Futbolistas ciegas: el desafío de derribar prejuicios

Tres mujeres no videntes encontraron en el fútbol un proyecto de integración, que las ayudó a enfrentarse a una sociedad atravesada por costumbres intolerantes. Tres historias de vida reconstruidas para _El Cruce_. *Mirá el video.*

Dolores San Pelegrini

Jugar, sinónimo de libertad
“No veo, pero tengo la suerte de poder caminar, hablar, poder razonar”. Tamara Vedder integra el equipo Las Ramonas, del club Paradeportes Cañuelas. Nació sin la posibilidad de ver. Sólo percibía luces y sombras. A ella le enseñaron que nunca debía decir “no puedo”. El fútbol y empezar a viajar sola desde su casa en El Jagüel hasta Capital fueron cambios fuertes en su vida para perder el miedo y ganar seguridad. Hoy tiene 23 años.

“La primera vez que pisé una cancha tuve una sensación muy linda, sentí una cosa muy intensa y me pasa cada vez que juego”, rememora. A esa sensación la define con el nombre de “libertad”. No sabe si es la palabra adecuada, pero encuentra ese término para describir lo que es el fútbol para ella.

Edición de video: Ivo Rosales

Tamara confiesa que cambió, que el fútbol generó una transformación inexplicable. La ayudó a perder temores e inseguridades. Explica que para jugar al fútbol se necesita mucha seguridad, perder el miedo de ir al choque. “Entender que no hay nada adelante y que podés caminar sin problemas, que podés, que sólo tenés que animarte.”

“Hasta hace un mes yo tenía mucho miedo de ir a golpear, de correr con mucha velocidad. Aunque las guías y las entrenadoras nos ayudan en ese sentido. Pero personalmente me sirvió mucho el fútbol”, subraya.

La conversación entre las jugadoras durante el partido es fundamental, más allá de la ayuda que reciben por parte de quienes las entrenan o guían. “Es muy importante que nosotras nos hablemos y nos digamos cuándo vamos a buscar la pelota para orientarnos”, sostiene.

Sus convicciones feministas son claras: “Es muy interesante que las mujeres tengan un lugar en el fútbol. Sobre todo las mujeres ciegas porque me parece que hay que desterrar esto de ‘las cosas para mujeres’ o ‘las cosas para varones’”. Y el fútbol es una de esas cosas. Está instaurado que es para varones. Y no es así: “Nosotras también podemos jugar y no significa que no podemos sentir lo mismo que a ellos les pasa”.

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Historia de una pionera
En 2012, nació el primer equipo femenino de fútbol para ciegas del país, Las Guerreras, del Club Municipalidad de Córdoba. “Las opciones para las mujeres eran escasas: directamente no había fútbol para nosotras”, recuerda una de sus integrantes. Por ello se pusieron a reclutar más chicas ciegas de Córdoba para que se sumaran al proyecto, que de a poco se extendió en el resto del país.

“Ya de por sí es todo un tema que la mujer haga fútbol y más que los ciegos hagan deporte”, reflexiona y agrega que “a la mujer se la hace sentir que se la cuida, que no se puede golpear, que no puede correr. Un montón de implicaciones. Entonces costó y se hizo un gran trabajo de difusión”.

Hoy, Las Guerreras viven un presente inédito. Hace unos días disputaron el primer partido internacional entre clubes. Las pioneras en el fútbol femenino para ciegas le ganaron a Topos Puebla, un equipo mexicano de la ciudad de Puebla de Zaragoza.

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“Yo soy un hombre trans”
Alejo Javier abre su corazón. Él nació antes de tiempo y contrajo una retinopatía del prematuro, es decir, una ceguera de nacimiento. El fútbol fue más que un simple deporte para él, porque lo impulsó a cambiar de género. Antes lo conocían como Lourdes o Tatiana, hoy ya no. Tiene 22 años y vive en la ciudad de Córdoba.

“Mi género autopercibido lo empecé a tener desde chico, ya cuando empecé a tener uso de razón sentía que no encajaba en el género. Hacía todo lo que hacía mi hermano, por ejemplo, jugaba al fútbol.” Pero en la adolescencia tuvo que dejar “un poco eso de lado” porque su padre tenía una crianza heteronormativa: “La mujer lo que hace la mujer, el chabón lo que hace el chabón”. Por lo que se generaban grandes internas en la familia, discusiones porque lo que hacía “la nena” no gustaba.

“Cuando empecé con el fútbol, comencé a ver a las mujeres de otra manera”, reconoce Javier y agrega: “Me gustaban. Me empezaron a dar vuelta la cabeza. Me gustaban las mujeres, su feminidad, y también las mujeres sin feminidad. *Y empecé a sentirme masculino, a autopercibirme masculino*”.

En esa transformación debió atravesar muchas experiencias, algunas dañinas. Recuerda su cumpleaños de 15 años como algo no tan grato: “Me festejaron los 15 como a una minita”. En ese momento empezó el quiebre, que derivó en problemas de conducta en el colegio con sus compañeros. Trompadas, alcohol…

“Uno sabe internamente que más allá de que vayas a terapia, el psicólogo sólo te reformula lo que vos empezaste a formularte”, reflexiona. Y el fútbol lo ayudó a reformular su vida, pero aun así le faltaba enfrentarse a su padre. A los 21 años lo hizo y le dijo: “Yo soy un hombre trans, esa es mi identidad de género. Me voy a llamar Alejo Javier. *Voy a dejar de llamarme como me llamé por 22 años, Lourdes, Tatiana. Mi nombre ahora es Alejo Javier*”.

La relación con su padre tuvo un antes y un después, un quiebre definitivo. Javier inició tratamientos hormonales y los trámites burocráticos para el cambio de género. No se arrepiente de nada. Ya no juega al fútbol, pero le agradece a ese deporte que lo ayudara a descubrirse. Hoy alienta desde afuera a una amiga futbolista, pero ya no como Tatiana o Lourdes. Si no como Alejo Javier. Así le gusta que lo llamen.

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