“Con cada uno de ellos me morí, me velé, me enterré y resucité”*

Quienes salieron vivos del ataque que, en 1994, dejó 85 muertos, no sólo tuvieron que luchar contra el dolor de perder a sus seres queridos, ver destruida su fuente de trabajo y sufrir secuelas físicas. También tuvieron que lidiar con una causa que en vez de condenar a los culpables, obstruyó los caminos a la verdad. Dos sobrevivientes relataron sus historias y renovaron, una vez más, su reclamo de justicia.
_*Nota publicada el la edición de julio de la revista *El Cruce*_

Lais Vázquez

Lomas de Zamora, julio 18 (AUNO).- Existen momentos en la historia argentina que nos tocan de una manera especial. Cuando recordamos la Guerra de Malvinas o pensamos en los 30 mil desaparecidos, sentimos el dolor de los que sufrieron como propio y nos unimos para reclamar algún tipo de reparación. Lo mismo ocurre con el atentado a la AMIA.

La bomba que explotó la mañana del 18 de julio de 1994 frente a la entidad judía dejó 85 víctimas fatales y a 20 años de ese hecho no hay ninguna respuesta. La hipótesis acerca de que la organización iraní Hezbollah fue la responsable del ataque nunca pudo ser comprobada. La investigación sobre la conexión local para perpetrar el crimen sólo dejó encubrimiento, pistas falsas y sobreseimientos.

Y entre todos esos escombros quedaron sobrevivientes. “Estaba enfrente de la AMIA y me desperté del coma a los 40 días. Viví esa situación, pero no sé lo que pasó en ese momento”, explicó a El Cruce Humberto Chiesa, quien trabajaba en su imprenta cuando todo estalló. “Fui la primera persona en ser rescatada porque Zeebi Broner, un amigo mío, tuvo el coraje de ir a buscarme. Tenía una herida grave y me llevaron al Hospital de Clínicas. Mi socio, Guillermo Galarraga, que era mi amigo íntimo desde el colegio, y Fabio Bermúdez, un empleado, fallecieron.”

Otro caso es el de Hugo Fryszberg, que trabajaba en la mutual desde 1980 y estaba dentro del edificio cuando escuchó un estruendo y a alguien gritar “tírense al piso”. “Ese lunes llegué y llamé a los chicos de sepelios para que me bajen un sobre. Ellos me pidieron que suba porque había mucho trabajo y así lo hice. Me quedé con ellos un rato, era mi grupo de amigos personales. Minutos después de que bajé, no puedo precisar la hora, ocurrió el atentado. Estoy vivo porque hubo destrucción 20 metros adelante de donde yo estaba. Una vez que pasó todo, se escuchó el silencio. De a poco comenzó un murmullo. Había un humo negro muy denso por el que no se veía nada. Había gritos y un olor muy ácido, muy picante. Salimos a un patio que daba con la medianera del edificio de Uriburu. Subimos por una escalera y ahí todos tuvimos el primer contacto con la realidad. Abajo, una montaña de escombros con cientos de tipos gritando, tirando sogas. Entonces vi la parte que faltaba y dije: Chau, los chicos de sepelios no están más.”

Ese mismo día, Fryszberg fue a la morgue para reconocer a las víctimas y a la madrugada del siguiente tuvo que ir a trabajar como todos los días, pero esta vez al edificio de la AMIA en Ayacucho. “Tenía una inercia y una vocación de que algo había que hacer. No había tomado conciencia de la magnitud. Eso llegó mucho tiempo después”, expresó el sobreviviente en diálogo con esta revista.

Las secuelas físicas y emocionales fueron innumerables. Chiesa estuvo dos años en convalecencia porque le cambiaron el parietal izquierdo, sufrió varias intervenciones para sacarle vidrios del cuerpo, no sabía si iba a poder volver a caminar y por mucho tiempo casi no hablaba. “Cuando me desperté quedé en un shock muy grande. Lo único que sabía era que no me querían dejar ir al baño y cuando vi mi cara en el espejo me di cuenta del motivo.”

Fryszberg quedó con un 35 por ciento de incapacidad laboral. Su soriasis, que estaba controlada, recrudeció. Y perdió capacidad auditiva a causa de la explosión. El tiempo, lejos de ofrecerle la sanación que tanto se le atribuye, le propinó nuevos golpes. “Tuve el triste rol de atender a toda la gente que venía con su muerto y de esperar a que vayan apareciendo mis amigos. Cuando aparecieron, yo tenía que hacer la ficha, organizar el velatorio e ir al cementerio. Y con cada uno de ellos yo me morí, me velé, me enterré y resucité. Fueron momentos y días muy terribles. Seguí trabajando dentro de la AMIA hasta mayo de 1996, cuando me echaron. No fue sólo a mí, fue toda una movida. Nos pagaron indemnización, pero ese fue el segundo bombazo, porque después de 16 años y todo lo que pasé, me sorprendió un viernes el telegrama de despido. Por el recuerdo de mis amigos, tomé el lugar de ellos, para representarlos de la mejor manera, y sin embargo así terminó mi relación con la AMIA.”

