Era policía, se cansó de las injusticias y ahora refugia a víctimas de maltrato

Después de 12 años en la Policía Federal, Nancy Uguet decidió crear un refugio para mujeres maltratadas y sus hijos en su casa de Burzaco. Hoy convive con cerca de 40 personas que pudieron escapar de la violencia cotidiana. En diálogo con El Cruce, afirma: “Una vez que ayudás a una persona la seguís hasta el final. Hasta que no tiene un trabajo en blanco y un alquiler seguro de acá no se va”.

Valentina Lira

Nancy Uguet es la fundadora del refugio para mujeres “Uguet-Mondaca”, en Burzaco. Tiene 51 años y se describe como una persona incansable: “Sea la hora que sea voy a donde me necesiten, si tengo que buscar a una mujer cien veces lo voy a hacer. A mí esto no me pesa, esto no es un sacrificio, esto me encanta, es mi vida y además nunca me banqué las injusticias”.

Nancy tiene dos hermanos; todos pasaron su infancia en el barrio de Caballito. “Desde chica fui muy rebelde pero me rebelaba por lo injusto. A mis papás les cuestionaba todo, les terminé ganando por cansancio, se dieron cuenta de que era especial. Yo, sin saber, me daba cuenta de lo que estaba bien o mal sin conocer mis derechos”. Nan, como la llaman los chicos que están en el hogar, recuerda con risas: “Una vez un compañero del colegio me dijo: ‘No te pego porque sos mujer’. Llegué a mi casa y le dije a mi mamá que me corte el pelo y me saque los aritos porque iba a pelear con él”.

Nan fue policía de la Federal durante 12 años hasta que decidió retirarse de la fuerza: “Dejé porque me hacía mal, no me bancaba los malos tratos ni muchos menos las injusticias. Ellos consideraron que si seguía estando iba a hacer alguna macana, entonces decidí retirarme”.

Un día su hijo mayor llegó de la escuela y le comentó que su compañero Edgardo estaba viviendo hace dos días en la calle porque el nuevo novio de la mamá no lo quería en la casa. “Él me pidió de traerlo a casa, pero yo le dije que no era tan así, que había que pedir una autorización porque era menor. Y bueno, buscamos al papá biológico para que nos firmara un permiso”. Nancy tuvo que aprender cuestiones legales, como el tema de las familias sustitutas que cuidan a chicos en situación de abandono o conflicto.

En otra ocasión recibió a dos hermanos abandonados por su madre. “No se quería hacer cargo de los hijos, estaban en un hogar escuela y como no los quería más me los traje. Al más chico lo tuve hasta los 18, prácticamente lo crié. Es difícil separarse, pero entiendo que se quedan conmigo hasta que pueden, entiendo que cumplen un ciclo”, sonríe de un lado de la boca mientras baja la mirada con cierta tristeza. El desapego suele ser difícil. No lo dice ella, pero se le nota en el rostro.

Uguet nunca tuvo casa propia hasta que se casó con su último esposo: “Con los alquileres siempre tuve problemas porque metía mucha gente en mi casa. Por eso mismo me separé dos veces, ellos no me entendieron y no los culpo, tampoco los podía obligar a vivir así”.

Y agrega: “El único que me entendió y me acompañó fue mi último marido, Charo, que falleció hace dos años. Esta casa era de él, toda la ampliación que hoy tiene el hogar la edificó él”. “Al principio mi familia me decía que estaba loca, que me complicaba la vida, pero cada uno hace lo que quiere y lo que le gusta; entonces seguí haciéndolo”, afirma y suelta una risa. “¿Viste esas viejas metidas? Bueno, esa soy yo”.

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Ya comprometida en el tema de los chicos, Nancy vivía en Temperley. Siempre que pasaba por la casa del fondo lindera a su hogar, escuchaba cómo el vecino amenazaba a su mujer. Una noche su hijo mayor, que en aquel entonces tenía 17 años, la despertó: “Ma, la va a matar”. Nancy se levantó de la cama y escuchó un pedido desgarrador: “¡No, con la nena no!”, y luego un fuerte golpe seguido del llanto de un bebé. “No lo pensé, salté la pared y entré a la casa. Eso fue un antes y un después. A partir de ahí empecé a traerme a casa a las mujeres que sufrían violencia”.

