela 37, en esa época Oquendo estaba empleado en una zapatería de la céntrica Alem. “El malestar venía desde muchos meses antes, estaban todos furiosos por cómo gobernaba el comodoro”, aseguró y remarcó que “previo a la marcha, la Cámara de Comercio y las entidades que se plegaban al rechazo a Arana habían organizado apagones y paros de repudio.
“El 6 cerraron los locales a las 10 y vinimos todos para la plaza. Cuando nos acercamos a la Municipalidad, la policía empezó a los palazos sin distinguir entre hombres y mujeres. La gente se desparramó en todas direcciones y como en la esquina de Alem había una pila de escombros de una obra en construcción, se armó una batalla campal. Yo corrí para la iglesia, pero un policía subió el caballo a las escalinatas y me agarró a bastonazos”, contó el vecino.
Además, subrayó que “el Montegrandazo salió en los diarios, en las radios, en la televisión; incluso ese día canal 13 mando a Mónica Mihanovich (Cahen D’Anvers), que se ahogó por los gases de la policía”.
Por su parte, el mencionado Sánchez Parra ofició de cronista la mañana del levantamiento. En la edición extra de “Notas y Noticias” posterior a la represión, puede leerse su experiencia bajo el azote de la montada: “Plaza Mitre era un infierno de corridas, palos, caballos, todo envuelto en los impiadosos gases lacrimógenos (…) Los periodistas fuimos presas codiciadas por la barbarie. Mónica Mihanovich resultó herida en una pierna y descompuesta por los gases. Vi venir hacia mí a toda velocidad un percherón policial y emprendí la huída sintiendo el resoplar en mi hombro. Saltando los altos bordes de los canteros, percibí que si tropezaba en uno de ellos sería aplastado. Pese a la incomodidad del grabador Geloso y el equipo fotográfico, me arrojé detrás de un árbol en plena carrera. Desde allí vi claramente cuando el animal embistió a Don Baratti, un anciano que rodó con el pechazo y aunque ya en el suelo el animal intentó saltarlo, una de sus patas traseras le hundió varias costillas. Alem doble mano era una maratón, con policías a pie, caballos y carros mientras los pistolones seguían escupiendo gases lacrimógenos. Cegado por ellos salí en busca de mi automóvil para llegar a la imprenta a tratar de lanzar una edición extra”.
Alberto Oquendo no duda: “No me arrepiento de haber ido a la plaza, y si pudiera elegir volvería a participar. Ese día no hubo ningún partido político ni ninguna corriente de ninguna clase. Eran vecinos, trabajadores y comerciantes que lucharon contra las injusticias que se cometieron”.
LA CAÍDA
Al final, la última víctima fue el mismo militar. Semanas después de la protesta que terminó con una represión, ya cuando los heridos leves que había dejado la jornada estaban de vuelta en sus casas, Arana adujo una enfermedad como “pantalla” para dejar el poder. La “Revolución Argentina”, que en su génesis había puesto al comodoro al frente del partido, ahora lo reubicaba y ponía en su lugar a Horacio Walger Chávez. Igualmente, la dictadura de Onganía continuada por Levingston y Lanusse estaba herida de muerte por los alzamientos populares en Córdoba, Rosario y Tucumán. “Con Arana se fueron también sus arbitrariedades”, remarcó Campomar, que a sus 50 años fue testigo y partícipe de la “revolución de Monte Grande”, la única vez en los cien años de Esteban Echeverria en que el pueblo salió a la calle para destituir a un intendente de facto.
JR-AFD
AUNO-16-12-13