En Flores, entre mate y ganas de ayudar

Debates, tests, teoría y práctica fueron parte de la primera clase del curso de voluntariado que se dicta en las plazas porteñas.

Por F. O.

(AUNO-TERCER SECTOR*) “El voluntario no necesita de un problema social para que exista, sino lo que tiene que hacer es preguntarse `qué puedo hacer para que esto pueda funcionar mejor´”. Pedagógica, Sandra Spampinato imparte las nuevas directivas a los candidatos a voluntarios en el curso “Cómo hacerse Voluntario desde la Plaza de tu Barrio”, en la plaza que todavía mantiene el nombre Aramburu del barrio porteño de Flores. De fondo, la lluvia intermitente provocaba que la clase de 15 personas se corriera de lugar en busca de refugio. “Pero fijate que ninguno que los que estaban sentados, dijo `ahora que llueve se suspende la clase´”, cuenta orgullosa al cronista. Es que esta es una reunión distinta. Los motiva su espíritu solidario que busca una mejor dirección hacia donde dar una mano.
“Yo trabajo hace 20 años en la Asociación Filantrópica Israelita y no me falta mucho para jubilarme, por eso quiero ser voluntaria y tener la capacitación”, explica Laura Millner de 54 años, y agrega que “es importante esto, no solo hacen falta las ganas”. Esta licenciada en Trabajo Social se muestra sorprendida ante la concurrencia de la clase: “No pensé que hubiera tanta gente con ganas de hacer algo por los demás”.
Como contrapunto a la profesional, está Diego García de 27 años. Trabaja en sistemas como programador y “me la paso encerrado entre cuatro paredes todo el día”. Su situación es distinta a la de los demás. Es parte de una serie de cambios en su vida. “Hace un par de años no tenía vocación por la parte humana, lo mío era la ciencia y la técnica”, reconoce. Pero algo cambió después de un diálogo con un amigo. “Me acerqué a la Iglesia Católica porque era lo que tenía más cerca y empecé a cambiar cuestiones personales que me llevaban a pensar todo el tiempo en mí mismo, en consumir cosas”, admite. “Quiero esto para conocer las instituciones donde poder ser voluntario y combinar mi tiempo y mis cosas para ayudar a otros”.
Este cambio de actitud podría servir como argumento del curso: “Pensar a la solidaridad como marco valorativo”. Y como todos los valores “pueden ser enseñados”, recalca Spampinato, entre mate y galletitas.
Los debates giraban en torno a las veces que los voluntarios realizan lo que debería ser tarea del Estado, si se puede hablar de voluntariado en una época de crisis laboral o la opinión que se tiene acerca de aquellas personas que realizan el voluntariado para resolver problemas personales, entre otros temas. Sin embargo, esas discusiones iniciales sirvieron para romper el hielo frente a una situación donde los aspirantes, todos de edad media y un menor de 15 años, no se conocían previamente.
Diego daría la mejor lección de aquella mañana. Frente a un test donde en menos de cinco segundos había que señalar cuáles de cuatro figuras, estereotipos de soldado, ejecutivo, ama de casa y secretaria, no harían jamás un voluntariado. Diego fue el único en no señalar ninguno. “Es discriminatorio y prejuicioso hacer eso”, replicó confiado. La “trampa” resultó ser que cualquiera puede ser voluntario, sin importar lo que haga en su vida diaria. “Es una cuestión generacional”, reflexionó Eleonora. “Es una juventud mucho más desprejuiciada y menos discriminatoria que la nuestra”, agregó.
En la última media hora, un hombre que pasaba por el lugar miraba extrañado el pizarrón. Finalmente preguntó si podía sentarse y compartió con el resto hasta el final. “No sabía si sumarme o no”, contó. Tal vez, en realidad no sabía que desde su lugar en la sociedad podía empezar a contribuir a que alguien se sienta mejor.
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*Agencia Universitaria de Noticias y Opinión
Revista Tercer Sector

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