El show de Andrea y el fantasma de Luca

Prodan, cantante y guitarrista, se presentó con Romapagana en el espacio cultural El Padilla, de Temperley. Fue un show enérgico e intenso, con un aniversario como marco: las tres décadas del último show de Sumo, que ocurrió en 1987 en la cancha de Los Andes. *Fotos:* Silvio O’Connor

Edgardo Emilio Nuñez

Lomas de Zamora, diciembre 12 (AUNO).- Andrea Prodan tocó el sábado a la noche en El Padilla, espacio cultural ubicado en Temperley, con su banda Romapagana, formada en 2006 con los artistas Fabián “Rojo” Limardo en guitarra eléctrica, Diego Segovia en bajo y Cristian “Pistón” Fernández a cargo de la batería. El estilo: rock and roll. La versión del rock que los italianos Prodan interpretan que se debe tocar en la Argentina. Volumen alto, canciones con letras en castellano e inglés, tonada italiana y diálogos que entran entre estrofa y estrofa. Componentes que, sumados minuto a minuto, hicieron sentir que el fantasma de Luca daba vueltas por algún lado.

En una entrevista, Andrea contó que la primera vez que fue a un recital fue a principios de los setenta, a ver a Premiata Forneria Marconi, banda italiana de rock progresivo. La historia no tiene relevancia ni remate, sólo gana fuerza cuando aclara que fue Luca quien lo llevó. Se podría decir que su hermano mayor está metido en su primera aventura musical (como público) y que lo seguirá estando siempre, a través del tiempo. No es para menos, Luca es un icono del rock en la Argentina.

Andrea lo sabe. Y se arriesga. Llega a zona sur en diciembre, a días de que se cumplan dos aniversarios. El primero es el último recital de Sumo, que fue en la cancha de Los Andes, a escasas cuadras de El Padilla. Y el segundo, la muerte de Luca, que sucedió el 22 de diciembre.

Físicamente no son parecidos. O sí, pero no ahora. La imagen de Luca pelado y con 34 años nada tiene que ver con este señor que está llegando a los 60 y tiene pelo en la cabeza. Su sola presencia cautiva y encanta a la gente que se acerca esta noche, y también al que quiere rescatar una imagen del Prodan que ya no está. Buscar un Luca vivo. El público es variado en edad, y se puede ver a parte de él con remeras de Sumo.

Entre los espectadores hay un señor de 50 años, de barba muy larga y poco cabello, que va a bambalinas a hablar con Andrea y él lo recibe muy bien, como hace con casi todos los que lo quieren saludar. El señor se puede dar el gusto de relatarle una pequeña anécdota: “Yo conocí a tu hermano, acá, en Temperley. Lo llamaron de un lugar a recibir un premio, lo crucé en el baño y me saludó”. Andrea le agradece la historia.

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En el camino para ir al baño se puede ver el cuarto donde la banda espera. Hay un músico tocando un sitar (instrumento indio), otro vestido de Papá Noel y Andrea está charlando. Lo mejor que se puede decir del cantante —y también del resto de la banda— es que está brindado a su público con humildad. “¿Ya empezamos con las fotos? Jaja. Dale, no hay problema”, se lo escucha decir. Sonríe y se toma la selfie.

La primera banda en tocar es El Abuelo. Conjunto de rock de zona sur, con casi 20 años de trayectoria y tres discos editados. Es una puesta a punto que encaja muy bien con el clima que se vive.

Romapagana comienza con el instrumento indio. La banda es sólida y suena muy bien. Todos son buenos músicos y eso se vuelve la columna vertebral de un espectáculo cargado de intensidad. Pero no es posible escucharla sin recordar los temas de Sumo; es como una sensación que se saborea en el paladar. Es un show agradable, una construcción prodeana sin ninguna duda. Una puesta en escena orgánica, sin esfuerzos. Algunos de los temas que tocan son “Min the gap”, “Aeroplane of love”, “Waco”, “Hunks” y “The citizen”.

Un momento emotivo se produce cuando tocan el cover de “Callate Mark”, de Sumo. La gente lo conoce y lo canta. Está muy bien hecho, y junto con la voz y la sangre, es lo más parecido que se puede encontrar al pasado, es casi como retroceder 30 años. El fantasma de Luca se apoya sobre muchas cosas, y no está mal que así suceda. Es más difícil despegarse de eso que convivir con lo inevitable del apellido.

En otro momento Andrea reparte bananas, tira al piso la guitarra, el señor de barba convida empanadas de jamón y queso medias quemadas. Luego, el clásico estallido de instrumentos para marcar el cierre. Andrea abraza a su banda, se lo ve enérgico y feliz. Es notorio que es un artista que ama lo que hace, y lo demuestra. Además de disfrutar, todos recordaron a Luca. Y, seguramente, Andrea también.

AUNO-11-12-2017
EEN-MDY

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