Cronología de dos asesinatos

En poco menos de una hora, lo que empezó como un piquete se transformó en una cacería que acataba la orden del ministro Juan José Álvarez: “Los intentos de aislar totalmente la Capital serán considerados una acción bélica”. Un repaso por una jornada de lucha que no termina.

Lomas de Zamora, junio 23 (AUNO).- Miércoles 26 de junio de 2002. “Hoy habrá piquetes y marchas de protesta”, titulaba La Nación; “Día de protesta y aprietes”, elegía Página/12; Clarín optó por “Vuelven los piquetes a los puentes”. “Si quieren marchar, que crucen los puentes de acceso a la Capital, pero no vamos a permitir que los corten con piquetes, aislando la ciudad”, afirmaron el día anterior desde la Secretaría de Seguridad nacional, a cargo de Juan José Álvarez. Palos habría, seguro. Y también más.

Pertenecientes a cuatro agrupaciones distintas (Coordinadora Aníbal Verón, Movimiento de Trabajadores Desocupados, Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, y el Bloque Piquetero Nacional), los manifestantes eran sólo una parte de los piquetes que se desarrollarían en puntos distantes como Mar del Plata, Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Chaco, Tucumán, Mendoza y Neuquén. Las demandas eran por el pago de los planes de empleo, ya que algunos estaban no cobraban desde hacía meses; aumento de los subsidios de 150 a 300 pesos; implementación de un plan alimentario bajo gestión de los propios desocupados; insumos para las escuelas y los centros de salud barriales; desprocesamiento de los piqueteros enjuiciados, así como el fin de la represión; y, a último momento, ante la amenaza de desalojo de la fábrica Zanón, ocupada y puesta a producir por los trabajadores, se incorporó la declaración de solidaridad.

Para cumplir con las órdenes de Álvarez, quien una semana antes ya había advertido que “los intentos de aislar totalmente la Capital serán considerados una acción bélica”, unos 400 efectivos de distintas fuerzas de seguridad (Gendarmería, Prefectura, Policía Federal y Bonaerense) fueron destinados al Puente Pueyrredón, a donde arribarían los cuatro movimientos piqueteros separados en dos columnas.

La principal masa de desocupados llegó primero y vieron un cordón de policías sobre Mitre, en Avellaneda, calle por la cual llegaría la columna restante, lo que dividió a los piqueteros en dos grupos. Esa pequeña formación de policías estaba a cargo del por entonces Alfredo Fanchiotti, quien más tarde se haría tristemente célebre como fusilador de la estación de Avellaneda, y tenía por objetivo provocar a los manifestantes para poder “defenderse”, elucubración que hicieron post-masacre los movimientos de desocupados en el libro “Dario y Maxi, dignidad piquetera: los autores intelectuales y los responsables políticos que no investigó la Justicia”.

Pasadas las 12, la violencia se desató: gases lacrimógenos y balas de goma y plomo de un lado; palos y piedras del otro. Las avenidas Mitre e Yrigoyen se llenaron de corridas, gritos, llantos y sangre. Luego de unos 40 minutos de resistencia, que fue cediendo en espacio pero no en potencia, Maximiliano Kosteki caía en la vereda del supermercado Carrefour. “Me dio la yuta, me quema, llevame”, pidió el joven artista. Los primeros que se acercaron atinaron a trasladarlo a la estación, donde, suponían, no entrarían los furibundos policías.

Una vez en la estación, dejaron a Kosteki en el hall y pidieron ayuda. Los primeros en acercarse fueron Claudia y Leonardo, novia y hermano de Santillán, respectivamente. Vieron el respirar agitado y estremecedor del joven de 23 años. A pesar de que Darío Santillán ya se había alejado de ese lugar, volvió, por razones que todos suponen: ayudar.

“Me quedo yo, salgan”, gritó Darío a los que estaban alrededor del agonizante Kosteki. El grupo dirigido por Fanchiotti llegó a la estación y lo increpó para que abandonara el lugar y a su compañero. La respuesta, valiente y llena de temor, fue un simple gesto: la mano en alto, mostrando su gran palma a los policías, para que frenaran la cacería. Recién cuando la escopeta del cabo Alejandro Acosta estuvo cerca de su cara, Santillán se puso de pie y corrió apenas cinco metros hasta sentir el calor hiriente y la penetración de los perdigones por su espalda. El cuerpo de Darío, también malherido y agonizante y con rostro barbudo al igual que el de Kosteki, sufrió el ensañamiento del cabo Lorenzo Colman y el principal Carlos Quevedo, para luego recibir el zamarreo de Fanchiotti.

Arrastrado por los policías, Darío fue puesto en una posición casi de crucifixión, con los pies para arriba, de manera que la sangre fluyera rápidamente y saliera por las heridas internas y externas que los perdigones habían causado.

La presencia de los fotógrafos Pepe Mateos y Sergio Kowalewski permitió que la brutalidad con la que se masacró a esos jóvenes no quedara escondida en una supuesta “interna piquetero”, idea inicial del plan del gobierno de Duhalde.

Más tarde, Fanchiotti contó su relato. Frases como “la gente que estaba adentro de la estación nos reclamaba” o “se sentían disparos de armas de fuego hacia uno de los trenes que pasaban”, entre otras, fueron las primeras falacias del por entonces comisario.

Pero, la peor de sus mentiras fue esconder su crimen y, en esa farsa, afirmar que había ayudado y confraternizado con Santillán. “Yo veo uno de los piqueteros, que resulta después que termina siendo este muchacho Santillán. Le pregunto qué le había pasado, le saco una bufanda que tenía y me dice que le habían tirado un tiro en la espalda. Le digo: ‘¿Te podés incorporar? Yo te voy a llevar al hospital. Intentálo, intentálo’. Lo quise levantar yo solo y no pude, era bastante pesado. Entonces recurrí al auxilio de otros policías. Lo paramos entre cuatro y lo mandamos al hospital Fiorito.”

Ambos jóvenes, con aquel presente de militancia y resistencia, llegaron al Fiorito sin vida, con las heridas de armas de fuego todavía caliente en sus cuerpos y pasaron a la historia como mártires.

Tres años después, la Justicia condenó a Fanchiotti a prisión perpetua por “doble homicidio agravado”, al igual que su chofer, el cabo Acosta; recibieron cuatro años por “encubrimiento agravado” el por entonces jefe de la Departamental de Lomas de Zamora, Félix Vega, y los ex policías Mario de la Fuente, Carlos Quevedo, Gastón Sierra y Celestino Robledo. El ex cabo Colman fue sentenciado a dos años de prisión por el mismo delito que los anteriores efectivos nombrados. Todos ellos quedaron inhabilitados para ejercer cargos públicos, según la disposición del Tribunal Oral Nº 7 de Lomas de Zamora.

Diez años después de los asesinatos, el lugar donde fueron masacrados los piqueteros podría pasar a llamarse “Estación Darío y Maxi”, y lleva, desde aquellos días, la marca de haber entrado en la historia triste del país, un país en el que décadas de democracia se derrumbaron en horas, en el que la represión ganó las calles y la militancia perdió dos vidas pero se reprodujo en muchas más, y en donde la Justicia podría dejar en libertad a los autores materiales de los asesinatos.

PT-AFD-EV
AUNO-23-06-12

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