Antenas de teléfono: entre el rechazo social y la falta de estudios contundentes

Aunque la OMS asegura que no hay ninguna prueba científica que confirme que las radiaciones tienen efectos adversos en la salud, distintas organizaciones alertan sobre los casos de cáncer en las zonas donde hay antenas.

Luciana Psenda

Argentina es el país latinoamericano en donde más teléfonos hay por habitante: más que en México, Brasil e, incluso, Estados Unidos. Pero a medida que crece el número de usuarios, también lo hace la instalación de antenas de telefonía y con esto, las protestas en todo el país por los efectos de sus radiaciones, como el riesgo de contraer cáncer u otras enfermedades. ¿Es peligroso para la salud vivir cerca de una antena de telefonía o este temor es un mito infundado? ¿Por qué no hay datos certeros acerca de sus supuestos peligros?

La tecnología móvil se basa en una amplia red de antenas que transmiten información por radiofrecuencia. Hay más de 1,4 millones de antenas en todo el mundo, y si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostiene que no hay ninguna prueba científica convincente de que estas radiaciones tengan efectos adversos en la salud, crecen las contradicciones con otros estudios sanitarios realizados.

En la misma línea, el Instituto Nacional del Cáncer defiende que el único efecto biológico reconocido sólidamente de la radiación es el calentamiento del cuerpo, como sucede con los hornos microondas que utilizamos cotidianamente. Estas afirmaciones contrarían los reclamos sociales, que la OMS atribuye a las noticias de los medios sobre estudios científicos “recientes y no confirmados, que provocan inseguridad y la sensación de que puede haber riesgos no descubiertos”.

Según la Red Universitaria de Ambiente y Salud (Reduas) también las radiaciones generan efectos no térmicos como mayor riesgo de cáncer, sobre todo de cerebro, mama y leucemias, y las personas que residen cerca de las antenas manifiestan trastornos del sueño, mareos, irritabilidad, hipertensión, fibromialgias, cefaleas crónicas, autismos o trastornos del desarrollo infantil, diabetes, problemas reproductivos y tiroideos. Con respecto al cáncer, la OMS afirma que pueden producirse conglomerados de casos “simplemente por casualidad”.

Sin embargo, la neuróloga del Instituto de Oncología “Ángel Roffo” Alejandra Roffo afirma que desde 2011, esta organización clasificó la radiación como “posible cancerígeno” cuando confirmó un vínculo entre los celulares y tumores cerebrales y leucemias en un estudio realizado en ratones. La especialista recalca que el cáncer no tiene que ver solamente con las ondas, pero serían un factor más que profundiza el riesgo.

El jefe del departamento de Neurología del mismo instituto, Ignacio Casas Parera, sostiene que la densidad de radiación permitida en el mundo es de 0.1 microvatios, pero que en el país es de 1000 por centímetro cuadrado, lo cual aumenta la predisposición a problemas oncológicos y reproductivos. Por otra parte, la Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires detalla que el 80% de las instalaciones de antenas investigadas en la Ciudad no se adaptan a esta emisión permitida, lo que puede causar diversos malestares (dolor de cabeza, mareos o insomnio), sobretodo en niños y ancianos, pero no enfermedades.

La presidente de la ONG Aletheia por la Vida, Liliana Palancio, sostiene que estas dicotomías acerca de los daños de las radiaciones deben superarse “concientizando a la población para que sepa la verdad acerca de lo que está sucediendo” y así elaborar leyes que regulen la contaminación electromagnética, “porque uno debería ser libre de elegir entre enfermarse o no”. Además, ella denuncia que las empresas tienen responsabilidad, pero que los gobernantes, que tienden a escucharlas, “no pueden declararse ignorantes” por no hacer caso a discursos alternativos que impliquen tomar medidas y “renunciar al dinero que les ofrecen por colocar antenas en lugares públicos”.

“Estamos hablando de la salud y los gobiernos se refugian en la falta de comprobación de daños de las antenas, desestiman investigaciones independientes y lanzan la ridícula campaña de antenas saludables desde el Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom)”, cuestiona. También desestima los dichos del ex ministro de Comunicación Oscar Aguad, quien dijo en televisión que los daños en la salud de las radiaciones son un mito urbano. “Eso es una locura”, sentencia.

Mientras que los celulares tienen cada vez más usos y la tecnología 5G está al acecho, para Palancio eso “muestra una gran ignorancia porque hay que evitar exponerse de manera innecesaria a más radiaciones” y que aunque sea “difícil probar” que son causantes de enfermedades dado que no son el único contaminante ambiental, esto queda demostrado al observarse que “hay más enfermos en zonas cercanas a las antenas, como sucedió en el emblemático caso de las antenas de Güemes: una mujer perdió a dos hijos y a su esposo por vivir al lado de ellas”.

La líder de la organización hace referencia al caso de Leonora Palacios, la vecina de General Güemes que lucha ante los 78 casos de muertes que hubo por cáncer en una zona de influencia triangulada por antenas de distintas empresas. “Yo le prometí a mi hijo que sacaría la antena de ese lugar, ese fue mi motor para no claudicar en esta lucha”, dijo la mujer que perdió a dos hijos de 34 y 42 años por cáncer, y a su esposo por un ACV.

El conflicto de intereses en torno a las radiaciones opaca cualquier conocimiento certero acerca de cuán peligrosas pueden resultar las radiaciones, y aunque la OMS reconoce su carácter de potencial cancerígeno, “en breve tendrá que reclasificarlo como cancerígeno probado”, lo cual no sucede porque “desgraciadamente el lobby de la industria de las telecomunicaciones interfiere en las decisiones políticas y en la formación de una ciencia digna y honesta”, sostiene Reduas.

El Ingeniero en Telecomunicaciones Guillermo Defays sostiene que la “incertidumbre no es igual a una seguridad de que no hace daño”, aunque asegura no tener dudas de que las radiaciones generan alteraciones en la salud, en el cerebro y las hormonas y que en ciencia hay una manera de tratarlo: el Principio Precautorio, porque “la Ley de Ambiente consagra que no hay que esperar a tener pruebas contundentes para tomar medidas eficaces”.

“La ignorancia no es invencible, tenemos la responsabilidad de saber lo que está sucediendo con las antenas”, afirma Palancio. Por su parte, el doctor Casas Parera afirma que “la tecnología es buena, el problema es que no afecte la salud de las personas y el medio ambiente; tiene que haber un punto medio y si lo lograron en países como Francia e Israel, por qué aquí no”. Sin embargo, surge una cuestión: ¿estaríamos dispuestos a tomar medidas o incluso a renunciar a la telefonía móvil si hubieran pruebas aplastantes de que es riesgosa o el mundo de la tecnología celular llegó para quedarse a cualquier costo?

AUNO 14-07-2019
LP-AFG

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