Un reencuentro con Jorge Luis Borges y su pasión por el Sur

Al cumplirse veinte años de la muerte del escritor, AUNO entrevistó al periodista y ensayista lomense Osvaldo Ferrari, uno de los mayores coleccionistas de audios y diálogos realizados con el escritor que murió en Ginebra a los 86 años.

El poeta, ensayista y periodista nacido en Lomas de Zamora Osvaldo Ferrari cuenta cómo nacieron los inolvidables diálogos que mantuvo con uno de los genios de la literatura universal, y que hoy son un verdadero tesoro cultural. El lomense posee el mayor archivo oral que existe de Borges: más de cuarenta horas de conversaciones radiales, durante las cuales el maestro incursiona en su universo literario, opina sobre política, religión y filosofía, y hasta le sobra tiempo para referirse al “sur geográfico e íntimo”, esos barrios que al creador del “Aleph” tanto lo fascinaban, y de los cuales decía que conservan la “esencia” de Buenos Aires.

En sus “Diálogos con Borges”, Osvaldo Ferrari rescató para la posteridad cuarenta horas de conversaciones con el “viejo maestro”, emitidas semanalmente por Radio Municipal durante los años ’84 y ’85, y que no fueron reportajes o entrevistas sino profundas conversaciones nacidas del placer de tratar temas con los que ambos, a pesar de la diferencias de edad, tenían afinidades. Los tomos “En diálogo” I y II, más el “Rencuentro”, (diálogos inéditos), recogen estas conversaciones tan elogiadas a través de los años, y que fueron traducidas al italiano, francés, alemán, ruso y portugués.

En los libros se plasman las confesiones y confidencias que el gran escritor dejaba caer en el ocaso de sus días, tal vez su momento de mayor lucidez e inteligencia. Estas conversaciones demuestran la confianza y la verdadera amistad que Ferrari supo inspirarle al mejor literato argentino de todos los tiempos .

Hay personas que tienen la suerte de estar en el lugar justo, en el momento preciso, para presenciar aquel acontecimiento fantástico que les cambiará la vida. Osvaldo Ferrari parece ser uno de estos afortunados, aunque la ocasión no fue del todo azarosa, porque después de todo uno forja su destino a fuerza de tesón y voluntad.

Corría 1967, y un joven de la zona Sur cautivado por los relatos de Silvina Ocampo, de quien estaba profundamente enamorado, decidió un buen día llamarla por teléfono para hacerle saber la admiración que sentía por su escritura. Lo que no se imaginaba Osvaldo era que aquella mujer no sólo le abriría las puertas de su casa y le honraría con su amistad, sino que también le regalaría un pasaje libre al corazón mismo de la literatura Argentina.

“Fue gracias a mi vieja amistad con Silvina Ocampo, y con su marido, Adolfo Bioy Casares, escritores de los cuales Borges era amigo desde hacía muchos años, que pude conocerlo. Yo frecuentaba la casa del matrimonio desde mi adolescencia, y en varias oportunidades me encontré con él. Luego empezamos a compartir comidas y charlas y gradualmente nos hicimos amigos.”

  • -Lo primero que llama la atención de sus “Diálogos con Borges” es la naturalidad, la armonía con la que se lleva a cabo la conversación, que escapa al estilo, a veces rígido, de la entrevista. ¿Por qué piensa usted qué se logró ese clima tan propicio para la fecundidad de la charla?*

-Efectivamente, no son reportajes ni entrevistas, sino conversaciones, diálogos sobre temas que habíamos tratado previamente de que salieran al aire por Radio Municipal. La idea de hacer un programa de radio en cual habláramos sobre esas cosas que tanto nos gustaban a Borges y a mí surgió de un tercero: un amigo de ambos y gran pintor que fue Nusimovich. Y, obviamente, eran conversaciones muy parecidas a las que teníamos en nuestra vida de amistad, sólo que en esta ocasión se grababan. Yo le hablaba de aquello que a él más le gustaba y a lo que dedicó su vida, que es la literatura. Sólo me exigió una condición…

-¿Qué condición?

-Borges pedía, “para la buena realización de los diálogos” que no quería saber de qué tema íbamos a hablar antes de realizar la conversación. Él decía que si sabía de antemano el tema prefería no tratarlo. Y así lo hice, elegí ciento dieciocho temas que son los que conforman los tres tomos de “Diálogos con Borges”.

  • -Usted es oriundo de la zona Sur del Gran Buenos Aires y sabemos que Borges sentía algo especial por estos pagos, esta afinidad entre ambos ocupa algunos capítulos en sus libros. ¿Podría evocarlos?*

-Es verdad, compartíamos ese gusto por el Sur y hemos hablado bastante a lo largo de los diálogos, en distintos momentos, de Adrogué, de Lomas de Zamora, de Turdera, en fin, del Sur del gran Buenos Aires. Borges pasó, desde su niñez hasta la adolescencia, interminables veraneos junto a su familia en ‘La Rosa Linda’, la quinta que tenían en Adrogué. En todo caso, el clima o la esencia de estos barrios lo inspiraban, como puede apreciarse fundamentalmente en el cuento “La intrusa”, en el cual los dos protagonistas, los hermanos Nilsen, son de Turdera. De todas las anécdotas sobre Adrogué, hay una muy linda en la que Borges cuenta cuando sus padres salían a caminar en las noches de verano y a perderse por esas diagonales, tan características del lugar, que lograban extraviarlos de verdad. Lo disfrutaban, decía él, como un delicioso juego de verano.

  • -Vargas Llosa suele decir que existen los escritores que cuentan historias vividas y los que cuentan historias leídas, y ubicaba a Borges entre estos últimos. ¿Qué piensa usted, dónde lo ubicaría?*

-Yo diría que no es plenamente así, aunque es parcialmente cierto. Por ejemplo, si tomamos “El Aleph”, él empieza hablando de una mujer, de Beatriz Viterbo, de la cual nos deja saber que estuvo enamorado. Muchos años después, me confesaría, en los diálogos, que la historia era real. O sea que yo creo que confluían las dos historias, las vividas y las leídas. Pienso que uno de los mayores logros de mis diálogos con Borges es haber mostrado al Borges hombre además de al escritor. Y ese hombre, sin dudas, vivió muchas cosas a lo largo de su vida que, por supuesto, determinaron su literatura.

  • -¿Borges fue un maestro para usted?*

-Inevitablemente lo fue y aún lo es, aunque él no se propusiera nunca la didáctica, porque prefería ser discípulo antes que maestro. Pero claro, a esa altura de su vida la sabiduría que uno recibía de él hacía que, quiérase o no, uno fuera en alguna medida su discípulo. Creo que éste fue un diálogo de amistad tutelar entre un hombre de 84 años y otro cincuenta menor.

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