Los sobrevivientes no sólo tuvieron que superar el atentado, además sobrevivieron a todo lo que vino después. Incluso a un procedimiento judicial que en vez de acercarlos a la verdad, oscureció aún más la situación.

El juicio oral para esclarecer los hechos se hizo entre 2001 y 2003. Con él se absolvió a un grupo de policías bonaerenses y lo único que se sacó a luz fueron irregularidades en el expediente de la investigación. El ex presidente Carlos Menem, el ex juez Juan José Galeano, el entonces titular de la SIDE, Hugo Anzorreguy, y los comisarios Jorge “Fino” Palacios y Carlos Castañeda están acusados por el encubrimiento del atentado, para frenar la llamada “pista siria”, en una causa que aún espera el juicio oral. En la misma causa están acusados Galeano, Anzorregui y los ex fiscales Eamon Müllen y José Barbaccia, por el pago de 400 mil dólares al armador de autos Carlos Telleldín para que involucre a un grupo de policías bonaerenses. También está pendiente el juicio contra Carlos Telleldín, acusado de haber armado la Traffic-bomba.

“Todos los días salía del trabajo y me iba ver el juicio”, recordó Chiesa. “Telleldín hablaba sobre los autos como si yo estuviera explicando cómo se imprime un libro.”

Dato aparte, durante los días que duró el proceso judicial, Chiesa vivió por casualidad un episodio que lo impresionó. Mientras iba por una autopista, su auto tuvo un problema en el embrague y necesitó que le hagan un remolque. En el camino a su casa, Chiesa escuchó que el encargado de llevar su coche insultaba a la policía. Al preguntarle por qué estaba enojado escuchó la respuesta más inesperada: “Porque yo llevé la camioneta de Telleldín”.

“Yo creo que no podemos dejar de ver lo que pasó acá, porque desde afuera habrán puesto la plata, pero acá hay un personaje llamado Carlos Memem que no sé cómo hizo para no ir a juicio. Me siento con un sombrero y un traje con rayas blancas y negras, porque siento que estoy preso. Todas las noches sale el tema, en un sueño, cuando uno se despierta o cuando te tocan la espalda de atrás. Y los demás están libres”, afirmó.

Fryszberg coincidió con la misma idea. “Hayan sido los iraníes, los sirios o quien sea, hubo alguien acá que aprovechó todo. La trama es mucho más macabra, no sólo por el resultado sino por la previa. Es tan importante y fundamental el tema de la causa local porque fueron nuestros vecinos, que quizás caminaron al lado nuestro pergeñando la logística.”

Veinte años sin Justicia
“Cuando empieza mayo, junio y julio siempre hay un título en un diario. En esta etapa del año la causa empieza a activarse. Pero lo que no tenemos es una forma de esclarecer lo que pasó el 18 de julio. Lo que yo quisiera es que a 20 años se abra un juicio y a la gente que operó en el Estado y se volvió encubridora, se le saquen esas vestiduras”, reflexionó Chiesa. “Este atentado fue para todos los argentinos. Es como la causa de las Madres. Es de todos.”

Justicia, no venganza. Esa es la consigna que sostienen los sobrevivientes desde hace años. “No queremos nada más que saber la verdad. Que se investigue seriamente. Lucho y luchamos para dejar el testimonio, para que no se olvide. Para que nunca más vuelva a pasar”, resaltó Fryszberg.

Las historias conmueven. Ambos relataron sus vivencias con ojos emocionados y voz, por momentos, temblorosa. Pese al dolor, los retrocesos en la causa, las tormentas constantes, lo único que tienen para ofrecer al mundo son buenos mensajes: “Alguna vez me han preguntado si yo tenía bronca con la comunidad judía por lo que había pasado –contó Chiesa-. Eso es como si tuviera bronca con los musulmanes por lo mismo. Cuando una persona es mala no tiene que ver con la nacionalidad o la religión, sino con la actitud de esa persona. Yo no discrimino.”

Cada 18 de julio los encuentros son duros. Los años pasan, los familiares de las víctimas mueren y la respuesta sigue pendiente. Chiesa es miembro de Memoria Activa y Fryszberg, de 18J, agrupaciones de familiares y amigos de las víctimas que los acompañan como querellantes en la causa y les brindan asistencia psicológica. Mantener vivos los conceptos de Memoria, Verdad y Justicia es su objetivo.

El respaldo de los seres queridos fue fundamental. Fryszberg se refugió entre su esposa y sus dos hijos y Chiesa en su nieta, Abril, quien le devolvió la sonrisa. Así es que hoy siguen siendo sobrevivientes.

“Es una mochila, pero tenemos que ver que seguimos viviendo. Por lo único que hay luchar es por la verdad. Sabemos que la justicia es lenta, pero acá se hizo todo lo posible para encubrir. Veinte años es muchísimo. Es un número que te marca. Los muertos nunca van a descansar en paz hasta que los culpables paguen por lo que hicieron. Y por todo eso estamos trabajando.

AUNO 18-07-14 LV EV

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