Ser varón feminista: una cosa no quita la otra

Gerónimo Ballerini es poeta de género y se considera feminista. En sus trabajos cuestiona el rol del varón en la sociedad y apuesta por la igualdad entre el hombre y la mujer. Recita en festivales del conurbano y participa activamente del feminismo.

Dolores San Pelegrini

Él también es hijo sano del patriarcado. Es poeta y escribe sobre género. Gerónimo Ballerini.

“Tuve mi etapa de cuestionarme si era gay o heterosexual.
¿Qué soy?
¡¿Qué soy?!”

Después de muchas dudas y vivencias “determiné que sí, que soy heterosexual. Pero que no me siento identificado con el macho. Nada identificado con el macho“. Tuvo una época en la que se sintió menos, menos por no ser tan “macho”.

“No me gustó el fútbol hasta quinto grado, entonces durante toda la primaria me tenían tildado de puto porque todos mis compañeros jugaban al fútbol menos yo”.

Además, no jugaba bien si era que jugaba.

Y la primaria no sólo ponía en juego el estereotipo sino que construía tempranamente emociones permitidas o no para varones. A Gerónimo lo cargaban porque lloraba. Lloraba, y mucho.

“Mi papá me decía que si alguien me molestaba yo tenía que pegarle”. Y él no sabía defenderse de manos y no sabía pegar. Más allá de eso, no lo deseaba hacer. Por eso recuerda una anécdota y se ríe un poco. Una vez, un compañero de curso con el que había una gran tensión —por ser distintos—, le dijo que a la salida del colegio se iban a pegar. Él no recuerda el motivo, pero sí que fue por una pelea.

“Yo le dije que sí, no porque tuviera ganas de cagarme a trompadas, sino para reafirmar mi virilidad. Para poder contar que le iba a pegar a un pibe”.

Pero tenía el miedo que no le permitían que tuviera. Quería llorar lo que no le dejaban llorar. A medida que se acercaba el horario de salida, se acentuaba más su deseo de que no sucediera. Al momento de formar la fila para irse a sus casas, le habló, porque creía que era mejor de esa manera.

“Che, perdón si te ofendí. Yo no quiero pelear”, le dijo. Así fue que le tendió la mano, y su compañero no se la dio. Es más, lo insultó. Le respondió que era un maricón y que no se la bancaba. Esto no lo recuerda con ninguna sonrisa, sino más bien como una situación triste. Haber buscado un camino distinto al acostumbrado, y que fallara, no era la mejor combinación.

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Por alguna razón, que ni Gerónimo sabe definir, siempre se mantuvo disidente con respecto al machismo y a ciertas actitudes machistas. Al transcurrir el tiempo apareció dentro de él un destacable enamoramiento por la política y por el género. Sin duda, eso marcó un antes y un después en su manera de concebir al mundo que lo rodeaba.

Durante sus últimos años en el secundario comenzó a sentir un gran apego por temas que a la mayor parte de sus compañeros no les interesaban. Entre ellos, la homosexualidad. Le llamaba mucho la atención cómo era tratada la temática y la manera en la que se hablaba. Una vez un chico le dijo que la homosexualidad era una enfermedad. “No me gustan, son enfermos. No tocaría nada que ellos hicieran”. Gerónimo enfurecido le respondió: “Entonces no uses la computadora porque la creó un homosexual”.

Era usual que lo trataran mal, porque se oponía a la idea de macho que sus pares tenían internalizada. Entonces, atravesado por ese dominó de experiencias, en quinto y sexto año empezó a acariciarse con el feminismo cada vez más de cerca, y a asistir frecuentemente a las marchas.

Más vulgarmente: Gerónimo es feminista.

Tal vez suene raro que un hombre se mimetice con la lucha feminista, pero es porque aún se cree que el movimiento es sólo de mujeres. Ahí está el error más grave.