“Nunca entendí el maltrato, nunca permití que me faltaran el respeto de ninguna forma. Entonces no podía entender cómo había mujeres que lo permitían. Yo les hablaba para que denunciaran y lo hacían, pero ¿a dónde iban a ir? Los derechos de las mujeres no estaban visibilizados, ni siquiera existían las comisarias de la mujer; entonces así empecé y nunca paré, ni voy a parar”.

Hace 13 años Nancy Uguet abrió oficialmente el refugio Uguet- Mondaca –apellido de su último marido– para mujeres que sufren violencia de género y sus hijos. Ella nunca sufrió violencia de género, pero sí la pérdida de un hijo por muerte súbita. Eso la marcó.

“Lo único que me quitaba el sueño era si les hacia mal a mis hijos con esto y no, no les hice mal. Mis hijos son maravillosos, ni machitos ni princesas. Mi nene de 14 años es un fuera de serie, es el primer replicador escolar en temática de género. Va a todas las mesas locales y a los encuentros conmigo pero porque quiere. Él te habla de esto con pasión, incluso cuando el hogar está muy lleno deja su habitación a las mamás y se viene a dormir conmigo”.

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El hogar y su anexo, “Ángeles Rawson”, que abrió este año y queda a cuatro cuadras, albergan a 37 personas entre mujeres y niños. Nancy reconoce que en el camino tuvo dificultades. “Esto fue un trabajo de hormiga, poco a poco se fueron sumando muchas áreas porque vieron que es serio lo que hacemos, si bien ediliciamente tenemos falencias. Esto es particular, acá no hay partido político, no quiero que nada condicione al acceso al hogar. El único requisito para entrar es que estés en problemas, ni siquiera importa si no sos de Almirante Brown”.

Cuando las mujeres llegan al refugio con sus hijos lo primero que se hace es completarles el calendario de vacunación, realizarles un chequeo completo con el médico, tramitar el DNI –en caso de que no lo tengan– e incorporarlos inmediatamente a una escuela de la zona. Le costó mucho llegar a esta articulación con las áreas de justicia, niñez, salud, educación y con el Consejo de la Mujer.

También trabaja con el municipio y con la Comisaria de la Mujer del distrito. Antes había hecho un curso de “acompañante en violencia de género” con otras cuatro mujeres, en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.

Para articular con la Comisaría tuvieron que presentar un plan de trabajo en la Coordinación de Política de Género: “Por suerte nos lo aprobaron, estamos un día cada una, nos turnamos para que cada una pueda hacer sus cosas porque esto es gratuito, no cobramos nada”.

El hogar de Nancy recibe cada 15 días de parte del municipio unos paquetes con alimentos no perecederos. “No es mucho, pero no importa, todo suma. Además estamos trabajando con el centro de monitoreo. Todas las semanas vienen al hogar supervisores de piso y operadores para aprender sobre perspectiva de género, ya que ellos son los que atienden el 137. Hacemos un trabajo en equipo, entre el refugio, la Comisaría y el Centro”.

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El emprendimiento subsiste gracias a la pensión que cobra por su esposo fallecido, a la jubilación que tiene por parte de la Policía Federal y a las donaciones que recibe. “Lo más difícil es conseguir los alimentos del día, como las verduras y la carne. Hacemos ferias americanas con lo que nos donan para poder comprar los alimentos frescos. La gente dona bastante, pero por suerte cuando se necesitó algo puntual lo pongo en Facebook y siempre apareció alguien muy solidario.”

“Me visto con ropa donada como las demás, no me llaman la atención las cosas materiales. Quiero que las chicas no estén hacinadas y vivan lo mejor posible. Esta es una casa común y corriente como si fuera la de ellas con más o menos cosas. Pero es un hogar.”

Nancy Uguet es una súpermujer, lleva adelante el refugio, a todas las que cobija les dedica un tiempo, trabaja en la comisaría y hasta va a los allanamientos. Es que su trabajo es tan reconocido que en los oficios que bajan de los juzgados ya la incorporan automáticamente. “Tengo algo que el escritorio no te lo da”, se enorgullece.

De eso no hay duda, Nancy tiene una “cancha” impresionante. Conoce la problemática desde distintas perspectivas. “Muchas veces lo que hacen es que a la mujer le sacan el problema durante un mes y luego le sueltan la mano. Y no es así. Una vez que ayudás a una persona la seguís hasta el final. Hasta que no tiene un trabajo en blanco y un alquiler seguro de acá no se va. Hay gente loca en la vida ¿no?”

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