“En casa se patina al son de la tabla”

En Monte Grande hay un profesor de skate que enseña en el fondo de su vivienda. Se llama Ignacio Vidal y practica el deporte hace 29 años. Las clases son personales, por lo que se arma un vínculo con el chico y se le transmiten valores para que enfrente el día a día con mayores herramientas expresivas. Foto: Damian C. Joint.

Fernando Núñez*

El fondo de la casa de Ignacio Vidal tiene una rampa de skate, un horno de barro, una parra, una palta. Un gato blanco que se llama Paco, que a veces va. Cuando apareció para tomar sol sobre la rampa, Nacho dice “Paco está cascoteado como el dueño”, y los dos están así por hacer cosas que disfrutan mucho, uno por saltar de techo a techo sobre una tabla con ruedas, y el otro por conquistar gatas sobre las medianeras.

“En casa se patina al son de la tabla” se llama el espacio donde viven Nacho y Paco, en Rebizo al 985. El skate, las costumbres que se generan por la práctica de ese deporte, afloran por todos lados. No sólo por la rampa que utiliza para dar clases y para “compartir” tiempo con la gente. Al costado, una tabla en desuso y dos ladrillos hacen un banco.

También está la música, él toca la guitarra. En su vida no todo es skate, por eso intenta transmitir herramientas para que los chicos se puedan expresar y tengan la posibilidad de conocer mayores medios de expresión. Porque le pasó que tenía 29 años de practicar skate y ese era el único medio que tenía para canalizar todo lo que le pasaba.

“Cuando tenés un solo medio de expresión, y se cae, te encontrás ante un abismo. Pero la vida está llena de posibilidades”, reflexiona.

Por cuestiones climáticas, por ahora no tiene muchos estudiantes, pero cuando venga el tiempo agradable y se sumen más pibes va a hacer alguna movida cultural. Recitales acústicos, más que nada, porque aunque con los vecinos “está todo bien” es lindo “tener un mínimo de respeto”, dice.

Vidal tiene mucho interés en “mostrar el otro lado de la boludez”. Dejar de lado esa “cara del skate que es puro marketing, esa farsa supercareta” que predomina en el imaginario del público. “Pero eso no es el deporte, eso es la vendimia del sistema capitalista que hace que todo sea un espectáculo”, sentencia.

“El show está en la plaza, cuando estás compartiendo. Hay pibes que están en Malasia o en África para enseñar a andar en skate gratis, regalan todo, comparten lo que saben. Aunque ahí hay un trasfondo, te decís: ‘Pucha, qué hijos de puta, intentan vender las marcas con una imagen positiva’. Esto no hace menos cierto que le dan la posibilidad de expresión a alguien”. En casa se reflexiona.

Tiene la sensación de que “todo lo que viene es mierda porque cada vez forman seres humanos más mierda: acorde al sistema, en sincronía con el engranaje. Por eso es bueno que cada uno desde el lugar que le toca ocupar, pueda contaminar las células con algo diferente”, remarca. Decirle a la gente que “puede: pintar, hacer música, andar en skate” del mismo modo que un montón de cosas más.

En la filosofía de Vidal “todo se trata de compartir”. Porque todos tenemos la certeza de morir. “El tiempo y la energía que tenés durante tu vida no vuelven nunca más”, filosofa. Quizá esas dos cosas sean lo único que no retornen: “hasta la mina que se fue, puede volver”.

“Me gusta la posibilidad de tener un espacio y poder explotarlo. Si hay lugar para una rampa, instalar una. No hay mucho apoyo de las marcas. Uno puede tener muchas ideas, pero sin capital ninguna se puede concretar. Quería conseguir tablas lisas para que los pibes las pinten y poder colgarlas en la pista”, cuenta Ignacio.

Tener un espacio implica una responsabilidad. La de recordar que “todo esto es para compartir” e inculcar que “lo mejor que pueden hacer de su vida es ser cada día mejor persona.” Hay que “buscar la manera de transmitir algo que deje al mundo mejor de lo que lo encontraste”, expresa Nacho, y asegura que mas allá de eso “estamos de paso”.

En una época Vidal tenía un libro donde escribía las historias que le contaban los cartoneros, en el tren. Lo que hacia era ir con una cámara para buscar las diferencias sociales entre los distintos ramales de ferrocarril. Y notó que las distinciones se encuentran “hasta en las estructuras de los vagones”, afirma. “El que va al norte tiene ventanas grandes, podés ver hacia afuera, tiene tachos para la basura. En cambio, el que va para Quilmes es todo de metal, más frío y duro; las ventanas son chicas y tienen una cortina que no dejan ver para afuera; el que viene desde La Plata, a eso de las seis de la tarde, trae a los cartoneros y sus carros vacios”, describe.

Con oficio de etnólogo, Nacho comenta que “en el furgón hay un código que dice que cuando llegás te preguntan hasta dónde vas, según el destino acomodan la bici; y cuando bajás te la alcanzan. El que se queja de ir apretado hasta Retiro, es porque nunca viajó en el Quilmes-La Plata a las siete de la mañana”.

Nacho vuelve a sus clases, cuenta que son personales, que puede hablar con el chico, jugar. “Viene un papá con su nena, desde Capital. Se quedan, charlamos, patinamos”, relata. Por eso se llama “En casa se patina al son de la madera”. Es un espacio donde “los chicos aprenden lo básico: a acomodar los pies, flexionar las rodillas, algunas pruebas y listo, después el aprendizaje será afuera, personal”, expresa. Como suele ser el camino del descubrimiento, pienso.

AUNO 06-08-2014
FN-AFG

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