Asistió al primer #NiUnaMenos y a partir de ese momento comenzó a interiorizarse con el tema. A ser parte de los debates. “Empecé a hablar con mis amigas, porque con mis amigos no se hablaba de esto”. Para un feminista, era imposible negar la relación estrecha existente entre el sexo y los estereotipos. Quizá él, que lo había vivido en carne propia, quería comenzar a deconstruir ese esquema que tanto lo había oprimido y acusado de débil y llorón.

Y eso que hoy le encanta el fútbol. Una cosa no quita a la otra.

“Hace ya cuatro años que estoy metido en la militancia de género y en actividades colectivas relacionadas”. Con entusiasmo, deja escapar de su boca su visión irrevocable. Me mira y lo vomita todo:

“¡Tenemos que luchar todos! Somos los varones los que tenemos que renunciar a nuestros privilegios y los que debemos empezar a reflexionar qué tipo de varones queremos ser”.

Milita la idea de que no basta sólo con la lucha de las mujeres. Cree crucial la incorporación y concientización del hombre para que la igualdad de derechos sea algo tangible. Repite con frecuencia que la lucha tiene que ser de todos y todas. Unidos contra el sistema patriarcal: solo de esta manera venceremos.

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“Cuando era más chico me imponían cuestiones machistas como: “Si no te gustan las minas sos puto, y si sos puto, sos malo”. Entre otras imposiciones que todo hombre vivenció, tales como el tener que marcar territorio, pelearse de manos o la cuestión de quién la tiene más larga. Con el fin de ser macho, de ser legitimado como hombre y para encajar en un sistema desencajado.

“Porque el patriarcado es algo que tenemos todos naturalizado, gracias a la crianza que recibimos y a la sociedad en la que estamos”. Por eso Gerónimo remarca la importancia de abrir el debate en la sobremesa, de que no se invisibilicen los problemas. Hay que romper los tabúes de que de algunas cosas no se habla.

¿Cómo romper con los micro-machismos?

Hay algo que es esencial. “Los hombres deberíamos empezar a hablar entre nosotros sobre las cosas que nos pasan. Hay que empezar a hablar de nuestras emociones”. Para Gerónimo eso es feminismo. Entender que el hombre siente con intensidad, y que se debe permitir exteriorizar lo que lo emociona.

“No hay que invisibilizar si empezamos a dudar acerca de nuestra sexualidad. No está nada mal dudar de la sexualidad”. De hecho él lo atravesó y cree que es un proceso que tiene que entenderse dentro de los parámetros de la normalidad.
El macho tiene que erradicarse pronto.

Uno de los pilares para ir avanzando contra los micro-machismos es que el hombre se replantee sus privilegios, que entienda que tiene que compartir el poder en las relaciones: que tiene que ser algo de a dos.

“Estamos constantemente reafirmando la virilidad”, porque no es una cuestión del todo cerrada, por eso hay que estar continuamente reafirmándola. “Lo que hace es que vos estés reproduciéndola para asegurarle a los demás que sos macho y para que estés vos seguro de que lo sos”.

Entendió que el feminismo le enseña muchísimo a cualquier hombre. Este impulso constante por la búsqueda del placer por fuera de lo impuesto y la búsqueda inagotable por ser uno mismo. La necesidad de encarnar vínculos sanos y de realizarse replanteos internos para distinguir qué es lo que realmente queremos, de lo que nos han impuesto.

Es feminista. Quiere que se entienda que para estar adentro del movimiento hay que tener mucho amor para dar, siempre un abrazo disponible y el espacio para que otro se apoye sobre uno.

Además su poesía se mixtura con la temática de género. Cree que aún queda mucho por construir. Especialmente un nuevo varón. Como también insiste en que hay que encargarse de empoderar a las mujeres “que están por todos lados”.

La literatura para él es la posibilidad de ponerle todo su corazón a estas cosas. Y politizarlo, porque de otra manera sería imposible.

“Hay que trabajar juntos para reivindicar la lucha colectiva. Hacerlo con amor. Porque yo creo en un mundo mejor”.

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